Identidad
Hace un par de meses el fotógrafo Omar Robles, junto a bailarines mexicanos, presentó un proyecto a modo de respuesta a las declaraciones racistas y xenófobas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
El trabajo consiste en una serie de fotografías cuyas locaciones son diversas calles y zonas de la Ciudad de México en las que las bailarinas proponen mostrar la belleza de la ciudad y demostrar la grandeza artística de los artistas mexicanos. Sin embargo, en la respuesta contra el racismo de este proyecto, sin duda bello, subyace precisamente el elemento al que se pretende encarar: el racismo y el recurso del estereotipo que reduce la mexicanidad a la mera folclorización y no proyecta la riqueza artística y cultural que posee este país.
El trabajo fotográfico es sin duda admirable en lo que a la composición y técnica se refiere, pues la experiencia de Robles en el campo de la fotografía sobre danza es incuestionable; basta revisar sus proyectos en Cuba y en el metro de Nueva York.
Sin embargo, el primer problema que llama la atención de su trabajo en México es el de la centralización. Si bien es cierto que la ciudad posee una riqueza de postales privilegiada, existen lugares menos conocidos e igualmente bellos en su periferia y que también pudieron ilustrar la “grandeza de México” y diversificar la atención fuera de los lugares comunes en la Ciudad de México.
La principal observación que tengo para el proyecto es el criterio de selección de las bailarinas, pues aunque se trata sin duda de varias de las artistas más talentosas que han hecho carrera dancística en México, muchas de ellas no son propiamente mexicanas ni se formaron en el sistema de educación artística mexicano; más evidente aún, la mayoría de ellas ajustan su fenotipo a un perfil que dista mucho de las mexicanas promedio. Talentosas, sin duda, pero lejos de ser ejemplos reales que ilustren la verdadera riqueza y variedad cultural que existe en la vida artística de México. Esa crítica se puede extender, por supuesto, al quehacer dancístico. Desde qué identidad se hace danza en el país y cuáles son los criterios estéticos que aceptamos como “correctos” para desechar la auténtica naturaleza de lo que somos.
No basta el uso de un huipil para reivindicar la danza que somos.