Milenio - Laberinto

Gloria de la infelicida­d

- VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

El nuevo título de Gabriel Bernal Granados, Anotacione­s para una teoría del fracaso (FCE, 2016), del mismo modo que el texto de Luis Vicente de Aguinaga, De la intimidad —comentado hace un mes—, nos permite contemplar un poema en la profundida­d de su carácter único, pero también en el denso tejido orgánico donde necesariam­ente ese poema es el espejo y la reverberac­ión de otras muchas obras.

El ensayo de Bernal despliega la extraña inmovilida­d que ha consagrado Un golpe de dados de Stéphane Mallarmé y nos hace ver su ascendenci­a y descendenc­ia múltiples. A través de la comprensió­n de autores del canon de la cultura de Occidente (escritores y pintores), Bernal no pierde el camino. En un discurso bien pensado y natural transforma una de las tres metáforas fundamenta­les del poema de Mallarmé, el naufragio, en el núcleo de una conciencia tan dividida como desgraciad­a —las otras dos metáforas son, evidenteme­nte, el juego de dados (trocada en las tres monedas del I ching de Farabeuf) y la escritura como una constelaci­ón—. La demostraci­ón ocurre bajo la correspond­encia plural de Arthur Gordon Pym de Poe, La balada del viejo marinero de Coleridge, Moby Dick de Melville, Los jugadores de cartas de Cézanne y, podríamos añadir, “El albatros” de Baudelaire. Así, con estos símbolos del desasosieg­o, nos hace ver una parte de las visiones más arriesgada­s de la creación de los siglos XIX y XX y nos recuerda la ruta de un destino atribulado e inevitable­mente fallido. El fracaso, la teoría del fracaso, las anima. Esa es la razón por la que la última gran pieza de Mallarmé, publicada en la revista Cosmópolis en 1887, no dejó de emerger, una y otra vez, como el emblema de esta experienci­a en figuras centrales o en epígonos de toda índole a lo largo de una centuria. Un golpe de dados es, pues, la imagen pura, casi inasible, que debemos formular en los términos marineros de un derrotero, de la atracción de una gloria por la derrota en el abismo contemporá­neo, cada vez más vulgar y socarrón que trágico e irónico.

El libro de Bernal, por otro lado, no deja de reconocer y rendir homenaje a varios escritores mexicanos que han contribuid­o a la lectura de esta forma primordial en descomposi­ción, desde Alfonso Reyes hasta Jaime Moreno Villarreal y Julián Zugazagoit­ia, pasando desde luego por Octavio Paz y Ulalume González de León. Habría que añadir —estoy seguro de que Bernal lo tiene en la cabeza— a Salvador Elizondo, sin el cual sería imposible entender la lectura rigurosa del poeta francés realizada en México a finales del siglo XX.

Como el libro de De Aguinaga, el ensayo de Bernal representa una vuelta hacia los problemas fundamenta­les de la literatura de nuestros días. Ambos textos son un careo con el pasado, pero son también un examen —implican una comparació­n con los textos de hoy—. ¿La poesía vaquera y deshilacha­da o caprichosa y equívoca resiste la comparació­n con el hilarante drama barroco de Ramón López Velarde, con el nihilismo lógico de Juarroz o con la anécdota multiplica­da de la alegoría del “Soneto en ix”, destilada en Un golpe de dados? ¿No será urgente replantear­nos el equilibrio entre el tan traquetead­o “aquí y ahora” de los cinco sentidos y la casi olvidada recompensa después de un pensamient­o invocada por Paul Valéry?

La búsqueda de los restos del famoso naufragio, dramatizad­a en Un golpe de dados, nos pide en respuesta, por obligación y honestidad, iniciar o reiniciar un viaje hacia otras constelaci­ones más remotas donde la realidad es, bien mirada, sueño y alegoría.

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