El cineasta antropólogo
Si existes, es la prueba de que no estoy encerrado en un sueño. A tus pies, yo deposito mi fe.” La cosa suena bien solo en una película francesa y en boca del adolescente enamorado de la chica fatal. Ella es Ester y él, Dedalus. La película es Mis mejores días, ganadora del Premio de la Crítica en Cannes.
Mis mejores días es una película salpicada de referencias. El nombre del protagonista, por ejemplo, remite al Retrato del artista adolescente, de James Joyce, cuyo protagonista se apellidaba Dedalus también. Ni las referencias ni las pretensiones se detienen aquí. Como Caín en el Génesis, Paul se niega a ser “guardián de su hermano”, quien tiene el carácter de un personaje de Dostoyevski. Dedalus es un Orestes que odia a su madre y en otro diálogo adornado hasta la cursilería acepta que es “un Ulises que no quiere volver a Ítaca.” Mis mejores días tiene grandes momentos de cine, es verdad, pero a veces da la incomodidad de quien asiste a algo que está sobrescrito y sobreactuado.
Dedalus vuelve a París luego de varios años viajando como antropólogo. En Francia lo detiene la policía secreta a causa de un pequeño gesto de generosidad adolescente que ha terminado por volverse asunto de seguridad para el Estado. El director utiliza este inicio bien interesante, pero no lo retoma. Solo es el pretexto para pasearnos por su infancia en el pueblo de Roubaix, al norte de Francia. Ahí conocemos a sus primos, a la chica de senos firmes que lo enloquece, y a una tía lesbiana que le enseña a hablar ruso.
Miembro de la primera generación de cineastas franceses que hizo cine habiendo estudiado en la Sorbona, Arnaud Desplechin se autorretrata como antropólogo porque parece pensar que un verdadero director de cine es una suerte de científico social que estudia al ser humano. En francés la película se llama “Tres recuerdos de mi juventud”, tres recuerdos que confluyen en un amor desgarrado, erotizado y, en suma, muy francés. Ester es la Penélope que espera a su Ulises que investiga las culturas islámicas en las antiguas repúblicas soviéticas. Paul Dedalus tampoco ha encontrado paz en el trayecto, pero sus lestrigones son celos, miedo a la locura y una rabia explosiva que solo se manifiestan al inicio y al final de esta película que está bien si uno es de esos amantes del cine de arte que goza contando una a una las referencias doctas.
Por más que las imágenes que ofrece Desplechin sean hermosas, la película tiene el sabor de esos poemas llenos de ripios y sin un final contundente. Si vale la pena verla es solo porque esta clase de cine puede (si uno lo permite) introducirnos más en un estado de ánimo que en una ficción. La verdadera referencia en esta película es el Amarcord de Fellini. Como el italiano, Desplechin se retrata en el pueblo de su infancia. La diferencia entre Fellini y Desplechin estriba en la capacidad de ser introspectivo con menos solemnidad y más sentido del humor.
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