De vida o muerte
Quizá lo más atractivo de la exposición Orozco y los Teules, que se presenta en el Museo de Arte Carrillo Gil, es la forma de narrar plásticamente un hecho. También es un deleite sumergirse en un universo formal que navega entre la figuración y la abstracción, al igual que el dibujo expresionista de uno de los tres grandes muralistas mexicanos.
Razones para ver esta serie de caballete, exhibida por primera vez en 1947, sobran. Resulta fascinante penetrar en la mirada, en el oficio, en la inteligencia de un artista que comparte su visión sobre la conquista de México, en la que forma e idea son una unidad, esa que Justino Fernández reconociera al igual que el dolor que transmiten Los Teules. Estos cuadros duelen. Son el horror de la guerra. Observamos la violenta soledad de los hombres que luchan cuerpo a cuerpo con cabezas sin rostro, de líneas gruesas que conjugan elegancia técnica y complejidad temática produciendo una conexión profundamente humana.
Se sabe que a José Clemente Orozco le interesaba desmitificar. Queda claro que su interés era cuestionar no el hecho sino las lecturas sobre el hecho. Aquí no hay hubiera ni fábula. Las piezas tampoco se conforman con “ilustrar” los escritos de Bernal Díaz del Castillo; son la guerra. En sus lienzos están los guerreros españoles e indígenas colisionando no con el otro, sino con ellos mismos. Las figuras son robustas; sin embargo, dentro de los contornos blancos domina la vulnerabilidad, como se ve en Los Teules IV, donde los combatientes forman una masa; más que hombres matando vemos fantasmas escapando. En la pieza en temple Jinete español atacando, el protagonista encarna el silencio aterrador de ese segundo en el que sobrevivir es el único motor, la única esperanza y, paradójicamente, el mayor temor.
A través de distintas técnicas, Orozco capta y transmite la revoltura de sensaciones, la adrenalina del aferramiento a la vida. Sus figuras se diluyen en pinceladas abstractas, como si se tratara de la transición entre vida y muerte. En El desmembrado, el rojo se traga al hombre ahogándolo en el color, borrándolo. Esta misma intensidad está en sus bocetos, estudios al carbón que contienen esa confusión de ira, apego, temor, crueldad, saña, vitalidad, que se admira en los cuadros terminados. Sacrificio humano ofrece una vista desde arriba, y nos perturba por la frialdad de la disección, la brutalidad del acto, pero más aún al descubrirnos a uno de los participantes.
La obra de Orozco nos lleva al límite, al sordo instante que divide la vida de la muerte.