¡Descuélgalo!
De la melancolía pasé a la desesperación y de ahí a la decepción. La exposición Melancolía en el MUNAL cuelga casi 140 obras con un guión erróneamente descrito, que hace alarde de una lectura superficial, inmediata y banal. La arbitraria curaduría responde a que no ven las pinturas, las psicoanalizan; los núcleos temáticos parecen terapia de grupo. La museografía presa de un ataque de pánico cuelga este exceso innecesario en cuartitos y pasillos con nula visibilidad y agobiante circulación. La cédula del inicio afirma: “la iconografía del melancólico de la cabeza agachada en la mano ha servido para caracterizar el abatimiento anímico, introspección, contemplación religiosa” y de ahí a colgar y colgar obras. La iconografía no es la pose de un personaje, una apariencia “triste” no significa melancolía, ni que manifieste un sentimiento depresivo. El misticismo del arte sacro es teología, no es forma, es una construcción visual que “nos hace partícipes de la naturaleza divina”, la búsqueda es que los humanos en nuestra condición mortal, necia y voluble, seamos capaces de comprender la naturaleza del Infinito. El éxtasis no es melancolía, es ausencia de esta realidad, un encuentro sobrenatural con un ser divino, como tampoco la resignación que es el optimismo sublime, de aquel que se rinde, nada espera y no resiste. La melancolía es la ociosidad del espíritu burgués, la entrega al egoísmo de un sentimiento; Spinoza afirmaba que la tristeza es el triunfo del mal sobre el bien. Decir que la melancolía produce creatividad es distinto que representarla, Proust aconsejaba la depresión como un detonador para escribir, y ésta no tiene por qué verse reflejada, eso es evidente en el arte sacro y su estricta guía iconográfica. La selección nos tortura, si les pareció que el personaje sufre, está muerto o es una escena con dolor, entonces es para llorar y se cuelga. El genio de Villalpando apreciado con nivel de autoayuda. Decenas de obras fatales, la angustia de ver cuadros de Cordelia Urueta, la sacan de su merecido olvido y le dedican una sala con Tamayo que es una de las pocas obras melancólicas. Los cuadros de Manuel González Serrano, con uno basta. Montones de las restauraciones criminales de las obras del Novohispano, no valen nada, las destrozaron, no las exhiban más. Al final un horrendo Complejo sexual mexicano de Nieves Beltrán nos deja abatidos. La curaduría ya exhibió su estado de ansiedad, ahora alcancen la felicidad descolgando la tercera parte de las obras.