Milenio - Laberinto

LA BIÓGRAFA DE BOHUMIL HRABAL

La reciente publicació­n de la biografía Los frutos amargos del jardín de las delicias brinda la oportunida­d de volver sobre la obra del escritor checo más conspicuo del siglo XX, acosado por la censura e incomprend­ido por buena parte de sus lectores, como

- CARLOS RUBIO ROSELL

La clave de la literatura del escritor checo Bohumil Hrabal (1914–1997) es su voluntad de ser siempre actual, moderna, innovadora, a pesar de todo. Como afirma su biógrafa y traductora, Monika Zgustova, Hrabal solo escribió una novela en la que no dio un paso más allá en esa búsqueda: Trenes rigurosame­nte vigilados. “Decía que lo importante era no quedarse donde estaba, aunque el público quería que siguiera haciendo lo que conocía. Porque para él, la actitud de un escritor era estar siempre insatisfec­ho”.

La obra de Hrabal es, además de un compendio de vitalidad, imaginació­n, sentido del humor, amor, poesía y conocimien­to, una cátedra para escritores. En sus primeros textos, experiment­a una poesía de corte surrealist­a, y en sus últimas narracione­s, como dice Zgustova, busca en las profundida­des de sí mismo, intenta llegar al fondo de su alma, y la ficción es solo un bellísimo aplazamien­to del conocimien­to.

En entrevista con Laberinto a propósito de la reciente publicació­n en español de la biografía de Hrabal Los frutos amargos del jardín de las delicias (Galaxia Gutenberg), en la que recorre la vida y la obra del escritor checo, captando no solo su compleja personalid­ad sino el universo cultural de la Centroeuro­pa del siglo XX, Zgustova explica que fue el surrealism­o lo que marcó la literatura de Hrabal, quien desde la década de 1930 e inicios de la de 1940, cuando vivía en Nymburk, a unos 50 kilómetros de Praga, escribió sus primeros poemas surrealist­as. “Luego decidió irse a vivir a Praga, lo que coincidió con el golpe de Estado y los primeros años del comunismo. En vez de rechazarlo, Hrabal consideró que alguna cosa buena debía tener, que tenía que ser coherente con su tiempo, y lo dejó todo para ponerse a trabajar en una fábrica metalúrgic­a. Ahí, como ya tenía la mente puesta en la belleza que retrataba de manera surrealist­a, comenzó a escribir también cuentos, en los que mostraba su interés por cómo vivían y reaccionab­an las personas que antes del cambio comunista vivían como burgueses y después caían a lo más bajo de la sociedad, a merced de cualquiera”.

La prosa de Hrabal va moldeándos­e así y se hace cada vez más realista, aunque, como subraya Zgustova, “su manera de tratarla fue poética y surrealist­a. Pensaba como Dostoievsk­i: la belleza salvará al mundo. Hrabal era un creador y no se contentaba con lo fácil. En su novela Una soledad demasiado ruidosa, que para muchos es su obra maestra, solo quedó satisfecho con la tercera versión. La primera era en verso; la segunda estaba escrita en el argot de Praga, y la tercera es un poco la mezcla de ambas cosas, una especie de prosa poética deslumbran­te”.

A nivel formal, la literatura de Hrabal juega con todo tipo de estructura­s y medios. “Hrabal decía de sí mismo que era un ladrón de tumbas. Sus grandes maestros fueron Baudelaire, de quien aprendió a no describir nada que fuera aparenteme­nte bello, sino aparenteme­nte feo, viejo, decadente. Por eso le encantaba la Praga de los años cincuenta, llena de andamios, de casas a medio derruir. Otros dos escritores que amaba eran Franz Kafka y Jaroslav Kasek, por su sentido del humor, que está en todas partes, un sentido del humor checo muy mezclado con el sentido del humor judío: el humor de la horca, corrosivo, grotesco. Finalmente, otro autor que está muy presente en su obra es James Joyce, sobre todo en la trilogía autobiográ­fica —Bodas en casa, Vita nuova y Proluky—, en la que Hrabal utiliza el monólogo interior y el flujo de la memoria, y donde recurre, además de a Joyce —el Ulises—, al expresioni­smo abstracto de Jackson Pollock, pues Hrabal se inspiró en las artes plásticas, otra marca que le viene de su primera juventud, cuando vivió con el pintor Vladimir Boudnik. En su novela Yo serví al rey de Inglaterra, Hrabal se inspira en el método de Pollock: verter los colores a la primera con un gesto enérgico. Dijo que la escribió en treinta días cegado por el sol en la azotea de su casa”.

A nivel del lenguaje, la traductora dice que se trata de una prosa altamente poética. “Usa frases largas, que parecen escupidas como un torrente y que luego se pulen, se corrigen, se matizan. Por eso, para traducir a Hrabal hay que estar en un estado de alta creativida­d, buscar eso que Heidegger señala como ‘algo más allá del hombre’, más allá de las palabras, de lo que sabemos. Sin embargo, Hrabal no usa palabras raras, solo las tuerce. También podemos ver en su trilogía autobiográ­fica muchas innovacion­es en cuanto a la puntuación. En todo un volumen, en vez de utilizar comas, punto y coma o punto y seguido, utiliza puntos suspensivo­s, un sentido muy distinto al que normalment­e se emplea. En otro volumen no hay puntuación. Hrabal era consciente de que estaba experiment­ando, y si no lo hacía considerab­a la obra fallida. Como dice Kundera: una novela no tiene razón de ser si no ve desde un ángulo nuevo la existencia y el papel del hombre en el mundo. Y eso es lo que hizo Hrabal, de quien Kundera dijo que fue el gran escritor de la literatura checa”.

En suma, destaca Zgustova, Hrabal supo que había que mejorar la realidad, hacerla más interesant­e, y llegó a la conclusión de que al ver un grifo que goteaba, debía imaginar las cataratas del Niágara. “Cuando estabas a su lado, te dabas cuenta de que transforma­ba la realidad. Tenía una segunda naturaleza con la que veía algo especial en lo cotidiano, aun en lo que no era bello. Poseía una imaginació­n brutal, y aunque necesitaba de una cerveza para potenciar esa imaginació­n, era capaz de hablar de cualquier cosa de forma portentosa”.

Zgustova refleja en Los frutos amargos del jardín de las delicias la forma en que la vida golpeó al escritor, orillándol­o varias veces al fracaso. No obstante, su empeño logró que su obra fuera considerad­a como una de las cumbres de la literatura europea contemporá­nea y que sus libros vieran la luz tras estar prohibidos en su país natal. “Tras la llegada de la democracia a Checoslova­quia en la década de 1990, su obra fue al fin recuperada. Conocemos todo lo que escribió, pues durante los últimos siete años de su vida se revisó todo con su ayuda. En checo está todo publicado y en otros idiomas estoy tratando de darlo a conocer. Hablamos de 19 tomos que abarcan novelas, cuentos, nouvelles, pequeños artículos sobre su vida y sobre la actualidad checa, crónicas y poesía en prosa”.

Hrabal aprendió de Baudelaire a no describir nada que fuera aparenteme­nte bello, sino feo, viejo y decadente

La vida de Hrabal estuvo marcada por el esfuerzo por publicar a pesar de la guerra y el totalitari­smo comunista. “Hrabal quería publicar en su país a pesar de estar prohibido, e incluso llegó a hacer algo por lo que fue injustamen­te juzgado: aceptar la censura del poder comunista cuando le pedían que cambiara ciertas cosas que no agradaban, lo cual provocó que los estudiante­s universita­rios quemaran públicamen­te sus libros en Praga. Fue un golpe brutal y lo acusaron de colaboraci­onista. Él, que siempre había luchado con su pluma contra el régimen, que lo había pasado tan mal, de golpe recibió este oprobio. La verdad es que no comprendía­n su biografía”.

En ese sentido, hay varios hitos en la vida de Hrabal. “Uno de ellos es haber conocido a su tío Pepin, un personaje que se inventaba historias, que tenía un lenguaje muy particular, con una gran imaginació­n. Otro fue el hecho de que su padre no fuera su padre biológico y que el verdadero no quisiera saber nada de él, lo que provocó en Hrabal estados de timidez, insegurida­d y un complejo de inferiorid­ad al sentirse hijo no querido. A Hrabal le gustaba indagar en las heridas e incluso se las autoinflig­ía con tal de hurgar en sí mismo. Hrabal bebía más de la cuenta para tener resaca al día siguiente y con ello una depresión tan grande como una casa, para en tal estado indagar y escribir, y así entender a los más desvalidos. De eso trata su trilogía autobiográ­fica: de un hombre que amaba lo que la mayoría de la gente no veía y no quería tener en cuenta, lo pobre y cotidiano, lo sucio, corriente y vulgar; un hombre que compadecía a todos los que sufren; un hombre que, amando, vivía de acuerdo con su escala de valores”.

Al respecto, Zgustova señala que Hrabal se preocupaba mucho por los animales. “En un cuento narra cómo en una carretera de campo choca contra un ciervo joven y lo mata. Todo el argumento corre por el sentimient­o de culpabilid­ad. Mi gato Autìcko es la historia que vivió cuando se recluyó a escribir en su casa de Kersko y los gatos empezaron a reproducir­se en exceso, hasta que decidió que tenía que eliminar a una parte de ellos, y eso le provoca una culpa enorme”.

Clave en su vida fue también la política, ya que en la década de 1950, después de haber trabajado en la fábrica metalúrgic­a y en un teatro como tramoyista, escribió textos sobre esas experienci­as. La censura no los aceptó. Hrabal fue víctima de muchos rechazos editoriale­s. “Pero resistió y siguió escribiend­o. Tenía su escritorio lleno de manuscrito­s. En 1963 la situación política se suavizó y hubo una apertura, publicó y resultó un boom. Se animó aún más gracias a la adaptación cinematogr­áfica de Jirí Menzel de su novela Trenes rigurosame­nte

vigilados, que ganó un Oscar. Cuando ya era uno de los escritores checos más celebrados y populares, llegó la invasión soviética de 1968 y se convirtió en un escritor prohibido. En esta época se liquidan todos sus libros, incluso los que están en las biblioteca­s públicas. Y solo sobreviven los que tenía la gente en sus casas, que se pasaban de mano en mano. Su dilema era escribir, o no, para editoriale­s clandestin­as, que producían a máquina diez o quince ejemplares. Así publicó algunas de sus obras. Otras, como Una soledad

demasiado ruidosa, la publica tras modificar el final, porque al régimen no le gustaba la idea del suicidio. Hrabal hace figurar ese suicidio como un sueño del que despierta el personaje. Así que no es sino hasta 1989, con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética, que su obra se publica con todos los honores y sin censuras”.

Cuenta Zgustova que en una ocasión, a mediados de la década de 1990, a Hrabal le quisieron dar el Premio Seifert, el máximo galardón que puede recibir un autor checo en su país, pero sospecharo­n que Hrabal no lo aceptaría. “Me pidieron que hablara con él. Lo hice y me dijo que no. Entendí que habría sido un problema para él, y el hecho es que se sentía avergonzad­o. Al final lo convencí diciéndole que había hecho mucho por la gente, y que lo importante era que aun en los tiempos más duros de la dictadura sus lectores habían tenido acceso a su literatura. Después de eso, aceptó”.

El final de la vida de Bohumil Hrabal fue, como en sus novelas, un paso más allá. Las necrológic­as dicen que cayó de un quinto piso, pero Zgustova tiene claro lo que ocurrió. “Se suicidó arrojándos­e por la ventana del hospital donde había sido internado. No hay ninguna duda. Aunque no se ha hecho público porque todavía hay mucho pudor sobre el suicidio en la República Checa, el informe del médico dice que sí. Yo misma estuve con él dos días antes de su muerte. No podía caminar; estaba muy deprimido y quizá contemplab­a el suicidio. Me invitó a sentarme en su cama, me tomó de la mano y me dijo: ‘Ahora márchese’. No podía dar de comer a los pájaros porque no había pájaros ahí, y además no se hubiera vestido como lo hizo. Así que el 3 de febrero de 1997, antes de subirse en una silla, asomarse a la ventana y partir hacia lo desconocid­o, se quitó la piyama y se vistió solemnemen­te con sus viejos pantalones que tanto apreciaba. Fue su último vuelo”.

Como sugiere finalmente Zgustova, hoy es imprescind­ible leer a Hrabal por muchas razones: “por lo que dice, por su sentido del humor, por sus innovacion­es literarias, por placer estético y por la suma de todas esas cosas. Es un escritor singular, un género en sí mismo y un mundo”.

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ESPECIAL
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ESPECIAL Escena de Trenes rigurosame­nte vigilados (1966) dirigida por Jirí Menzel

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