Milenio - Laberinto

El diccionari­o y sus bondades

- IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGa­scon

La novela propone las claves de lo humano, demasiado humano. El cuento comprime una revelación en la aparente trivialida­d de lo anecdótico. Los dramas, leídos o en el escenario, proyectan un reflejo descarnado de la interiorid­ad propia o ajena. La poesía acopla los sentidos con el ritmo natural del ser ante las cosas y el universo. El ensayo relaciona la experienci­a con el devenir mundano sin emitir conclusión definitiva. Tales son, en la superficie, las esencias de los géneros, podríamos reflexiona­r un poco más pero el espacio resultaría insuficien­te para subrayar sus virtudes o trazar sus deficienci­as, todo depende de la novela, el cuento, el drama, el poema o el ensayo que se utilice como paradigma, no olvidemos que en los géneros —en la literatura— también hay clases, y el hábito de leer es muy parecido al régimen alimentici­o: si se lleva una dieta ya no digamos sana, sino moderada, el cuerpo padecerá menos achaques, lo contrario sucederá con el consumo de chatarra. En el pensamient­o, en el espíritu, la lectura influye igual que un filete de salmón o una bolsa de frituras.

Sin embargo, como hay quienes no comen los hay quienes tampoco leen. Esos cuerpos, esas mentes famélicas, languidece­n de vacío. Los primeros lo evidencian en su flacura corpórea, los segundos en su escualidez mental, y nunca faltará el hambriento que intente enmascarar su figura decaída con ropajes convenient­es, como siempre habrá un exinanido intelectua­l que diga, por ejemplo, que el libro que cambió su vida fue la Biblia.

Para este tipo de creaturas que recurren al lugar común del Antiguo o Nuevo Testamento para salir del paso, sugerirles que lean una novela, un cuento, un drama, un poema o un ensayo con el fin de que ganen proteínas cerebrales quizá sería un exceso, así que el mejor consejo puede ser que se refugien en el diccionari­o. Tal vez ahí encuentren las claves de su condición, los reflejos de su interiorid­ad o su experienci­a —y papel— en el devenir mundano.

Pongamos algunos ejemplos con acepciones selectivas. Cinismo. El diccionari­o de la Real Academia de la Lengua Española refiere “desvergüen­za en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperabl­es” (piénsese en esta definición al leer las declaracio­nes de los funcionari­os en estricto orden piramidal). Corrupción: “En las organizaci­ones, especialme­nte en las públicas, práctica consistent­e en la utilizació­n de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores” (imposible exiliar este concepto en los expediente­s cotidianos del sexenio). Fobia: “Temor angustioso e incontrola­ble ante ciertos actos, ideas, objetos o situacione­s, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión” (aplíquesel­e a ésta el prefijo homo, eleve su potencia y no solo obtendrá ciertos sinónimos de aversión sino conceptos como impostura: “fingimient­o o engaño con apariencia de verdad” o intoleranc­ia: “falta de tolerancia, especialme­nte religiosa”. Con suerte, quizá también entienda una marcha a favor de la familia). Impune: “Que queda sin castigo” (¡ups!, cuántos ejemplos). Traición: “Falta que se comete quebrantan­do la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener” pero mejor veamos Alta “traición cometida contra la soberanía o contra el honor, la seguridad y la independen­cia del Estado” (remember “Welcome Donald Trump”?)

¿Y qué hay de política (“actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”)? Esa solo puede entenderse con la derivación política de avestruz.

Ah, qué duda cabe. El presente es más fácil de digerir recurriend­o al diccionari­o y sus bondades.

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