LA PASIÓN DE SELMA ANCIRA
Con Paisaje caprichoso de la literatura rusa, Selma Ancira se ha hecho merecedora del premio Read Russia 2016. Este libro no solo convoca a voces tan potentes como las de Gógol, Chéjov y Goncharov, sino que certifica una vida entregada a la traducción, es
Un traductor literario, supongo, es ante todo un creador. Al traducir escribe sobre aquello que le ha tocado el alma. Es decir, tiende a traducir aquello que de mil maneras se ha vuelto parte de su peculiar mirada. Me parece también que la traducción literaria es una larga convivencia, una extensa caminata en la que el traductor se va apropiando muy lentamente de cada palabra, de cada línea, de cada paso del original para transmitir sus singularidades fónicas y gráficas, con todas las cargas emocionales y subjetivas en su propia lengua. Es una especie de resurrección, de renacimiento, cuyo insólito atributo consiste en no traicionar las virtudes del original. La traducción literaria es, a final de cuentas, un asunto de pasión y afectos. En sus búsquedas y exploraciones el traductor va trazando una paciente cartografía de sus afinidades electivas. Lee y relee obras que intuye próximas, pero que al mismo tiempo abren y expanden su espíritu en una convivencia que puede ser al mismo tiempo extensa e intensa. En este sentido, el traductor literario sería un legítimo suplantador que transvasa a su propia lengua aquello que ha amado y que lo ha conmovido en la otra lengua, aquello incluso que le parece ser parte de su propia experiencia, lo que lo convierte a su manera en coautor de la obra.
Para traducir no sobra en ningún momento el acompañamiento, no solo con el texto a trasladar, sino también con el espíritu del escritor que se quiere verter al idioma de llegada. Cuando uno convive mediante la lectura con un escritor que le gusta, con el tiempo va conociéndolo mejor. Empieza uno a darse cuenta de sus exigencias, sus limitaciones, sus hallazgos y los entramados de su estilo. Entre más conozca el traductor la obra del autor y al autor mismo, es decir su entorno, sus circunstancias personales, históricas y sociales, estará mejor armado para realizar un trasvase sustentado. Esta es la razón por la que en la traducción de una obra literaria primero hay que cohabitar con ella, sin prisa escuchar sus reverberaciones, sus sonidos ocultos, experimentarla incluso en las emociones que despierta, intentar percibir el “tono”, que es lo que define en últimas su verdadero espíritu, lo que la mantiene en pie. Lo verdaderamente difícil no es traducir las ideas, sino las emociones que se desprenden de las palabras, de la forma particular que tiene cada escritor de expresarlas y sugerirlas a través de sus construcciones verbales, todo lo cual conduce a que una cierta “intimidad” con la obra a traducir sea de suma importancia.
Lo que he mencionado lo reúne, me parece, Selma Ancira en su singular antología Paisaje
caprichoso de la literatura rusa, publicada por el Fondo de Cultura Económica. Este trabajo de traducción y edición acaba de recibir el prestigioso premio Read Russia 2016, tanto para la traductora como para la casa editorial.
¿Cómo llegó Selma Ancira a este paisaje caprichoso, en cierta forma veleidoso y versátil, de la literatura rusa? Los elementos de un cuadro, las particularidades de una novela, la construcción de una sinfonía no se dan casi nunca por generación espontanea; son más bien producto de un complejo proceso de experiencias, intuiciones, sentimientos y un sinfín de cosas más. Podríamos intentar una suerte de mapeo de las múltiples búsquedas e investigaciones de Selma Ancira por el extenso e inabarcable espacio de la literatura rusa. Todo empezó con Cartas del verano de 1926, la extraordinaria correspondencia entre tres poetas que nunca se habían visto: Tsvietáieva, Pasternak y Rilke. Aparecido en 1984 en Siglo XXI (exactamente diez años antes una jovencísima Selma, apenas salida de la adolescencia, llegaba a Moscú como estudiante), se convirtió pronto en un libro de referencia de espíritus tocados por parecidas vibraciones. Cuando lo leí en 1985, comenté en un suplemento cultural mexicano: “Este singular triángulo epistolar abunda en interrogantes acerca del mundo, el sentido y sinsentido de la vida y la poesía”. Desde entonces le he seguido la pista.
En su viaje de esos años por la literatura rusa, en Selma quedaron registros de la diversidad de sus rastreos de autores que, tal vez, no duraron en sus prioridades de traducción, pero que incluye en este paisaje caprichoso El alma
del escritor de Alexandr Blok, poeta que representó el paso de lo viejo a lo nuevo, el desgarro de dos épocas, el colapso inminente de un mundo ya rebasado, el advenimiento de la revolución; Algunas posiciones de Boris Pasternak, el “interlocutor de los bosques” como lo llamó Anna Ajmátova, autor de un libro decisivo en la poesía rusa, Mi hermana, la
vida; Carta al hermano, en el que Fiódor Dostoievski cuenta a su hermano Mijaíl el simulacro de fusilamiento del que fue víctima el 22 de diciembre de 1849; y El
lector de Nikolái Gumíliov, poeta cuya corta vida de 35 años le alcanzó para todo: alumno de Innokienti Annienski, viajero, estudioso de literatura francesa en París, expedicionario en África, combatiente en la Primera Guerra Mundial, poeta, ensayista, traductor, creador del “acmeísmo”, esposo de Anna Ajmátova, fusilado en 1921 acusado de contrarrevolucionario. Todas estas traducciones de Selma Ancira aparecieron entre 1985 y 1987 en varios medios nacionales. Sospecho que, por entonces, estaban aún lejos las inquietudes que después la llevarían a entregarse plenamente a la traducción de autores portentosos y singulares como Marina Tsvietáieva, Mijaíl Bulgákov, Iván Goncharov, su Goncharov —como a Selma Ancira le gusta decir, el de la novela El mal del ímpetu—, Pushkin, Bunin y Tolstói. En la década de 1990 se compenetró con la obra de Nina Berbérova, de la que publicó varios relatos entre los que destaca “Roquenval. Crónica de un castillo”. Paralelamente trabajaba ya con intensidad en la prosa de Tsvietáieva. En un apunte sobre la autobiografía de Berbérova,
El subrayado es mío, anota: “Junto con Marina Tsvietáieva, Nina Berbérova es otro de los grandes aportes de las letras rusas a la literatura del siglo XX”. Después llegaría Lev Tolstói con todo su poderío y desproporción a través de sus diarios
y correspondencia inéditos en español antes de Selma Ancira, además de obras cortas y magistrales del conde de Yásnaia Poliana como
La tormenta de nieve, La felicidad conyugal y el cuento “Tres muertes”.
Estos son los grandes planetas de Selma Ancira traductora, pero hay una multitud de satélites que no han sido ajenos a su curiosidad infatigable, que la han acompañado sin cesar y que suenan al oído en español como verdaderas extrañezas: Nikolái Strájov, el ucraniano Izrail Métter y su novela La quinta esquina, que conseguí —aunque suene inverosímil— en un supermercado de Morelia hará quince años; el cantautor casi clandestino de la década de 1970, Bulat Okudzhava, y El viaje de los diletantes, la delicia en Rusia de los estudiantes y jóvenes que fuimos en esos años; El zigzag del amor de Victoria Tokarieva y La vida de
los insectos de Víctor Pelevin, de las recientes generaciones de escritores rusos. A todos los autores y autoras que ha traducido, varios de ellos y ellas incluidos en su Paisaje caprichoso…, Selma se ha entregado con fervor. Con cada uno tiene una historia, como se tiene con cada amor que uno tras otro, o simultáneamente, conforman la vida. Ella misma ha comentado que este libro, este Paisaje caprichoso…, está hecho de sus inquietudes y de sus pasiones.
El lector de este Paisaje caprichoso… encontrará verdaderas joyas trabajadas y pulidas por la traductora con fina destreza, que suenan al oído de nuestro español con toda naturalidad. El idioma fluye, corre libre, se desliza fresco, se encabalga, no tiene miedo de decir, pareciera que esos seres de la estepa hablaran en la lengua de Rulfo: “El muchacho le pasó una jícara con agua” dice en el relato de Tolstói “Tres muertes”. Jícara y no cazo o cucharón de madera o metal, como probablemente lo hubiese escrito un traductor de España. El muy náhuatl “jícara” es utilizado aquí por Selma Ancira, lo que naturaliza la expresión a nuestra habla. Más adelante otra frase tolstoiana con destello rulfiano: “Dicen que allá en la ciudad hay hospitales para esto; porque aquí, lo que sea de cada quién, me ocupa mi rincón, ¡y ya basta! No tengo espacio para nada. Y encima me exigen que lo tenga limpio”. Cuando Paul Valéry apreció la versión de Jorge Guillén de El cementerio
marino dicen que exclamó: “¡Me adoro en español!”. Si Tolstói se levantara de su apacible tumba en Yásnaia Poliana y leyera la versión de Selma Ancira de sus “Tres muertes” quizá clamaría algo parecido: “¡Me adoro en español mexicano!”. Paisaje caprichoso de la
literatura rusa juega en ese espíritu, al convocar relatos deliciosos de Pushkin, Gógol, Goncharov, Chéjov (representado con “La colección”, un auténtico prodigio), Bunin, Bulgákov, Berbérova, y Marina Tsvietáieva y su amigo imaginario el diablo.
Me parece que Selma Ancira no traslada de otra lengua un relato, un cuento, una narración, sino que urde un texto nuevo de alta fidelidad a partir de esa otra lengua. Se ha dedicado durante más de tres décadas —como ella misma ha afirmado— a traducir autores, más que libros sueltos. Su Paisaje caprichoso… es resultado de ese trasegar, evidencia la cartografía de una pasión. Las historias que componen este libro generoso han sido trasladadas y recreadas con magia y rigor por una traductora que ha explorado vastas porciones de la extensa y telúrica literatura rusa. Es una obra de traducción admirable, recreación de una escritura que a través de numerosos autores ha intentado descifrar con éxito la fuerza y el espíritu de un pueblo.