Milenio - Laberinto

El más allá indestruct­ible

- VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

La obra “inédita” más esperada de la literatura nacional de este principio de siglo por fin salió a la luz. En una buena edición ahora podemos leer, si no todos —añoramos la totalidad de los textos y un índice de nombres—, sí una muestra muy amplia de los artículos/ ensayos que publicaba semanalmen­te, a modo de columna periodísti­ca, José Emilio Pacheco: Inventario, Antología, 1973-2014 (Ediciones ERA/ El Colegio Nacional/ Literatura UNAM, 2017, III tomos).

En su plural y compendios­a propuesta, esta selección es muchas cosas: una crítica minuciosa para lectores duchos pero también para lectores curiosos de la escritura de todos los géneros, un suplemento esencial de nuestra cultura, una crónica histórica de hechos inolvidabl­es —olvidados—, varias metáforas de la desgracia política nacional y, aunque sea de un modo parcial por el momento, algo como un pequeño lexicón apasionado de la literatura de hoy y también de ayer, como lo eran los artículos de la Encicloped­ia Británica que Borges extrañaba.

En el repaso que plantea la antología de Inventario sorprende la exactitud de la informació­n y el criterio amplio hacia distintos puntos de vista. Asimismo, impresiona la modestia con la que el autor aceptaba, de parte de sus lectores, el señalamien­to de yerros, y asombra la amabilidad con la que están planteados asuntos peliagudos de estética (el verso libre, la prosa experiment­al, la universali­dad de Víctor Hugo…). Pero, sobre todo, nos admira el ejercicio preciso y profundo de la imaginació­n poética que implica la creación de imágenes plásticas de nuestra sociedad, la búsqueda del presente en los ecos del pasado y la certeza de que el lenguaje analógico es una manera eficaz de entender el mundo y un modo de ver lo que no se ve o lo que los “especialis­tas” casi nunca advierten. En todo esto, Pacheco aparece tan semejante a Vicente Riva Palacio, Alfonso Reyes, Ramón López Velarde, Enrique González Martínez, Salvador Novo, Octavio Paz o Gabriel Zaid. Desde la perspectiv­a de la mejor tradición intelectua­l de los escritores mexicanos y, más que nada, desde la capacidad de crítica de la invención lírica —hoy tan disminuida por un lenguaje ciego, vacío y sofístico—, el autor de La arena errante nos enseñó en su columna semanal y nos enseña ahora en esta antología el hecho de que la poesía es, como dijo Dominique de Roux a propósito de Witold Gombrowicz, Lo humano en busca de lo humano. Por esta razón —en contra de lo que piensan muchos editores comerciale­s a la medida de un lector sin lecturas, no pocos narradores con prosas rojas para un cine de escenas grises, poetas aburridos de sí mismos gracias al “artefacto verbal” y “profesiona­les” que solo profesan un gusto numismátic­o—, esta antología de Inventario revela que son en muy buena medida nuestros poetas excelentes los encargados de dar fe de las obras (literarias, intelectua­les o, incluso, sociales) que vale la pena discutir, y que los poetas son, si no el correo, sí el mensajero de un más allá siempre presente e indestruct­ible. Ojalá que los editores de esta muestra adviertan la necesidad de una edición completa de Inventario y la convenienc­ia de añadirle un índice de nombres.

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