Milenio - Laberinto

“En la juventud, los padres están de adorno”

Te prometo anarquía mira a la Ciudad de México sobre una patineta, una historia de amor en clave negra

- HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjo­rdan@gmail.com

Por primera vez hice una película con la que no tuve tantas limitantes de producción”, dice Julio Hernández Cordón acerca de Te prometo anarquía, que para el guatemalte­co representa una transición, primero geográfica —es la primera que rueda en México—, y después por la forma de trabajo. A partir de la relación entre Miguel y Johnny, dos jóvenes que se dedican a andar en patineta y a pasarla bien, el cineasta habla de la homosexual­idad, el narcotráfi­co, la Ciudad de México, pero, sobre todo, del amor. “Es una cinta sin panfleto y quiero que el público saque sus conclusion­es”, advierte en entrevista.

¿Cómo nace Te prometo anarquía?

Nace a partir de mi hermano: es gay. Además quería filmar una película de cine negro; después sumó la venta de sangre y al final la vida de los patinetos.

¿Cómo llegó al tráfico de sangre?

En la primera versión del guión tocaba el tráfico de cocaína pero se me hizo un cliché. Googleando palabras al azar escribí sangre y encontré noticas sobre la venta de sangre, que es ilegal en México. Hay un mercado clandestin­o. Encontré artículos en los que se hablaba de convoyes de narcotrafi­cantes con laboratori­os para la transfusió­n de sangre; es lógico que la necesiten para sus heridos. En la frontera hay quien dona un riñón o un pedazo de médula para cruzar.

Su cine es cercano a las historias de los jóvenes.

Fue un periodo que me marcó. Es una etapa en la que hay inocencia y, a la vez, prevalece la idea de que uno puede hacer todo. Los personajes jóvenes me permiten navegar por aguas turbias. Creo que mucha de la gente que está en el mundo del narco tiene cierta inocencia; no sabe que se mete a la boca del lobo. México es un país de jóvenes y son los que menos oportunida­des tienen.

¿Por qué hablar de los skates?

Quería hacer un homenaje a la Ciudad de México. Quienes la transitan de manera orgánica y por diversión son los skates. Cuando hablé con algunos de ellos me contaban que se la pasaban vagando entre siete y ocho horas. Se mueven sin prisa.

En su película destaca también la ausencia de los padres.

Para muchos jóvenes, los padres están de adorno; entre menos comunicaci­ón se tenga con ellos, mejor; sobre todo si hacen cosas indebidas. En la juventud, la familia se constituye por la amistad y no por los lazos sanguíneos.

Muestra una historia de amor gay, sin que el drama o la intoleranc­ia ante la homosexual­idad sea el hilo conductor.

Creo que hay mucho al respecto. Decidí que fueran dos chicos y ante todo es una historia de amor. Quería implicarme en la relación de dos hombres y la forma en que se muestran cariño sin decirlo todo el tiempo; quería abordarla desde una posición masculina porque entre los gay el espectro es muy amplio. Recuerdo que mi hermano me pedía que no hiciera una película feminoide.

Es su primera película filmada en México. ¿Qué implicó dejar de rodar en Guatemala?

Crecí en México, estudié en el CCC y luego salí. Era importante enfrentarm­e cinematogr­áficamente a la ciudad. Tengo la fortuna de haber vivido en distintos lugares y tengo la capacidad de adaptarme. Me gustó descubrir espacios que nunca habían aparecido en el cine. Es una película sobre la Ciudad de México pero no a partir de postales o lugares comunes.

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