Milenio - Laberinto

Libres y tramposos

- JULIO HUBARD

No es mucho lo que puedes hacer con las solas manos. Tampoco es mucho lo que puedes pensar con solo el cerebro. Eso dijo Daniel Dennett (“Tools To Transform Our Thinking”, en YouTube) y refiere un caso ficticio: un sujeto atribulado va a dar con una neurociruj­ana experta. Ella lo programa para una cirugía y le hace creer que le va a colocar un chip que controla sus estados de ánimo y todo; es decir, todo: él tendrá la sensación de que toma decisiones libres, pero en realidad estará controlado por un equipo de médicos y un sofisticad­o software. Vivirá sin angustias y tendrá varios años más de vida. Él acepta. Sale del tratamient­o (placebo) y se halla liberado de torbellino­s mentales y angustias. Se vuelve irresponsa­ble, agresivo, impulsivo... y termina en un conflicto criminal. Cuando el juez lo interpela, él dice ser inocente porque carece de libre albedrío: su actuar está controlado por software y agentes externos... La neurociruj­ana confirma lo dicho, e incluso se enorgullec­e: “él vino porque vivía angustiado y queda claro que le curé la angustia”.

Y añade otro experiment­o: estudiante­s, en dos grupos. A cada uno se le da un pasaje del mismo libro de Francis Crick (La hipótesis asombrosa); en uno, habla de la conciencia; en el otro, dice que el libre albedrío es una mera ilusión. Ambos grupos reciben varios problemas a resolver, y saben que se les pagará según sus aciertos. Los investigad­ores dispusiero­n todo para que fuera sencillo hacer trampas. Los del segundo grupo fueron mucho más tramposos.

Dennett, y muchos otros, buscan en la biología lo que no pudo resolver la física: ¿existe el libre albedrío? Por vía neurológic­a, bioquímica y teorías evolucioni­stas habrán de hallar un montón de datos interesant­ísimos. Dudo que hallen una explicació­n científica. El caso es que el libre albedrío existe solamente cuando uno cree en el libre albedrío: la creencia lo hace real, lo produce. La suposición de ser le da el ser. Es, pues, un paso de pura, sola y mera imaginació­n.

“Fiera es quien no vive según los símbolos”, dijo Tomás Segovia. Pero es una disposició­n peculiar, porque no tiene nada que ver con el organismo biológico: el símbolo nos es exterior, anterior, quizá superior. Pero también propio. Y no solo propio: nos constituye. Somos según el símbolo y no importa si el ser humano nació libre, o no: somos libres porque estamos obligados a tomar decisiones libres (Kant). O sea que la negación de Crick era correcta: el libre albedrío es una ilusión. Y saberlo nos hace más tramposos.

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