Filmar la realidad
Jafar Panahi se define a sí mismo como creador de un realismo sórdido. Lo hace en Taxi Teherán, película ganadora del Premio de la Federación Internacional de la Prensa en 2015. El realismo sórdido es una definición del comité de censura iraní que dice que si la realidad es suficientemente siniestra no debe ser filmada. Los términos “siniestro” o “sórdido” tienen la ambigüedad que busca cualquier régimen totalitario. ¿Es sórdido un niño que mendiga? ¿Un vendedor de películas pirata? ¿Una activista política a quien el régimen ha detenido y que juega a “hacer un papel” en este falso documental? En efecto, Jafar Panahi utiliza éste que se ha vuelto el método más artificioso para hacer películas baratas, el falso documental. La técnica ha sido banalizada por pequeños autores que quieren saltar rápidamente a la fama sobre todo en el cine de terror. A fines del siglo pasado se filmó una película que con poca inversión consiguió mucha fama. El proyecto de la bruja de Blair fue el primero en una marisma de obras menores con una técnica que se remonta al programa radiofónico en que Orson Welles, en 1938, hizo creer a sus radioescuchas que los alienígenas habían conquistado el mundo. Después de aquel programa y algunas excepciones tan notables como Zelig, de Woody Allen en 1983, la técnica se fue abaratando en todos sentidos hasta que el año pasado Panahi la retomó.
Cámara graba una calle de Teherán. Un hombre la gira hacia sí mismo. Estamos en un coche. El hombre pregunta al conductor ¿qué es esto?, ¿me estás filmando? Por un instante tenemos la desagradable sensación de estar viendo uno de esos pretenciosos trabajos de estudiantes de cine o comunicación, pero pronto la película comienza a interesar y uno se da cuenta de que la diferencia entre los autores del Nuevo Cine Iraní y los cineastas improvisados estriba en tener algo que contar.
En realidad, con esta película, Panahi lleva adelante el neorrealismo italiano, el movimiento de cine independiente más importante del mundo que surgió, como se sabe, en Roma después de la Segunda Guerra Mundial. El neorrealismo anima a los artistas a hacer cine con pocos recursos: mirando a la realidad, haciendo con ella una “nueva realidad”. La realidad filmada.
Así, cuando el comité de censura iraní decide prohibir la filmación de la realidad si ésta es sórdida, lo que quiere es acabar de raíz con el magnífico cine que se ha hecho en su país después de la revolución de los ayatolas. Resulta paradójico que un régimen como éste quiera destruir una de las pocas creaciones por las que, en el futuro, será recordado. Como la Rusia soviética, Irán educó a su pueblo y luego quiso que le obedeciera a ciegas. Pronto ayatolas y socialistas se dieron cuenta de que educar realmente no enseña a obedecer a ciegas. Al contrario, tanto la educación socialista como la educación de los ayatolas dieron lugar a artistas que terminaron por jugarse la vida por amor al arte. Taxi Teherán es una buena película. Lo es porque demuestra que sigue siendo posible filmar con pocos recursos. Lo que realmente se necesita es talento.
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