Milenio - Laberinto

Poseído por un pequeño dios

- MARÍA EMILIA CHÁVEZ LARA

Behind every beautiful thing there’s been some kind of pain.

EBob Dylan, “Not dark yet”

scribir es estar poseído por un pequeño dios. En realidad, depende de quién sea el que escribe: se puede estar poseído por un demonio insignific­ante o por el jefe de algún panteón. Pascal Quignard debe estar poseído por una de las deidades más poderosas, por una fuerza que hace que los hombres salten al abismo sin importar las consecuenc­ias (el abismo que es el amor, la música, el arte o la vida misma); por la energía que hizo a Butes saltar al agua.

Butes, un personaje prácticame­nte desconocid­o de la mitología grecolatin­a, fue retomado por Quignard para escribir un ensayo homónimo en 2011. Todos conocemos la historia: cuando los argonautas se embarcaron en busca del vellocino de oro navegaron frente a la isla de las sirenas. Ulises, el capitán, obligó a la tripulació­n a taponarse las orejas con cera para evitar que saltaran al agua al escuchar cantar a esas bestias prodigiosa­s. El único privilegia­do en oír la música primigenia sería él; para preservars­e del peligro se hizo atar al mástil. Pero de todos los navegantes que viajaban en el Argos —nos cuenta Quignard al retomar una historia perdida—, Butes fue el único que no acató las órdenes. El remero no utilizó la cera y, cuando escuchó cantar a los monstruos, sin pensarlo y sin temor, se arrojó al mar. “El simple hecho de lanzarse al vacío implica que no se puede volver sobre el impulso”. Escribe Quignard: “Me aproximo al secreto. ¿Qué es la música originaria? El deseo de arrojarse al agua”.

La diosa Afrodita, conmovida por la valentía de Butes, lo salvó de morir ahogado, después lo libró de las garras de las sirenas y tuvo un hijo con el navegante. De esa unión —cuentan— desciende una estirpe de guerreros de un coraje sobrenatur­al.

Así que pienso que el dios que se posesiona de Quignard al momento de escribir es el que nos hace tomar impulso para no volver nunca atrás; el mismo que inventó la escritura, porque escribir equivale a lanzarse al vacío. Es el dios dueño de “el secreto de lo que ilumina nuestros rostros. De lo que brilla en nuestros ojos”.

Generalmen­te, la idea que se tiene del escritor es la de un ser solitario, pero la poeta Alejandra Pizarnik la desmiente al escribir: “Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla”.

Melina Balcázar Moreno, traductora y autora del espléndido prefacio de El niño con rostro color de la muerte,

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