Los que habitan en los márgenes
En casa en el zoo entrega dos momentos en la carrera de Edward Albee: el del joven y el del experimentado dramaturgo
La compleja, irónica, reveladora y cruda dramaturgia de Edward Albee encuentra hoy a tres sólidos protagonistas de su drama y su tragedia y a un director con el rigor que su obra exige. En casa en el zoo reúne el primer texto dramático del autor norteamericano, La historia del zoológico, escrito en 1958, y su obra número 29, escrita en 2004, Vida hogareña. Ambas cierran el círculo andado por su personaje principal, Peter, cuyo bienestar es desgajado a manos de su mujer y de uno de tantos personajes sin rastro que habitan la marginalidad neoyorquina.
El montaje conformado por las dos obras escritas en periodos tan distantes inicia con la más reciente, lo que da la oportunidad al espectador de conocer a Peter, editor de libros de texto —interpretado por Odiseo Bichir—, en la sala de su casa, donde su esposa irrumpe presa de una sarcástica desesperación, derivada de su existencia monótona y apacible.
Su marido —al que vemos en la segunda, la obra escrita hace 58 años—, leyendo apaciblemente en una de las casi 9 mil bancas de Central Park, llega hasta su lugar favorito después de una discusión doméstica y de revelarle a su mujer parte de los antecedentes de su actitud ecuánime.
La actriz Itari Marta se vuelca con pericia en el complejo y desasosegado personaje de Ann, que en su ansiedad acorrala a su asombrado marido.
Entre las virtudes de esta puesta en escena dirigida por Víctor Weinstock, autor también de la traducción, está que cada palabra, parlamento y silencio, poseen la carga de rabia, dolor, indiferencia y hastío que arrastran los personajes.
En esta ocasión, Odiseo y Bruno Bichir —quien interpreta a Jerry— se dejan dirigir por Weinstock al grado de que el espectador puede observar, en el azoro que paulatinamente genera Jerry en Peter, el acantilado interno que el ecuánime editor desconoce de sí.
El encuentro entre el personaje que busca desesperadamente ser advertido por única vez en su vida y el que evita a toda costa cualquier tropiezo, se vuelve un exquisito diálogo cuyos silencios responden a las preguntas y a la increíble narración, pródiga en detalles, que hace el caminante del parque.
La sala de la casa de Peter, en colores neutros, con luz tenue y con cada objeto en su sitio, es abierta en el vértice de su doble muro, hasta albergar dos bancas con respaldos en dirección opuesta, al centro de una calle de Central Park, sobre la que caen hojas secas y donde hay algunos troncos que antes estuvieron en la chimenea de la casa, espacio diseñado por Patricia Gutiérrez Arriaga que roza la magia de un pop up con la que nos traslada al lugar donde se desborda la acción interior de los personajes.
Cabe mencionar el acierto del director, quien para cambiar de escenario pide la ayuda de tramoyistas, en vez de solicitar a los actores que abandonen a su personaje antes de salir de escena para cargar los muebles o mover las paredes. Esta importante decisión de Weinstock hace posible que el espectador conserve a los personajes, con lo que protege, como hacía Albee, la obra, a los actores, a los personajes y a la audiencia.
El vestuario femenino alude a la década de 1960 y al mismo tiempo parece actual, mientras que el de los personajes masculinos cruza sin tropiezo hasta nuestros días. El diseño de Adriana Pérez Solís nos acerca a unos personajes comunes, como las personas que desde su butaca se ríen al tiempo en que se inquietan al ignorar hasta dónde podrá llegar la detonación escénica del verdadero yo.
La dramaturgia de Edward Albee, de vigencia y honestidad aterradoras, consigue, mediante un caudal de palabras precisas, revelar, como si se tratara de una autopsia, el motivo del desvanecimiento existencial de sus personajes, que mientras más se dirigen al otro mejor lo diseccionan.
Celebremos al autor de Quién le teme a Virginia Woolf, que conoce la contundencia de la palabra y su poderoso efecto, al director– traductor que valora, respeta y profundiza en su obra, al elenco y a los diseñadores que le abrieron espacio a unos personajes en cuya dolorosa y extrema verdad se redimen.
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