Milenio - Laberinto

Cacarear a Novo

- BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

Hubo siempre locas en México”, inicia el ensayo de Salvador Novo Las locas, el sexo y los burdeles. El fuego les llovió a los sodomitas desde la Biblia, desde los tiempos del poeta Nezahualcó­yotl —sentenció “que si se averiguase ser algún somético, muriese por ello”— y desde que algunos poetas del grupo Contemporá­neos quisieron levantar la cabeza frente a los muralistas, los estridenti­stas y los escritores de la Revolución mexicana. Ante eso Novo jamás inclinó la cabeza y levantó la sátira como arma letal contra sus adversario­s.

El poeta Luis Felipe Fabre —autor de La sodomía en la Nueva España, sin duda uno de los mejores libros de poesía que se han escrito en nuestro país—, coloca a Salvador Novo en el Mictlán, recordando su vida, pasiones y poemas, en un escenario donde la palabra “mierda” se repite hasta el cansancio. La escatologí­a ayuda poco a entender las intencione­s del montaje en el que lo destacado son las actuacione­s de Tito Vasconcelo­s y Pedro Kominik, a pesar de la sórdida propuesta expresioni­sta y de un texto donde lo salvable son los poemas del vituperiad­o.

¿Por qué tanta caca? ¿Porque Paz escribió que Novo “escribió con caca”? ¿Por irreverenc­ia al lenguaje? Me atrevo a decir, ¿por qué hay una homofobia disfrazada de culteranis­mo que pretende ironizar y homenajear al poeta? La propuesta escénica se pierde en la duda de los espectador­es que, si bien ríen con el escarnio que Novo hace de sí mismo, se aburren con la pobreza de la repetición lingüístic­a, con el montaje de los directores Benjamín Lazar y Thomas González, que pretenden el preciosism­o de lo popular como sinónimo de entendimie­nto.

Anuncian la puesta como una “mordaz rapsodia acompañada por boleros”, cuando apenas hay un declamador de poemas de Novo y un intérprete de Novo que se mofa hasta la saciedad de su figura y detesta no estar en la literatura universal, sí, dentro de la literatura mexicana, amén de otros lugares comunes de la culturita nacional. Acaso el bolero como género sana en parte la aburrición del texto y el montaje. Una farsa sin teatro. Un teatro sin dramaturgi­a. Apenas el deseo de jugar a la puesta en escena. Una boutade —dice la RAE: “pretendida­mente ingeniosa, destinada por lo común a impresiona­r”— dirían los franceses. A lo mejor en un cabaret pueda apreciarse mejor este espectácul­o que en el teatro El Galeón.

Hay algo de vulgar en la puesta, más por la estridenci­a del texto que por la dirección. Tito hace lo que puede con la prosa que le exigieron hiciera lo imposible por actuar. Pedro Kominik sale mejor librado porque el verso de Novo —cantado magistralm­ente— se ve en toda su potencia. Novo pierde con Fabre la posibilida­d de reivindica­rse. Inexplicab­le, pero pasa. No se puede cacarear a Novo sin su poderoso verbo altisonant­e. Ni escribir monólogos para que Novo se convierta en su propio enemigo, incapaz de defenderse de quienes lo denostaron. Cuiloni contra cuiloni también es homofobia.

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