Suave danza de besos y alas
Presentamos un perfil de la compositora mexicana Diana Syrse con motivo del estreno de su obra Spira Mirabilis
Hablar con Diana Syrse es una experiencia alegre. Resulta lógico que una de sus obras se llame Muerte sonriente (2013), para coro mixto e instrumentos prehispánicos con un texto que ella escribió —en español— sobre pulso, flor, hueso, chocolate, coquetería y aliento. Una partitura llena de juegos. No hay instrumentistas. Los solistas deben tocar mientras cantan. Una soprano se amarra el ayoyotl —pulsera de nueces huecas— en la muñeca derecha y una mezzo se lo amarra en el tobillo. A un tenor le corresponde la ocarina y el huehuetl —tambor— a un bajo. Todos deben salir descalzos al escenario y a veces golpear el suelo con las plantas.
La expresión general es Deathly andante (¿andante mortal?, ¿un andante que llama a la muerte?) y las notas de carácter están escritas en inglés, pues Diana Syrse vive en Alemania —becaria del Akademic Musiktheater Heute— y casi toda su música es interpretada por europeos. Entonces, en un compás que pide a todas las mezzos cantar el sonido “chrrrrrr”, se lee la complaciente indicación: “quien no pueda con la ‘r’, reemplace el ‘crrr rrr’ con la letra ‘n’ ”. La muerte sonriente es polifonía de osadas texturas vigorosas y visuales. Música que mientras avanza siembra rítmicas imágenes —un ritmo primitivo y salvaje— en torno a una idea simple y tierna: la muerte es muy flaca y ríe bajo un sombrero de flores naranjas.
El pensamiento musical de Diana Syrse es provocativo. Una provocación temática (una joven que se avienta a las vías del tren tras haber sido violada por curas y el asesinato de la antropóloga Nadia Vera en un departamento de la colonia Narvarte son historias que aborda en sus dos últimas óperas: Florecer en arsénico y Marea roja) y también una provocación idiomática: para que el pensamiento sea más raro, profundo, emocionante y diverso, sus
lenguajes recorren mundos distintos y exploran —bajo el riesgo de resultar absurdos o ininteligibles— la manera de hacer coincidir, por ejemplo, atonalidad, melodismo decimonónico, electroacústica y el ruido de arrugar una bolsa de celofán.
Diana Syrse tiene una imaginación teatral. El teatro la persigue incluso en sus obras sin representación escénica. En Spira Mirabilis (Espiral
maravillosa) para coro mixto a capella, los cantantes (cuatro sopranos, tres mezzos, dos barítonos y dos tenores) deben, al enfrentar ciertas vocales, cubrirse con la mano —la muñeca apoyada sobre la mandíbula— el 90 por ciento de la boca y comenzar a tapar y destapar a ritmo lento —lentitud rítmica no identificada, abierta hacia la improvisación.
Mientras el efecto musical de este procedimiento es la distorsión del sonido, el efecto teatral es el movimiento: un extraño movimiento de bocas y dedos que hace pensar en una suave danza de besos y alas. Y al tiempo que bailan, los intérpretes construyen una partitura de surrealismo matemático, en donde una estructura perfecta —distribuida de acuerdo a las proporciones numéricas de la serie Fibonacci— convive con un texto (escrito en español por Diana Syrse) de inspiración lorquiana —el Lorca más joven— que se aproxima al infinito a través de las fantasías de un caracol: “En cada copo de nieve había un universo. En cada universo, una galaxia. En cada galaxia, un girasol. En cada girasol, un caracol que sueña y despierta entre copos de nieve sobre un girasol”. Y aquí la polifonía resulta mística: enlaza la dimensión de la ciencia con la dimensión de la poesía para ir juntos hacia lo inexplicable a través de la música.