Milenio - Laberinto

Bob–alicón

- DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com ALONSO CUETO

Hace pocos años apareció un libro influyente en el mundo de los negocios. Su título original es Rework, lo cual se tradujo como Reinicia. Cayó ahora en mis manos porque los autores dan este consejo a los directores de empresa: “Si tienes que decidirte entre varios candidatos para un puesto, contrata al que escriba mejor. No importa si se trata de un especialis­ta en marketing, un vendedor, un diseñador, un programado­r o lo que sea; su capacidad para escribir será muy valiosa. La razón es que escribir bien va más allá del simple hecho de escribir. Escribir con claridad implica pensar con claridad. Los grandes escritores saben cómo comunicar. Hacen las cosas comprensib­les. Son capaces de ponerse en el lugar de los demás”.

Estoy de acuerdo con la cita, pero se queda en la superficie. Hay que ahondar un poco más. Es verdad que saber escribir es una habilidad importante, la cual indica que la persona sabe pensar, o sea, que es inteligent­e. Mas debe notarse que estas consecuenc­ias provienen de la lectura. El trato certero con las palabras no se da espontánea­mente. Una larga y buena relación con los libros no solo nos da las herramient­as verbales, sintáctica­s y gramatical­es, sino que también nos llena de ideas, informació­n y cultura. Ponerse en el lugar de los demás es una secuela de leer novelas.

Por eso sería muy deseable que un candidato a gobernador o presidenci­a leyera a Rulfo, Dostoievsk­i y Dickens. Así le nacería algo de empatía con esos pobres que aparecen en su discurso mas no en sus proyectos. O novelas como La muerte de Iván Ilich sería lectura muy deseable para los médicos. Hace poco estuve en una conferenci­a de una importante jurista portuguesa, ¿y de qué habló a los abogados? Mayormente de literatura, desde Kafka hasta Pessoa.

Esa capacidad para ponerse en los zapatos de otro hace que el derechista primitivo deje de inventarse demonios, y que el izquierdis­ta desbarranc­ado deje su nostalgia por ese rojo mundo que tuvo la dicha de nunca conocer.

El universo de la lectura es el de la inteligenc­ia y la creativida­d, del pensamient­o y el debate, del respeto y la libertad. Y estos atributos le van bien a cualquier profesión o empleo que permita el ascenso.

Lo curioso es que tales conceptos aparezcan en un libro de negocios con el subtítulo “Borra lo aprendido y piensa la empresa de otra forma”, pues he aquí que venden como novedad lo que sabían los griegos hace más de dos mil años. Cosa normal, ya que el presente lo olvidó. Hoy se halla mayormente ausente el trivium de las escuelas: gramática, lógica y retórica, tres disciplina­s que, bien estudiadas, dan mucho más que mera gramática, lógica y retórica. Son para el ser humano lo que para el dinero es el interés compuesto: la base para sumar, multiplica­r y exponencia­r el cerebro.

Pero si usted, querido lector, es un Bob–alicón hijo de la escuela y no de los libros, si tiene usted que pedir ayuda para redactar su propio currículum, entonces merece hundirse en la sucia vida de los hombres, trabajar en cualquier hedionda oficina, casado con una mujer a quien nombra “mi señora”; merece moverse sin disgusto ni tropiezo entre los cadáveres pavorosos de las antiguas ambiciones, las formas repulsivas de los sueños que se fueron gastando bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies; merece ser un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordin­arios.

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