Juego de contradicciones
El cuerpo de U pone al descubierto la dificultad para juzgar las acciones y las dudas ajenas
El cuerpo de U es un juego en serio, una propuesta escénica que busca moverle la butaca al espectador, hacerlo caminar sobre el escenario y al mismo tiempo lanzarlo el interior de su conciencia y a la visión de una sociedad hundida en conflictos generadores de involución humana, o al menos, de estatismo.
El inicio del montaje sorprende a los espectadores que son conducidos por grupos hasta diversos bloques de sillas sobre el escenario, desde donde observan el desplazamiento de los actores de un lado a otro, al tiempo en que pronuncian frases que cobrarán sentido más tarde.
Los integrantes del grupo Teatro Bola de Carne exponen las reglas de un juego que supone a la audiencia conformadora del cuerpo de U, una persona muerta, a la que simbólicamente llegarán los actores jugadores. Al mismo tiempo, la audiencia funge como un jurado silente que levantará su mano con un sello azul o rojo, dependiendo de la teórica “solución” que dos elijan sobre determinado conflicto.
El juego integra un tablero sobre una mesa blanca, en el que cada jugador–actor avanzará según el número que sumen los votos de la audiencia y el número romano que posteriormente saque de una bolsa.
El cuerpo de U plantea asuntos como la sentencia de muerte a un torturador; el conflicto interior que vive un transexual al cambiar de opinión respecto a su nueva identidad sexual, sumado a la batalla con su madre y con la sociedad; el incesto, la obediencia, el castigo, la moral y las leyes.
La obra, escrita por Julieta y Bernardo Gamboa (quien dirige el montaje), pide al espectador levantar su mano con el sello azul o rojo, lo que revela su postura ante la problemática expuesta. Sin embargo, al avanzar el montaje hay quienes se abstienen de dar su voto al encontrar inviable dos vías únicas ante un mar de contradicciones, que es lo que este colectivo artístico busca evidenciar.
El grupo Bola de Carne, integrado por Bernardo Gamboa, Micaela Gramajo, Meraqui Pradis y Roberto Pichardo, consigue su objetivo: sacar al espectador de su comodidad, empujarlo a participar.
Cabe, sin embargo, el análisis sobre la estructura del planteamiento de las disyuntivas ofrecidas, sobre todo la relativa a la situación del personaje transexual, que puede provocar confusión en los votantes. Es precisamente la escena entre el personaje transexual y su madre, a cargo de Micaela Gramajo y Meraqui Pradis, la que se desarrolla con la intensidad, el ritmo y la complejidad actoral que un planteamiento así requiere, al grado incluso de que las contradicciones entre ambos amplían su espectro hacia el abismo insondable de las relaciones madre hijo/ hija en toda circunstancia.
Quizá por el vértigo propio de este espectáculo que exige tránsito raudo y cambio de espacios, incluidas instrucciones, rompimientos, así como entradas y salidas de la ficción en fracciones de minutos, la solidez de algunas escenas se diluye a ratos, aunque también, en su mayoría, se recuperan.
Cabría la reflexión respecto a mesurar la urgencia de exponer tantos conflictos para avanzar con mayor profundidad en la huella que se espera dejar en el espectador.
Por encima de las dificultades implícitas en esta propuesta, las imágenes creadas por los actores enfundados en su overol rosa, su energía, su capacidad creativa, así como las acciones —bajo el diseño de iluminación de Mario Alberto Gártor, que exige luz específica para espacios inusuales como los rincones del escenario o uno de los desahogos y espacios propuestos por Josefina Dellatorre, incluido el tablero de Laura Gamboa—, despliegan parte del juego cruel en el que tomamos parte.