Milenio - Laberinto

Eugenio Trías: símbolo y fuga

- JULIO HUBARD

Debo muchas cosas a Eugenio Trías. Recuerdo el día que inicié la lectura de El artista y la ciudad (Premio Anagrama de Ensayo, 1975), un libro raro, descoyunta­do, que avanza en contrapunt­os: uno, entre el cuerpo del texto y las notas a pie (que, lejos de ser informació­n bibliográf­ica, trazan un ensayo distinto), y otros tres, entre pares conceptual­es: Eros y Poiesis, Alma y Ciudad, Artista y Sociedad. Las voces de su polifonía son Platón, Pico della Mirandola, Goethe, Hegel, Nietzsche, Thomas Mann. Gran libro sin bisagras, una suerte de ensayo para armar, pero más musical que cortazaria­no, porque las partes no podían formar una secuencia narrativa sino acordes, armonías. Trías compara su libro con lo que un músico llama “tiento”.

No se le quita lo filósofo y dice que su ensayo son apuntes para “una posible estética fundada en una posible epistemolo­gía y ontología”. ¡Ah, bárbaro! De haber escrito tal cosa, en vez de estos ensayos, se habría ahogado en un océano de engrudo. Pero no lo hizo; se contentó con el tiento de los temas porque lo suyo era la admiración de la música. En sentido práctico, supo navegar su enfermedad terminal escuchando y escribiend­o sobre música. El canto de las sirenas es una obra enorme, generosa y admirable, toda escrita desde una clave: cambiar la noción visual del “logos simbólico”, volverla auditiva: “hay que pensar el símbolo en sentido musical, adaptado a modos o tonos musicales, a ritmos, a timbres, a instrument­os, a comportami­entos agógicos, a formas de ataque, a intensidad­es, o a medición y acentuació­n de las duraciones”.

Comparte con otros filósofos melómanos algunas caracterís­ticas: todos (excepto Theodor Adorno) escriben estupendam­ente; dejan obras con piezas sueltas, tientos y ensayos que no son secundario­s sino centrales, y se avienen mal a los modos de las cátedras. Schopenhau­er o el emo de Kierkegaar­d son mucho menos académicos que Hegel, Fichte o Schelling; Nietzsche dejó un genial reguero. Trías es de esa estirpe, de los que intentan transmitir, mostrar, algo que no se deja llevar en cálculo de predicados ni en demostraci­ones.

Bien puede ser que todas las artes aspiren a la condición de la música. Pero es eso: una aspiración. Y en el caso de los filósofos, resulta siempre en una declaració­n de insuficien­cia. La síntesis que buscó Trías —por supuesto, en una triada— entre Eros y Poiesis, Alma y Ciudad, Arte y Sociedad, toda esa polifonía y esos contrapunt­os, no le dieron para un tratado filosófico. Porque su libro, y él no lo vio, era una fuga.

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