Retrato de la zombi adolescente
Los límites del horror en el cine se mueven en torno a dos fronteras: la pornografía y el asco. Lo sabía Pasolini cuando filmó Saló. Lo sabe Julia Ducournau, directora de Voraz, película que toca todos los temas del cine de terror para adolescentes y que sin embargo, habiendo sido aclamada en Cannes, llega a México a los circuitos de Casa de arte. Los temas son éstos: las metamorfosis que sufre el cuerpo al llegar la adolescencia y el miedo culpable, “me estoy volviendo zombi o vampiro” que se explica en parte a causa de las pulsiones sexuales que irrumpen en la vida de una niña angelical. Justine ha sido educada como vegetariana pero se va a vivir a un campus universitario para estudiar veterinaria. Ahí encuentra tres cosas: un compañero de cuarto que es gay y tiene cuerpo escultural, una serie de rituales bárbaros de iniciación (novatadas) y una hermana que la obliga a comer riñones de conejo. Es en este punto que el cine de arte se mueve hacia el territorio del asco; justo en la línea que hizo famoso a David Cronenberg y su cine de horror corporal. Ganadora en el prestigioso Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, Voraz tiene escenas realmente muy bellas. El contraste entre la veterinaria que investiga lo que hay adentro de una vaca metiéndole el brazo por detrás, con la hermosa adolescente que arde en deseos de comerse (textualmente) a su compañero homosexual resulta cuando menos inquietante. Voraz no llega a los niveles de la sueca Déjame entrar, pero termina por ser un atractivo retrato de la adolescencia europea en estos años del siglo XXI. Es parte de un movimiento fílmico que se asemeja a lo que hicieron en pintura los expresionistas austriacos y alemanes hace un siglo: caras deformes de simetría violentada con las que autores como Ernst Ludwig Kirchner o Egon Schiele retrataban el interior de una generación herida por la Primera Guerra Mundial. Porque si hay algo que trasciende en Voraz las convenciones del horror llevado hasta el terreno del asco es el diálogo final del padre de Justine, quien explica al público que la hija psicópata fue en realidad una niña demasiado consentida. Ya lo ha dicho Houellebecq: los asesinos seriales no son desviaciones monstruosas de la experiencia hippie, son su continuación.