De la intervención
Intervenir es interponerse, mezclarse, inmiscuirse, entrometerse, involucrarse o maniobrar, por supuesto que el verbo tiene más sinónimos pero en lo que se refiere al arte, esas son sus acepciones más exactas. La intervención consiste en modificar o adicionar, ciertos críticos o curadores dicen “enriquecer” o “mejorar”, obras preexistentes con el fin de articular otro discurso estético al que poseía el producto primigenio, lo que implica una apropiación a mansalva, una arbitraria injerencia sobre el trabajo ajeno.
Para algunos, la intervención es una alternativa legítima e incluso novedosa; para otros una ruta fácil y expedita para crear algo sin el mínimo esfuerzo imaginativo. Hay otros más que consideran la intervención simplemente como un plagio. La pregunta obvia es, entonces, ¿la intervención es arte?
Hoy día todo es intervenible. Ya no solo son objetos (piezas, esculturas, lienzos, fotografías o hasta automóviles), no solo son inmuebles (la intervención arquitectónica suele ser de índole más que estética, funcional), también son obras literarias célebres, de culto. El affaire de Pablo Katchadjian versus María Kodama por El Aleph engordado suscitó un debate acalorado en la república de las letras argentinas, en pro y en contra del libro en discordia. Lo que hizo Katchadjian fue añadir 5 mil 600 palabras a las 4 mil del relato de Borges (vaya que el interventor resultó más fértil que el intervenido) y publicar una propuesta que, según él, era un experimento.
El litigio que duró algo así como cuatro años, se resolvió a fines de 2016 en contra de Katchadjian. Guillermo Carvajal, juez de primera instancia, dijo: “Tengo por acreditado que Pablo Esteban Katchadjian defraudó los derechos de propiedad intelectual que le reconoce la legislación vigente a María Kodama —viuda de Jorge Luis Borges— en relación con la obra literaria El Aleph . […] Surge en forma palmaria la alteración del texto de la obra de Borges por parte del evaluado, dejando caer por tierra el descargo intentado por este último, en cuanto pretende explicar que la publicación de El Aleph engordado obedece simplemente a una experimentación literaria”.
Si bien Katchadjian no obtuvo beneficios económicos con ese libro, los feroces abogados de la Kodama señalaron que consiguió algo mejor, notoriedad, por lo que su intervención se calificó como un delito aunque en esencia no es así, pues seguramente los lectores preferirán la obra original a la del engordador. Sin embargo, ¿su intervención fue arte?
Hoy se pueden intervenir incluso los restos humanos para crear objetos ordinarios como la piedra para un anillo, una piedra que a primera vista no se diferencia de otras piedras, no posee un color ni una forma ni una textura diferente a la de un diamante o a la de la bisutería. El valor de esa piedra es simbólico, y por tanto supuesto, nada garantiza que los residuos corporales formen el brillo de una diminuta y pedregosa transparencia, lo mismo que si un puñado de cenizas se pusieran en el arenero del gato para montar una instalación de humor negro y exponerla con bombo y platillo para, hipotéticamente, promover un debate sobre la estética contemporánea. ¿Eso es arte?