Reír con seriedad
Hay muertos que se pasan. Que abusan de los vivos. Que reclaman tiempo aun fallecidos. Que no perdonan la traición y harán todo por desenmascarar a esos vivos que mienten en su existencia y la de otros. Como Mauricio, el personaje creado por Martín Zapata en la obra El convivio del difunto: hace lo imposible para que su mujer, Leonor, y su amigo, Alfonso, confiesen sus culpas. El enredo puede desternillar de risa o resultar un evento fallido.
El sentido del humor es clave en el espectador. Y, como todo arte, asumiendo el convencionalismo teatral. Con esos dos elementos la sonrisa aflora —¡es una cura!— porque la obra es genial. Vivir la experiencia de lo insólito —un muerto que sigue vivo— para arrancar las verdades ocultas en una familia tradicional que habla de amor y amistad cuando en realidad las puñaladas traperas son el pan de todo aquel que dice amar al prójimo como a sí mismo. Solo la risa es el antídoto de la liberación en la triste historia de la verdad de la vida.
Martín Zapata hace años que apostó por la sonrisa de la existencia en el escenario. Sin querer, uno piensa en la farsa de Elena Garro, los espectros de Un hogar sólido, pero también en los espíritus y fantasmas, en comedias del dramaturgo Héctor Mendoza —De la naturaleza de los espíritus, una de ellas—. Obviamente, Beckett o Ionesco, referentes. Pero Martín Zapata tiene una voz propia, con su hilaridad: no es la realidad lo que asombra sino lo fantástico e inverosímil de esa esencia mexicana, trastocada por la ironía de sus personajes. Un dramaturgo sólido en plena creación.
Ambientada en los años setenta, El convivio del difunto la dirige el propio dramaturgo con actores y actrices de la Compañía Nacional de Teatro. Fluyen como peces en la necesaria convención de lo que vemos: un muerto habla, canta, baila, convive con los vivos, azorados de lo que presencian. Hasta el final —que nadie debe perderse y no contaré—. Por la alegría de reír, todos deberíamos ir a verla. Aceptemos que el teatro lúdico puede tener profundidades más óptimas que aquello que pensamos serio y profundo. La escritura de Martín Zapata es de una solidez intelectual impecable, llena de sátira, gracia y belleza.
El suyo es un teatro que juega siempre a los terrestres, fantasmas, y ahora los muertos vivos. Como escribe en el programa de mano: “El convivio del difunto trata acerca de un convivio, que transgrede los límites de ser convivio, y de un difunto, que transgrede, también, los límites de ser difunto”. El resultado es a risa libre, sin límite de tiempo. La invitación de la CNT para que Martín Zapata escriba y dirija, gran acierto.
Ojalá que nadie tome a broma la gran dramaturgia de Martín Zapata, lejos de lo “serio”: un tragicómico con todas las de la ley.
Aprendamos pues a reír con seriedad.