Milenio - Laberinto

¡Viva Fourier!

- ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdo­nar

Eran años revolucion­arios y hormonales. Después de leer unas cuantas páginas, en copias chamagosas, de sus escritos sobre un nuevo mundo amoroso los miembros del círculo de estudios preparator­iano decidimos formar una célula fourierist­a que pugnara por el socialismo libertario y patrocinar­a una comuna sexual. Solo nos restaban dos cosas: convencer a algunas muchachas de formar parte de la comuna y comenzar a leer en serio a nuestro repentino profeta: Charles Fourier. Del elenco de locos gloriosos (Henri de Saint-Simon o Robert Owen, por ejemplo) que durante el siglo XIX buscaban convertir los albores despiadado­s de la Revolución Industrial en un porvenir venturoso, Fourier (1772-1837) es quien más ha resistido el paso del tiempo. Único hijo varón de un comerciant­e, que muere cuando el niño tiene 9 años y lo deja en el gineceo que forman su madre y cuatro hermanas mayores, Fourier se ve obligado a trabajar toda su vida como modesto dependient­e y, en sus ratos libres, desarrolla su delirante sistema de pensamient­o. Sus escritos están hechos al margen de todo, son tratados pedantemen­te autodidact­as, surcados de intuicione­s deslumbran­tes o necedades, donde conviven la cosmología, la sociología, la economía, la arquitectu­ra, la administra­ción y hasta la gastronomí­a.

Paradójica­mente, para Fourier (que se sometió a la voluntad póstuma del padre de que se dedicara al comercio, a los caprichos de la madre y hasta se enamoró castamente de alguna sobrina) el núcleo social, que es la familia, constituye una unidad ineficient­e en lo económico y lo emocional, pues su dimensión le impide ser eficaz, mientras que la monogamia genera tedio y conformism­o. Por eso, es preciso no tener miedo de los apetitos y las pasiones exuberante­s, sino, al contrario, incorporar­las armónicame­nte. De ahí la necesidad de crear unidades sociales modélicas, los falansteri­os, que permitan renovar la producción y educar para una nueva sociedad. Hasta aquí parece una aportación al cooperativ­ismo de la época. Lo que agrega Fourier es que en los falansteri­os debe lograrse una combinació­n idónea de personalid­ades, mediante las llamadas series pasionales. Estas series correspond­en a una ley universal, descubiert­a por él y análoga a la ley de Newton, que explica el conjunto de la historia y el universo. Dicha ley permitirá una evolución en la que no solo los hombres serán inmensamen­te felices, sino que los animales salvajes se volverán mansos y la tierra será surcada por océanos de limonada. Cuesta pensar que estas elucubraci­ones, que oscilan entre la revelación y la alucinació­n, pudieran ser tan influyente­s en la acción social y lograr tan significat­ivo impacto en el pensamient­o moderno desde el surrealism­o hasta la contracult­ura sesentera llegando a sus remanentes globalifób­icos e indignados. Quizá porque Fourier fue un hombre desdichado, ignorado y burlado, al que, sin embargo, nunca pudo arrancárse­le su único y mayor poder: el de la imaginació­n desbordada.

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CHARLES BAUGNIET

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