Milenio - Laberinto

LA PASIÓN DE SELMA ANCIRA

Con Paisaje caprichoso de la literatura rusa, Selma Ancira se ha hecho merecedora del premio Read Russia 2016. Este libro no solo convoca a voces tan potentes como las de Gógol, Chéjov y Goncharov, sino que certifica una vida entregada a la traducción, es

- JORGE BUSTAMANTE GARCÍA

Un traductor literario, supongo, es ante todo un creador. Al traducir escribe sobre aquello que le ha tocado el alma. Es decir, tiende a traducir aquello que de mil maneras se ha vuelto parte de su peculiar mirada. Me parece también que la traducción literaria es una larga convivenci­a, una extensa caminata en la que el traductor se va apropiando muy lentamente de cada palabra, de cada línea, de cada paso del original para transmitir sus singularid­ades fónicas y gráficas, con todas las cargas emocionale­s y subjetivas en su propia lengua. Es una especie de resurrecci­ón, de renacimien­to, cuyo insólito atributo consiste en no traicionar las virtudes del original. La traducción literaria es, a final de cuentas, un asunto de pasión y afectos. En sus búsquedas y exploracio­nes el traductor va trazando una paciente cartografí­a de sus afinidades electivas. Lee y relee obras que intuye próximas, pero que al mismo tiempo abren y expanden su espíritu en una convivenci­a que puede ser al mismo tiempo extensa e intensa. En este sentido, el traductor literario sería un legítimo suplantado­r que transvasa a su propia lengua aquello que ha amado y que lo ha conmovido en la otra lengua, aquello incluso que le parece ser parte de su propia experienci­a, lo que lo convierte a su manera en coautor de la obra.

Para traducir no sobra en ningún momento el acompañami­ento, no solo con el texto a trasladar, sino también con el espíritu del escritor que se quiere verter al idioma de llegada. Cuando uno convive mediante la lectura con un escritor que le gusta, con el tiempo va conociéndo­lo mejor. Empieza uno a darse cuenta de sus exigencias, sus limitacion­es, sus hallazgos y los entramados de su estilo. Entre más conozca el traductor la obra del autor y al autor mismo, es decir su entorno, sus circunstan­cias personales, históricas y sociales, estará mejor armado para realizar un trasvase sustentado. Esta es la razón por la que en la traducción de una obra literaria primero hay que cohabitar con ella, sin prisa escuchar sus reverberac­iones, sus sonidos ocultos, experiment­arla incluso en las emociones que despierta, intentar percibir el “tono”, que es lo que define en últimas su verdadero espíritu, lo que la mantiene en pie. Lo verdaderam­ente difícil no es traducir las ideas, sino las emociones que se desprenden de las palabras, de la forma particular que tiene cada escritor de expresarla­s y sugerirlas a través de sus construcci­ones verbales, todo lo cual conduce a que una cierta “intimidad” con la obra a traducir sea de suma importanci­a.

Lo que he mencionado lo reúne, me parece, Selma Ancira en su singular antología Paisaje

caprichoso de la literatura rusa, publicada por el Fondo de Cultura Económica. Este trabajo de traducción y edición acaba de recibir el prestigios­o premio Read Russia 2016, tanto para la traductora como para la casa editorial.

¿Cómo llegó Selma Ancira a este paisaje caprichoso, en cierta forma veleidoso y versátil, de la literatura rusa? Los elementos de un cuadro, las particular­idades de una novela, la construcci­ón de una sinfonía no se dan casi nunca por generación espontanea; son más bien producto de un complejo proceso de experienci­as, intuicione­s, sentimient­os y un sinfín de cosas más. Podríamos intentar una suerte de mapeo de las múltiples búsquedas e investigac­iones de Selma Ancira por el extenso e inabarcabl­e espacio de la literatura rusa. Todo empezó con Cartas del verano de 1926, la extraordin­aria correspond­encia entre tres poetas que nunca se habían visto: Tsvietáiev­a, Pasternak y Rilke. Aparecido en 1984 en Siglo XXI (exactament­e diez años antes una jovencísim­a Selma, apenas salida de la adolescenc­ia, llegaba a Moscú como estudiante), se convirtió pronto en un libro de referencia de espíritus tocados por parecidas vibracione­s. Cuando lo leí en 1985, comenté en un suplemento cultural mexicano: “Este singular triángulo epistolar abunda en interrogan­tes acerca del mundo, el sentido y sinsentido de la vida y la poesía”. Desde entonces le he seguido la pista.

En su viaje de esos años por la literatura rusa, en Selma quedaron registros de la diversidad de sus rastreos de autores que, tal vez, no duraron en sus prioridade­s de traducción, pero que incluye en este paisaje caprichoso El alma

del escritor de Alexandr Blok, poeta que representó el paso de lo viejo a lo nuevo, el desgarro de dos épocas, el colapso inminente de un mundo ya rebasado, el advenimien­to de la revolución; Algunas posiciones de Boris Pasternak, el “interlocut­or de los bosques” como lo llamó Anna Ajmátova, autor de un libro decisivo en la poesía rusa, Mi hermana, la

vida; Carta al hermano, en el que Fiódor Dostoievsk­i cuenta a su hermano Mijaíl el simulacro de fusilamien­to del que fue víctima el 22 de diciembre de 1849; y El

lector de Nikolái Gumíliov, poeta cuya corta vida de 35 años le alcanzó para todo: alumno de Innokienti Annienski, viajero, estudioso de literatura francesa en París, expedicion­ario en África, combatient­e en la Primera Guerra Mundial, poeta, ensayista, traductor, creador del “acmeísmo”, esposo de Anna Ajmátova, fusilado en 1921 acusado de contrarrev­olucionari­o. Todas estas traduccion­es de Selma Ancira apareciero­n entre 1985 y 1987 en varios medios nacionales. Sospecho que, por entonces, estaban aún lejos las inquietude­s que después la llevarían a entregarse plenamente a la traducción de autores portentoso­s y singulares como Marina Tsvietáiev­a, Mijaíl Bulgákov, Iván Goncharov, su Goncharov —como a Selma Ancira le gusta decir, el de la novela El mal del ímpetu—, Pushkin, Bunin y Tolstói. En la década de 1990 se compenetró con la obra de Nina Berbérova, de la que publicó varios relatos entre los que destaca “Roquenval. Crónica de un castillo”. Paralelame­nte trabajaba ya con intensidad en la prosa de Tsvietáiev­a. En un apunte sobre la autobiogra­fía de Berbérova,

El subrayado es mío, anota: “Junto con Marina Tsvietáiev­a, Nina Berbérova es otro de los grandes aportes de las letras rusas a la literatura del siglo XX”. Después llegaría Lev Tolstói con todo su poderío y desproporc­ión a través de sus diarios

y correspond­encia inéditos en español antes de Selma Ancira, además de obras cortas y magistrale­s del conde de Yásnaia Poliana como

La tormenta de nieve, La felicidad conyugal y el cuento “Tres muertes”.

Estos son los grandes planetas de Selma Ancira traductora, pero hay una multitud de satélites que no han sido ajenos a su curiosidad infatigabl­e, que la han acompañado sin cesar y que suenan al oído en español como verdaderas extrañezas: Nikolái Strájov, el ucraniano Izrail Métter y su novela La quinta esquina, que conseguí —aunque suene inverosími­l— en un supermerca­do de Morelia hará quince años; el cantautor casi clandestin­o de la década de 1970, Bulat Okudzhava, y El viaje de los diletantes, la delicia en Rusia de los estudiante­s y jóvenes que fuimos en esos años; El zigzag del amor de Victoria Tokarieva y La vida de

los insectos de Víctor Pelevin, de las recientes generacion­es de escritores rusos. A todos los autores y autoras que ha traducido, varios de ellos y ellas incluidos en su Paisaje caprichoso…, Selma se ha entregado con fervor. Con cada uno tiene una historia, como se tiene con cada amor que uno tras otro, o simultánea­mente, conforman la vida. Ella misma ha comentado que este libro, este Paisaje caprichoso…, está hecho de sus inquietude­s y de sus pasiones.

El lector de este Paisaje caprichoso… encontrará verdaderas joyas trabajadas y pulidas por la traductora con fina destreza, que suenan al oído de nuestro español con toda naturalida­d. El idioma fluye, corre libre, se desliza fresco, se encabalga, no tiene miedo de decir, pareciera que esos seres de la estepa hablaran en la lengua de Rulfo: “El muchacho le pasó una jícara con agua” dice en el relato de Tolstói “Tres muertes”. Jícara y no cazo o cucharón de madera o metal, como probableme­nte lo hubiese escrito un traductor de España. El muy náhuatl “jícara” es utilizado aquí por Selma Ancira, lo que naturaliza la expresión a nuestra habla. Más adelante otra frase tolstoiana con destello rulfiano: “Dicen que allá en la ciudad hay hospitales para esto; porque aquí, lo que sea de cada quién, me ocupa mi rincón, ¡y ya basta! No tengo espacio para nada. Y encima me exigen que lo tenga limpio”. Cuando Paul Valéry apreció la versión de Jorge Guillén de El cementerio

marino dicen que exclamó: “¡Me adoro en español!”. Si Tolstói se levantara de su apacible tumba en Yásnaia Poliana y leyera la versión de Selma Ancira de sus “Tres muertes” quizá clamaría algo parecido: “¡Me adoro en español mexicano!”. Paisaje caprichoso de la

literatura rusa juega en ese espíritu, al convocar relatos deliciosos de Pushkin, Gógol, Goncharov, Chéjov (representa­do con “La colección”, un auténtico prodigio), Bunin, Bulgákov, Berbérova, y Marina Tsvietáiev­a y su amigo imaginario el diablo.

Me parece que Selma Ancira no traslada de otra lengua un relato, un cuento, una narración, sino que urde un texto nuevo de alta fidelidad a partir de esa otra lengua. Se ha dedicado durante más de tres décadas —como ella misma ha afirmado— a traducir autores, más que libros sueltos. Su Paisaje caprichoso… es resultado de ese trasegar, evidencia la cartografí­a de una pasión. Las historias que componen este libro generoso han sido trasladada­s y recreadas con magia y rigor por una traductora que ha explorado vastas porciones de la extensa y telúrica literatura rusa. Es una obra de traducción admirable, recreación de una escritura que a través de numerosos autores ha intentado descifrar con éxito la fuerza y el espíritu de un pueblo.

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