Mirar y comprender
En su estudio Modernidad. La atracción de la herejía de Baudelaire a Beckett, Peter Gay mostró que bajo las superficiales y en apariencia tranquilas aguas de la era victoriana, que no circunscribía solo a Inglaterra sino a Europa en general, un puñado de rebeldes, fundamentalmente pintores y escritores, trabajó para socavar el orden y la sensibilidad conservadora, el rasgo definitorio de la época. Esta idea guía el trabajo de Gabriel Bernal Granados en su libro de ensayos Anotaciones para una teoría del fracaso (Fondo de Cultura Económica, México, 2016). El autor explica que al ir escribiendo los textos que lo integran “iba cayendo en la cuenta de que estaba trabajando en contra de la noción generalizada de que el siglo XIX había sido un periodo transitorio, aburrido y acartonado en comparación con los primeros años del XX”.
Gay coloca a Charles Baudelaire como el primer artista que comienza a sacudir la modorra de una sociedad que, luego de la tormenta napoleónica, a lo único que aspiraba era a una pax aeterna. El juicio al que se le sometió tras la publicación de Las flores del mal lo hace un precursor, junto con su maestro Edgar Allan Poe, de la galería de “fracasados” que presenta Bernal Granados. “En el imaginario de los artistas y escritores de los siglos XIX y XX, la idea del fracaso”, escribe, “se tornó una reflexión sobre el arte y los medios de producirlo frente a una sociedad indiferente. Artistas y escritores dejaron de ocupar un lugar central y se convirtieron, por voluntad propia, en entidades marginales”. Decepcionar, más que provocar al público, sería la consigna de esta pléyade de personalidades, cuyo único compromiso era con su vocación y el perfeccionamiento que les exigía. La actitud discreta de Stéphane Mallarmé, el poeta-emblema que elige Bernal Granados, implica un ascetismo, representa la actitud a la que todo epígono debería aspirar. Tanto Un golpe de
dados como algunos poemas sueltos (especialmente el “Soneto en ix”) dan cuenta del modo en que el auténtico artista debía conducirse. Por un lado está el proceso intelectual de elaboración; por otro, lo que llamaríamos la zona ética de la persona. Alguien cuyo objetivo sea el éxito social no puede ser considerado un artista. De cualquier modo, esa falta de reconocimiento es lo que mayormente define el fracaso del que habla el también autor de Murallas.
Acaso sea Herman Melville quien mejor represente la paradoja del artista que triunfa al realizar una obra maestra, pero fracasa ante el público que no tiene la capacidad ni las ganas de seguirlo. Melville escribió Moby
Dick cuando tenía 30 años. Era consciente de su genio e intuía, como Mallarmé, que toda obra revolucionaria implicaba la creación de nuevas formas. La obligación y el reto del artista es crearlas. La otra parte, la respuesta del lector, ya no entra en sus dominios. El fracaso de Melville no solo tuvo que ver con el nulo reconocimiento de Moby Dick (aun hoy considerada erróneamente una novela “infantil y juvenil”), sino por las consecuencias que tuvo en su personalidad. Su hipersensibilidad no supo asimilar el fracaso y provocó que su familia se alejara de él. Pero el hecho más grave fue su renuncia al arte, su negación a seguir explorándose y salvarse mediante el ejercicio y la depuración de su talento.
En algunos casos, como los de Mallarmé y Melville, se han hecho lecturas desde la tradición hermética y mística, pero la de Bernal Granados se lleva a cabo desde una perspectiva estética. Aunque haya figuras que prefiguran las vanguardias —además de Mallarmé, Cézanne—, desde cierto “conservadurismo” hubo otros que hicieron que la percepción se ampliara. Desde Francia y Estados Unidos —Edgar Degas y Thomas Eakins— trastocaron la pintura a partir del realismo. El deporte, esa actividad terrenal y nada profunda, es tratado por ambos. En Carrera de caballeros. Antes de la salida y Caballos frente a las gradas, hace notar el ensayista, Degas descorre “el velo de la realidad” y, al igual que Proust, lo que nos presenta es el final de la burguesía decimonónica y la llegada del pueblo. Sus medios técnicos —el pastel, el carboncillo, la tinta— pertenecientes a una jerarquía menor comparados con el óleo, se vuelven idóneos “para reflejar el vaivén afectivo de la ciudad moderna”. Eakins, a su vez, elige el boxeo como tema. Para el espectador despistado, Entre rounds solo es una mera representación de un hecho deportivo, pero hay una primera referencia clara que remite al circo romano; y luego, en un plano más profundo, deviene reflexión sobre la carne. Pero también Degas y Eakins comparten un hallazgo: no hay que presentar una escena como una totalidad, sino como un fragmento donde lo más importante ocurre no dentro sino fuera del cuadro. Trascendiendo el siglo XIX, Anotaciones para una
teoría del fracaso incluye también a algunos artistas y escritores del siglo XX como Egon Schiele y Pierre Michon, quienes dieron continuidad a esta otra tradición que no tiene nada de secreta y que solo pide un compromiso fuera de toda veleidad.