El diccionario y sus bondades
La novela propone las claves de lo humano, demasiado humano. El cuento comprime una revelación en la aparente trivialidad de lo anecdótico. Los dramas, leídos o en el escenario, proyectan un reflejo descarnado de la interioridad propia o ajena. La poesía acopla los sentidos con el ritmo natural del ser ante las cosas y el universo. El ensayo relaciona la experiencia con el devenir mundano sin emitir conclusión definitiva. Tales son, en la superficie, las esencias de los géneros, podríamos reflexionar un poco más pero el espacio resultaría insuficiente para subrayar sus virtudes o trazar sus deficiencias, todo depende de la novela, el cuento, el drama, el poema o el ensayo que se utilice como paradigma, no olvidemos que en los géneros —en la literatura— también hay clases, y el hábito de leer es muy parecido al régimen alimenticio: si se lleva una dieta ya no digamos sana, sino moderada, el cuerpo padecerá menos achaques, lo contrario sucederá con el consumo de chatarra. En el pensamiento, en el espíritu, la lectura influye igual que un filete de salmón o una bolsa de frituras.
Sin embargo, como hay quienes no comen los hay quienes tampoco leen. Esos cuerpos, esas mentes famélicas, languidecen de vacío. Los primeros lo evidencian en su flacura corpórea, los segundos en su escualidez mental, y nunca faltará el hambriento que intente enmascarar su figura decaída con ropajes convenientes, como siempre habrá un exinanido intelectual que diga, por ejemplo, que el libro que cambió su vida fue la Biblia.
Para este tipo de creaturas que recurren al lugar común del Antiguo o Nuevo Testamento para salir del paso, sugerirles que lean una novela, un cuento, un drama, un poema o un ensayo con el fin de que ganen proteínas cerebrales quizá sería un exceso, así que el mejor consejo puede ser que se refugien en el diccionario. Tal vez ahí encuentren las claves de su condición, los reflejos de su interioridad o su experiencia —y papel— en el devenir mundano.
Pongamos algunos ejemplos con acepciones selectivas. Cinismo. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española refiere “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables” (piénsese en esta definición al leer las declaraciones de los funcionarios en estricto orden piramidal). Corrupción: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores” (imposible exiliar este concepto en los expedientes cotidianos del sexenio). Fobia: “Temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión” (aplíquesele a ésta el prefijo homo, eleve su potencia y no solo obtendrá ciertos sinónimos de aversión sino conceptos como impostura: “fingimiento o engaño con apariencia de verdad” o intolerancia: “falta de tolerancia, especialmente religiosa”. Con suerte, quizá también entienda una marcha a favor de la familia). Impune: “Que queda sin castigo” (¡ups!, cuántos ejemplos). Traición: “Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener” pero mejor veamos Alta “traición cometida contra la soberanía o contra el honor, la seguridad y la independencia del Estado” (remember “Welcome Donald Trump”?)
¿Y qué hay de política (“actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos”)? Esa solo puede entenderse con la derivación política de avestruz.
Ah, qué duda cabe. El presente es más fácil de digerir recurriendo al diccionario y sus bondades.