El alumbramiento de Victoria Ocampo
Entre 1952 y 1953, la intelectual argentina escribió unas memorias que vieron la luz para convertirse años más tarde en una rareza editorial. La Fundación Santander, con cuya autorización publicamos un fragmento, acaba de volver a publicarlas, bajo el tít
Contando su vida, una vida cuyos enigmas la atormentaron hasta su último suspiro, Victoria Ocampo, esa suerte de Gran Dama inspiradora, musa, sibila, intelectual, escritora, editora, promotora cultural y mujer adelantada a su tiempo, no trató de hacer una obra de arte o una novela, sino un ejercicio que la liberara de los fantasmas que la persiguieron a lo largo del tiempo, una obra que le permitiera, de una forma más que simbólica, “alumbrarla”, hacerla nacer de sí misma.
Dos fueron los sentimientos que le llevaron a escribir esas “memorias”: la necesidad de alumbramiento, de confesión general, y el deseo de tomar la delantera a posibles biografías futuras, con una autobiografía explícita que hoy, 37 años después de su muerte, llega al lector en un volumen que la Fundación Santander acaba de publicar en su colección Obra Fundamental bajo el título de Darse. Autobiografía y testimonios (Madrid).
El objetivo de esta edición, dice al respecto Carlos Pardo, responsable de la selección de los textos, es mostrar al lector que Ocampo no fue solo una mujer amante y promotora de la cultura, la célebre fundadora y editora de la revista Sur, sino también, como ella misma, tímidamente, siempre deseó, una verdadera escritora, “una escritora autoexigente y humilde al codearse en pie de igualdad con grandes autores de su tiempo”, de Ortega y Gasset, Jorge Luis Borges y Rabindranath Tagore a Pierre Drieu La Rochelle, Hermann Keyserling, Paul Valéry, Waldo Frank, Roger Caillois...
Pardo señala que este libro se propone “destacar a Victoria Ocampo no solo como pionera de la vanguardia en una labor que hoy llamaríamos ‘gestión cultural’, sino como creadora de un tipo de literatura que quizá únicamente ahora, con un cambio en la mentalidad de los lectores, en la recepción, empezamos a leer como gran literatura”: la autoficción, que ya bien entrado el siglo XXI y agotada la “verosimilitud” de la novela decimonónica que, como indica Pardo, llevaba a su máximo esplendor el artificio aristotélico, busca la “veracidad” en una ficción de la que surge el propio autor.
Hay tres lugares comunes que se han repetido a lo largo del tiempo desde que se estudia y analiza la vida y obra de Victoria Ocampo (1890–1979), y que esta autobiografía desmonta a lo largo de sus casi 500 páginas. El principal es que fue una intelectual sin otra obra relevante que su propio personaje y la revista Sur —lo que queda a todas luces desmentido con esta autobiografía y sus “testimonios”, en los que da cuenta de un estilo sobrio, elegante, lleno de matices y profundidad en la mirada de lo que observa, analiza y narra, añadiendo una erudición y precisión lingüística dignas de un escritor de “grandes vuelos”—; que fue una especie de groupie intelectual adicta a los autores —pero al leer estas páginas se comprueba que su trato fue el de una mujer adelantada a su tiempo, con las ideas claras, que trató de tú a tú a los grandes nombres con los que se topó en su vida y que, como feminista que fue, nunca tuvo una actitud sumisa ni servil con esos grandes nombres—; y que era una aristócrata afortunada —cosa cierta, aunque puso toda su fortuna económica al servicio de sus iniciativas culturales, algunas de ellas de las mejores que se hayan dado en Latinoamérica.
Como apunta el editor, Ocampo se guio por una intuición deslumbrante, que no era sino una manera veloz de la inteligencia, y en contra de un mundo que no valoraba la escritura autobiográfica y menos la de una mujer. Escribió sin garantía de éxito una de las primeras autobiografías en español verdaderamente sinceras. “Muy pocas mujeres las han escrito interesantes y veraces”, le dijo en una carta Virginia Woolf, y Victoria Ocampo asumió esa tarea con una fuerza, inspiración y talento poco usual en el ruedo literario, solo comparable a obras de corte autobiográfico como Memorias de África de Isak Dinesen, Escribir de Marguerite Duras o Mis aprendizajes de Colette.
Escrita entre 1952 y 1953, la autobiografía, inconclusa, se publicó en Buenos Aires por vez primera en seis tomos entre 1978 y 1984, aunque esas ediciones, bajo el sello de Sur, son hoy inencontrables, por lo que el editor merece el reconocimiento por una labor casi arqueológica. Dice Pardo que cuando apareció, esta autobiografía fue recibida por el medio literario argentino con cierta decepción, quizá por albergar unas expectativas demasiado grandes, “pero algo ha debido de cambiar”, agrega, “en nuestra manera de valorar los escritos en primera persona, pues, leída hoy, se presenta como una obra de alta calidad literaria no solo por su frescura y cercanía, también por su sinceridad, por poner toda la carne en el asador”.
Cierto. Como destaca la propia Ocampo, lo que escribió se parece a una confesión porque pretende ser verídico e intenta explorar y descifrar el misterioso dibujo que traza una vida con la precisión de un electrocardiograma. “No veo por qué ha de ser más fidedigno uno que otro para el diagnóstico de un ser y de la época que le tocó vivir”, observa. Su plan, siguiendo su trazado, no fracasa en lo más mínimo y se convierte en arte porque además de verdad, sinceridad, voluntad, perseverancia y honestidad intelectual, añade el elemento más importante que le otorga esa cualidad: talento. Como dice Ocampo, “para ser sincero por escrito, el talento es indispensable”. Y en esta autobiografía cada página, cada párrafo, rezuman sinceridad a
consciente de que las costumbres de la época favorecían espejismos con consecuencias desdichadas