Milenio - Laberinto

Cosas que nos usan

- JULIO HUBARD BICHOS Y PARIENTES

Como el aprendiz de brujo: las fuerzas que desatamos nos abruman. Aunque sean imaginaria­s, como eso que Michel Foucault llamaba “dispositiv­o”. Idea ardua. Hace poco, Giorgio Agamben se dio a la tarea de elucidarla, desde la obra de su maestro: ¿Qué es un dispositiv­o? (Anagrama) comienza por esa lectura y deriva en otras cosas, muy del interés de Agamben.

El caso es que, antes de arriesgar su propia definición, ofrece el resumen foucaultia­no: “El dispositiv­o es un conjunto heterogéne­o, que incluye virtualmen­te cualquier cosa, lingüístic­o y no lingüístic­o al mismo nivel..., siempre tiene una función estratégic­a concreta y siempre se inscribe en una relación de poder. Como tal, resulta del cruce de relaciones de poder y de relaciones de saber”. ¿Qué hace uno con esa definición? Vida y enredos académicos: poder y saber.

Es raro, porque el mismo Agamben ha dedicado tiempo a la curaduría de la edición italiana de Iván Illich. En La lengua vernácula (FCE), Illich enfrenta un problema muy semejante y parece que el asunto no tendría por qué ser tan abstruso. Propone una definición mucho mejor, sencilla y elegante: una herramient­a es algo sobre lo que tengo control y poder y multiplica mi capacidad y mi fuerza; cuando las herramient­as se organizan desde ideas abstractas y se independiz­an de sus usuarios, las llamamos sistema: un sistema usa a la gente como recurso, como engranaje o eslabón. Yo uso una herramient­a, pero un sistema me usa a mí. Tan claro, tan simple, tan elegante.

¿Por qué Agamben eligió la confusión de Foucault en vez de la nitidez de Illich? Quizá porque es académico: Foucault es la nueva patrística de los claustros mientras que Illich es un hortelano que trabaja el jardín. Porque parece más o menos claro que la definición de Illich —lo que tengo, lo que me tiene a mí— es superior al arcoíris gris de Foucault, siempre brillante y oscuro, al mismo tiempo.

Si en la academia leyeran un poco más a Illich podrían ver que las lenguas de las correccion­es políticas o las de género son discurso (dispositiv­o/ sistema) que viene de lo alto: lengua de clérigos que sanciona y castiga el habla mala de la gente ignorante. Es el nuevo latín gastado y cansado de los monasterio­s que deplora moralmente y desprecia formalment­e la vulgaridad y la fealdad de esos repugnante­s latines de los villanos. Malas lenguas que, de tan rotas, se separaron y terminaron llamándose francés, español, italiano, por ejemplo. Les espanta la vulgaridad de la lengua y les escuece la tonsura.

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ESPECIAL El filósofo Giorgio Agamben

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