Lola en la dimensión intelectual
Hacer una disertación intelectual sobre un icono de la cultura popular es una tarea ardua. Porque el establishment suele ver y tratar con desdén las manifestaciones artísticas que triunfan entre las masas. Pero cuando alguien encuentra la manera de trazar el perfil de todo un país, y de su industria del entretenimiento en particular, a través de un personaje presente en el imaginario colectivo, el interés se despierta, incluso, en la universidad. Es lo que está pasando ahora en España con Lola Flores (1923–1995), la mujer “que no cantaba ni bailaba, pero había que verla”, como dijo de ella The New York Times.
Lola —el barroquismo irresistible, la fiebre del arte— fue, entre otras cosas, la folclórica que se dedicó a “españolear” por todo el mundo. Debido a ello, fue objeto constante de escritores como Francisco Umbral, Terenci Moix o Manuel Vázquez Montalbán, “para los que La Faraona venía a representar, consciente o no de ello, aquella España irracional, feroz y fuera de toda norma que su impostura gitana y flamenca interpretaba con tanta convicción artística”, subraya Alberto Romero Ferrer en Lola Flores. Cultura popular, memoria sentimental e historia del espectáculo (Fundación José Manuel Lara), un libro con el que ha obtenido el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2016.
Romero Ferrer enseña Literatura en la Universidad de Cádiz, es autor de varios ensayos sobre la historia cultural de España y con esta obra no ha querido hacer una biografía más de la intérprete de “La zarzamora”, sino “una reconstrucción de la memoria sentimental de la cultura popular a partir de los espectáculos y de las películas de la artista, que formaron parte de los años cuarenta del siglo pasado hasta la actualidad”, según explica. Con ese objetivo contextualiza a esta mujer de cuerpo cimbreante y ojos luciferinos con “un armazón teórico e historiográfico” para comprender el lugar que ocupa en la cultura española, más allá de la “serie de prejuicios ideológicos, históricos y culturales derivados, en parte, de su consideración como un producto de la subcultura, como un producto del franquismo más recalcitrante y, más recientemente, como un producto de las revistas del corazón y el entretenimiento social”.
El libro de este académico ha adquirido relevancia, además, porque en Jerez de la Frontera se le rendirá un homenaje, durante todo un año, a Lola Flores. Por momentos, el ensayo parece una tesis universitaria muy bien documentada, pero vale la pena leerlo con detenimiento. Porque uno se entera, por ejemplo, del trasfondo del éxito de un icono: con el objetivo de que Andalucía dejara de ser algo local para convertirse en algo nacional y, más tarde, en internacional, “la copla se transforma rápidamente en un producto de la nueva cultura de masas, como también en un interesante testimonio de época, en talante sentimental, aunque también en un nada despreciable documento literario”. A esto hay que agregar que en un momento dado, la supuesta apertura del franquismo necesitaba “un referente visual” capaz de “establecer puentes, abrir puertas y mentes de una sociedad tan cerrada y cerril como la española de la época del primer franquismo. Gracias a esa sociedad de espectadores que creó con los recursos de la imaginación el arte, España podía empezar a salir de la pesadilla de su terrible historia más inmediata”. Entre olanes y castañuelas, Lola Flores sería la primera abanderada de tal empresa.
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