Este olvido que ves
La casa de Cacahuamilpa 8 hoy es cascajo. De la que fuera residencia de Hugo Argüelles —dramaturgo de moda en la segunda mitad del siglo XX, maestro de alumnos de teatro, de primera—, no queda nada. Es un solar para una nueva construcción de departamentos en la colonia Condesa. Nadie sabe de sus pertenencias: libros, obras de arte, guiones de película, sus obras de teatro con los mejores elencos de aquellos tiempos. Nada es para siempre, menos la literatura dramática.
Tampoco el departamento de Sergio Magaña en la calle de Veracruz, en pleno Centro Histórico, contiene nada del dramaturgo que cautivó a la crítica teatral con la obra Los signos del zodiaco en 1951, donde las hermanas Walter vivían en una vecindad, con prostitutas, teporochos y, entre otros, el primer homosexual en una pieza dramática donde lo cotidiano es la miseria. Ni siquiera es un escritor que se recuerde, cuando en el siglo pasado era el máximo representante del realismo.
Igual sucede con la casa de Emilio Carballido en la colonia San Pedro de los Pinos, cuyas ventanas daban justo al departamento de enfrente, donde Vicente Leñero escribió sus mejores obras en los años ochenta. El heredero de Carballido ha sabido preservar parte del legado dramatúrgico porque sus obras siguen representándose en varias partes del mundo, pero escasamente en su país, porque pretenden adaptar y fusionar varias obras en una, igual que hicieron con las de Leñero, con pésimo resultado.
Los tres dramaturgos representan lo mejor de nuestro teatro. Los directores y actores de aquella época se peleaban por escenificarlos. Eran éxito seguro. Ya no. Murieron y poco a poco han sido relegados por el oficialismo y los directores convertidos en escritores de mediano nivel pero becados por el Estado.
La ausencia de políticas públicas en el sector cultural, la pésima administración de los herederos de los derechos de autor de los dramaturgos, la mala memoria de sus alumnos y el desprecio de directores al alza hacia el teatro nacional es el patente desdén por la palabra como diálogo. ¿Alguien podrá rescatarlos?
Pasaba por Cacahuamilpa 8 y el cascajo de la antigua casa parece la metáfora de lo aquí escrito: la desaparición de un pasado donde el negro humor de Argüelles debe ser, si lo viera, el sarcasmo más amargo de su propia realidad.
No se concibe un teatro nacional sin dramaturgia. Debían saberlo al menos los escritores de moda de hoy para que no les pase lo mismo que a los de ayer. Los directores, con sus egos al aire sobre la escena, debían saber que sin texto todo es artilugio inventado sobre el teatro, vacío de palabras.
La dramaturgia parece letra muerta en al menos esos tres creadores, al igual que con Rodolfo Usigli, dicen, el padre del teatro nacional.