LA BIÓGRAFA DE BOHUMIL HRABAL
La reciente publicación de la biografía Los frutos amargos del jardín de las delicias brinda la oportunidad de volver sobre la obra del escritor checo más conspicuo del siglo XX, acosado por la censura e incomprendido por buena parte de sus lectores, como
La clave de la literatura del escritor checo Bohumil Hrabal (1914–1997) es su voluntad de ser siempre actual, moderna, innovadora, a pesar de todo. Como afirma su biógrafa y traductora, Monika Zgustova, Hrabal solo escribió una novela en la que no dio un paso más allá en esa búsqueda: Trenes rigurosamente vigilados. “Decía que lo importante era no quedarse donde estaba, aunque el público quería que siguiera haciendo lo que conocía. Porque para él, la actitud de un escritor era estar siempre insatisfecho”.
La obra de Hrabal es, además de un compendio de vitalidad, imaginación, sentido del humor, amor, poesía y conocimiento, una cátedra para escritores. En sus primeros textos, experimenta una poesía de corte surrealista, y en sus últimas narraciones, como dice Zgustova, busca en las profundidades de sí mismo, intenta llegar al fondo de su alma, y la ficción es solo un bellísimo aplazamiento del conocimiento.
En entrevista con Laberinto a propósito de la reciente publicación en español de la biografía de Hrabal Los frutos amargos del jardín de las delicias (Galaxia Gutenberg), en la que recorre la vida y la obra del escritor checo, captando no solo su compleja personalidad sino el universo cultural de la Centroeuropa del siglo XX, Zgustova explica que fue el surrealismo lo que marcó la literatura de Hrabal, quien desde la década de 1930 e inicios de la de 1940, cuando vivía en Nymburk, a unos 50 kilómetros de Praga, escribió sus primeros poemas surrealistas. “Luego decidió irse a vivir a Praga, lo que coincidió con el golpe de Estado y los primeros años del comunismo. En vez de rechazarlo, Hrabal consideró que alguna cosa buena debía tener, que tenía que ser coherente con su tiempo, y lo dejó todo para ponerse a trabajar en una fábrica metalúrgica. Ahí, como ya tenía la mente puesta en la belleza que retrataba de manera surrealista, comenzó a escribir también cuentos, en los que mostraba su interés por cómo vivían y reaccionaban las personas que antes del cambio comunista vivían como burgueses y después caían a lo más bajo de la sociedad, a merced de cualquiera”.
La prosa de Hrabal va moldeándose así y se hace cada vez más realista, aunque, como subraya Zgustova, “su manera de tratarla fue poética y surrealista. Pensaba como Dostoievski: la belleza salvará al mundo. Hrabal era un creador y no se contentaba con lo fácil. En su novela Una soledad demasiado ruidosa, que para muchos es su obra maestra, solo quedó satisfecho con la tercera versión. La primera era en verso; la segunda estaba escrita en el argot de Praga, y la tercera es un poco la mezcla de ambas cosas, una especie de prosa poética deslumbrante”.
A nivel formal, la literatura de Hrabal juega con todo tipo de estructuras y medios. “Hrabal decía de sí mismo que era un ladrón de tumbas. Sus grandes maestros fueron Baudelaire, de quien aprendió a no describir nada que fuera aparentemente bello, sino aparentemente feo, viejo, decadente. Por eso le encantaba la Praga de los años cincuenta, llena de andamios, de casas a medio derruir. Otros dos escritores que amaba eran Franz Kafka y Jaroslav Kasek, por su sentido del humor, que está en todas partes, un sentido del humor checo muy mezclado con el sentido del humor judío: el humor de la horca, corrosivo, grotesco. Finalmente, otro autor que está muy presente en su obra es James Joyce, sobre todo en la trilogía autobiográfica —Bodas en casa, Vita nuova y Proluky—, en la que Hrabal utiliza el monólogo interior y el flujo de la memoria, y donde recurre, además de a Joyce —el Ulises—, al expresionismo abstracto de Jackson Pollock, pues Hrabal se inspiró en las artes plásticas, otra marca que le viene de su primera juventud, cuando vivió con el pintor Vladimir Boudnik. En su novela Yo serví al rey de Inglaterra, Hrabal se inspira en el método de Pollock: verter los colores a la primera con un gesto enérgico. Dijo que la escribió en treinta días cegado por el sol en la azotea de su casa”.
A nivel del lenguaje, la traductora dice que se trata de una prosa altamente poética. “Usa frases largas, que parecen escupidas como un torrente y que luego se pulen, se corrigen, se matizan. Por eso, para traducir a Hrabal hay que estar en un estado de alta creatividad, buscar eso que Heidegger señala como ‘algo más allá del hombre’, más allá de las palabras, de lo que sabemos. Sin embargo, Hrabal no usa palabras raras, solo las tuerce. También podemos ver en su trilogía autobiográfica muchas innovaciones en cuanto a la puntuación. En todo un volumen, en vez de utilizar comas, punto y coma o punto y seguido, utiliza puntos suspensivos, un sentido muy distinto al que normalmente se emplea. En otro volumen no hay puntuación. Hrabal era consciente de que estaba experimentando, y si no lo hacía consideraba la obra fallida. Como dice Kundera: una novela no tiene razón de ser si no ve desde un ángulo nuevo la existencia y el papel del hombre en el mundo. Y eso es lo que hizo Hrabal, de quien Kundera dijo que fue el gran escritor de la literatura checa”.
En suma, destaca Zgustova, Hrabal supo que había que mejorar la realidad, hacerla más interesante, y llegó a la conclusión de que al ver un grifo que goteaba, debía imaginar las cataratas del Niágara. “Cuando estabas a su lado, te dabas cuenta de que transformaba la realidad. Tenía una segunda naturaleza con la que veía algo especial en lo cotidiano, aun en lo que no era bello. Poseía una imaginación brutal, y aunque necesitaba de una cerveza para potenciar esa imaginación, era capaz de hablar de cualquier cosa de forma portentosa”.
Zgustova refleja en Los frutos amargos del jardín de las delicias la forma en que la vida golpeó al escritor, orillándolo varias veces al fracaso. No obstante, su empeño logró que su obra fuera considerada como una de las cumbres de la literatura europea contemporánea y que sus libros vieran la luz tras estar prohibidos en su país natal. “Tras la llegada de la democracia a Checoslovaquia en la década de 1990, su obra fue al fin recuperada. Conocemos todo lo que escribió, pues durante los últimos siete años de su vida se revisó todo con su ayuda. En checo está todo publicado y en otros idiomas estoy tratando de darlo a conocer. Hablamos de 19 tomos que abarcan novelas, cuentos, nouvelles, pequeños artículos sobre su vida y sobre la actualidad checa, crónicas y poesía en prosa”.
Hrabal aprendió de Baudelaire a no describir nada que fuera aparentemente bello, sino feo, viejo y decadente
La vida de Hrabal estuvo marcada por el esfuerzo por publicar a pesar de la guerra y el totalitarismo comunista. “Hrabal quería publicar en su país a pesar de estar prohibido, e incluso llegó a hacer algo por lo que fue injustamente juzgado: aceptar la censura del poder comunista cuando le pedían que cambiara ciertas cosas que no agradaban, lo cual provocó que los estudiantes universitarios quemaran públicamente sus libros en Praga. Fue un golpe brutal y lo acusaron de colaboracionista. Él, que siempre había luchado con su pluma contra el régimen, que lo había pasado tan mal, de golpe recibió este oprobio. La verdad es que no comprendían su biografía”.
En ese sentido, hay varios hitos en la vida de Hrabal. “Uno de ellos es haber conocido a su tío Pepin, un personaje que se inventaba historias, que tenía un lenguaje muy particular, con una gran imaginación. Otro fue el hecho de que su padre no fuera su padre biológico y que el verdadero no quisiera saber nada de él, lo que provocó en Hrabal estados de timidez, inseguridad y un complejo de inferioridad al sentirse hijo no querido. A Hrabal le gustaba indagar en las heridas e incluso se las autoinfligía con tal de hurgar en sí mismo. Hrabal bebía más de la cuenta para tener resaca al día siguiente y con ello una depresión tan grande como una casa, para en tal estado indagar y escribir, y así entender a los más desvalidos. De eso trata su trilogía autobiográfica: de un hombre que amaba lo que la mayoría de la gente no veía y no quería tener en cuenta, lo pobre y cotidiano, lo sucio, corriente y vulgar; un hombre que compadecía a todos los que sufren; un hombre que, amando, vivía de acuerdo con su escala de valores”.
Al respecto, Zgustova señala que Hrabal se preocupaba mucho por los animales. “En un cuento narra cómo en una carretera de campo choca contra un ciervo joven y lo mata. Todo el argumento corre por el sentimiento de culpabilidad. Mi gato Autìcko es la historia que vivió cuando se recluyó a escribir en su casa de Kersko y los gatos empezaron a reproducirse en exceso, hasta que decidió que tenía que eliminar a una parte de ellos, y eso le provoca una culpa enorme”.
Clave en su vida fue también la política, ya que en la década de 1950, después de haber trabajado en la fábrica metalúrgica y en un teatro como tramoyista, escribió textos sobre esas experiencias. La censura no los aceptó. Hrabal fue víctima de muchos rechazos editoriales. “Pero resistió y siguió escribiendo. Tenía su escritorio lleno de manuscritos. En 1963 la situación política se suavizó y hubo una apertura, publicó y resultó un boom. Se animó aún más gracias a la adaptación cinematográfica de Jirí Menzel de su novela Trenes rigurosamente
vigilados, que ganó un Oscar. Cuando ya era uno de los escritores checos más celebrados y populares, llegó la invasión soviética de 1968 y se convirtió en un escritor prohibido. En esta época se liquidan todos sus libros, incluso los que están en las bibliotecas públicas. Y solo sobreviven los que tenía la gente en sus casas, que se pasaban de mano en mano. Su dilema era escribir, o no, para editoriales clandestinas, que producían a máquina diez o quince ejemplares. Así publicó algunas de sus obras. Otras, como Una soledad
demasiado ruidosa, la publica tras modificar el final, porque al régimen no le gustaba la idea del suicidio. Hrabal hace figurar ese suicidio como un sueño del que despierta el personaje. Así que no es sino hasta 1989, con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética, que su obra se publica con todos los honores y sin censuras”.
Cuenta Zgustova que en una ocasión, a mediados de la década de 1990, a Hrabal le quisieron dar el Premio Seifert, el máximo galardón que puede recibir un autor checo en su país, pero sospecharon que Hrabal no lo aceptaría. “Me pidieron que hablara con él. Lo hice y me dijo que no. Entendí que habría sido un problema para él, y el hecho es que se sentía avergonzado. Al final lo convencí diciéndole que había hecho mucho por la gente, y que lo importante era que aun en los tiempos más duros de la dictadura sus lectores habían tenido acceso a su literatura. Después de eso, aceptó”.
El final de la vida de Bohumil Hrabal fue, como en sus novelas, un paso más allá. Las necrológicas dicen que cayó de un quinto piso, pero Zgustova tiene claro lo que ocurrió. “Se suicidó arrojándose por la ventana del hospital donde había sido internado. No hay ninguna duda. Aunque no se ha hecho público porque todavía hay mucho pudor sobre el suicidio en la República Checa, el informe del médico dice que sí. Yo misma estuve con él dos días antes de su muerte. No podía caminar; estaba muy deprimido y quizá contemplaba el suicidio. Me invitó a sentarme en su cama, me tomó de la mano y me dijo: ‘Ahora márchese’. No podía dar de comer a los pájaros porque no había pájaros ahí, y además no se hubiera vestido como lo hizo. Así que el 3 de febrero de 1997, antes de subirse en una silla, asomarse a la ventana y partir hacia lo desconocido, se quitó la piyama y se vistió solemnemente con sus viejos pantalones que tanto apreciaba. Fue su último vuelo”.
Como sugiere finalmente Zgustova, hoy es imprescindible leer a Hrabal por muchas razones: “por lo que dice, por su sentido del humor, por sus innovaciones literarias, por placer estético y por la suma de todas esas cosas. Es un escritor singular, un género en sí mismo y un mundo”.