El más allá indestructible
La obra “inédita” más esperada de la literatura nacional de este principio de siglo por fin salió a la luz. En una buena edición ahora podemos leer, si no todos —añoramos la totalidad de los textos y un índice de nombres—, sí una muestra muy amplia de los artículos/ ensayos que publicaba semanalmente, a modo de columna periodística, José Emilio Pacheco: Inventario, Antología, 1973-2014 (Ediciones ERA/ El Colegio Nacional/ Literatura UNAM, 2017, III tomos).
En su plural y compendiosa propuesta, esta selección es muchas cosas: una crítica minuciosa para lectores duchos pero también para lectores curiosos de la escritura de todos los géneros, un suplemento esencial de nuestra cultura, una crónica histórica de hechos inolvidables —olvidados—, varias metáforas de la desgracia política nacional y, aunque sea de un modo parcial por el momento, algo como un pequeño lexicón apasionado de la literatura de hoy y también de ayer, como lo eran los artículos de la Enciclopedia Británica que Borges extrañaba.
En el repaso que plantea la antología de Inventario sorprende la exactitud de la información y el criterio amplio hacia distintos puntos de vista. Asimismo, impresiona la modestia con la que el autor aceptaba, de parte de sus lectores, el señalamiento de yerros, y asombra la amabilidad con la que están planteados asuntos peliagudos de estética (el verso libre, la prosa experimental, la universalidad de Víctor Hugo…). Pero, sobre todo, nos admira el ejercicio preciso y profundo de la imaginación poética que implica la creación de imágenes plásticas de nuestra sociedad, la búsqueda del presente en los ecos del pasado y la certeza de que el lenguaje analógico es una manera eficaz de entender el mundo y un modo de ver lo que no se ve o lo que los “especialistas” casi nunca advierten. En todo esto, Pacheco aparece tan semejante a Vicente Riva Palacio, Alfonso Reyes, Ramón López Velarde, Enrique González Martínez, Salvador Novo, Octavio Paz o Gabriel Zaid. Desde la perspectiva de la mejor tradición intelectual de los escritores mexicanos y, más que nada, desde la capacidad de crítica de la invención lírica —hoy tan disminuida por un lenguaje ciego, vacío y sofístico—, el autor de La arena errante nos enseñó en su columna semanal y nos enseña ahora en esta antología el hecho de que la poesía es, como dijo Dominique de Roux a propósito de Witold Gombrowicz, Lo humano en busca de lo humano. Por esta razón —en contra de lo que piensan muchos editores comerciales a la medida de un lector sin lecturas, no pocos narradores con prosas rojas para un cine de escenas grises, poetas aburridos de sí mismos gracias al “artefacto verbal” y “profesionales” que solo profesan un gusto numismático—, esta antología de Inventario revela que son en muy buena medida nuestros poetas excelentes los encargados de dar fe de las obras (literarias, intelectuales o, incluso, sociales) que vale la pena discutir, y que los poetas son, si no el correo, sí el mensajero de un más allá siempre presente e indestructible. Ojalá que los editores de esta muestra adviertan la necesidad de una edición completa de Inventario y la conveniencia de añadirle un índice de nombres.