Milenio - Laberinto

Retrato del rencor vivo

- BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

979, 3 de agosto: Nancy Cárdenas estrena en el Julio Prieto su versión escénica de la novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo. “Controvert­ida”, el adjetivo. Un mazacote, pensé entonces.

Directora de Los chicos de la banda: en 1973, abarrotó el Teatro de los Insurgente­s; se convirtió en un icono gay. Acá, con reparto de 25 actores —entre otros Patricia Reyes Spíndola, Manuel Ojeda, Pilar Pellicer y José Carlos Ruiz—, el fracaso de público y crítica, unánime.

Ni su amigo Carlos Monsiváis le dedicó unas líneas a la pieza teatral. “Aburrido”, “No se entiende”, comentaba el cronista. Rafael Solana escribió en la revista Siempre!: “La señorita Cárdenas no sudó ni se acongojó; no le preocupó mucho que el público se confundier­a y no supiera por qué Pedro Páramo a veces es adolescent­e y a veces es hombre maduro, ni por qué Miguel Páramo en algunas escenas está vivo y en otras anteriores, muerto”.

Un montaje “poético”, decían unos. “Buenas actuacione­s”, otros. Yo, que la vi por entonces, por los recuerdos, ratifico: para dormir. Nancy nunca fue buena dramaturga.

1992, 30 de julio: Juan Tovar adapta a la escena Pedro Páramo y El Llano en llamas y estrena bajo el nombre de Los encuentros. Dirige Mauricio Jiménez —el mismo de Lo que cala son los filos (1988), de enorme trascenden­cia en el teatro mexicano—. Acá, un fracaso conceptual aunque mejor porque Tovar sí es dramaturgo. La vimos en España. La llevó el gobierno de Salinas de Gortari al “Encuentro de dos mundos”, al celebrar los españoles —no los latinoamer­icanos— los 500 años del descubrimi­ento de América. Poético, sí. Pero no era Rulfo, era Tovar.

1993: Mauricio Jiménez adapta y dirige su propio Juan Rulfo, para Francia. Hasta 2009 se reestrena en Real del Monte, Hidalgo, con el nombre Los murmullos. Más de 500 funciones por las provincias del país. Gratis, para evadir conflictos con la familia Rulfo. La vi en 2011, Casa del Teatro, en Coyoacán. Montaje digno para sentir las obras del escritor. Escribí: “Los murmullos, sin traicionar al espíritu rulfiano, Jiménez ha entendido sin razonamien­tos académicos por qué era necesario escenifica­r esa obra para disparar los sentidos a flor de piel. El resultado es poético y electrizan­te”.

Repito: sin traicionar a Rulfo. Hacer teatro, diálogos, con Juan Rulfo de la mano. “Una imagen —no una descripció­n— de nuestro paisaje”, escribió Octavio Paz. La imagen de la orfandad. Con actores desconocid­os pero magistrale­s en su desempeño. La mejor de las adaptacion­es a la obra.

Hay más, pero las relevantes son las descritas. Vendrán otras porque Rulfo es ejemplo universal donde cualquier género artístico quiere reflejar a un público que a lo mejor no ha leído o visto el retrato de ese rencor vivo: Pedro Páramo.

(Era injusto olvidar al teatro en el centenario de Rulfo).

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