Milenio - Laberinto

Fondo y superficie

- DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

La semana pasada escribí que alguna gente identifica a Richard Feynman como el físico que tocaba los bongós y no como el que ganó el Premio Nobel por su trabajo de electrodin­ámica cuántica. Sin duda el mundo subatómico es difícil de entender, pero aunque la cabeza no nos alcance para llegar a la cima, será mucho más satisfacto­rio y emocionant­e aprender algo sobre la física que meterse en los oídos un tamborileo repetitivo.

Y sin embargo, con frecuencia vamos reuniendo anécdotas banales en torno a pensadores, científico­s, artistas y escritores sin tratar de desentraña­r lo que pensaron, descubrier­on, crearon o escribiero­n. Un genial autor latinoamer­icano escribió al respecto: “A los humanos comunes les gusta saber que la mujer de Sócrates era insufrible o que Kant tenía los hábitos de un reloj o que Heidegger apoyó a los nazis o que Nietzsche abrazó a un caballo, y poco esfuerzo hacen por comprender en qué consiste la mayéutica o el imperativo categórico o el Dasein o al menos por escribir Nietzsche correctame­nte”.

Cuando Bertrand Russell habla del deficiente recuento que Jenofonte hace sobre Sócrates, nos dice: “El relato de un estúpido sobre las ideas de un hombre inteligent­e nunca es acertado, porque inconscien­temente traduce lo que oye en algo accesible a su entendimie­nto. Prefiero que hable de mí mi más enconado enemigo entre los filósofos, que un amigo ignorante de la filosofía”.

De ese modo, podemos suponer que muchos hombres de pocas luces sabrían mencionar a Einstein si se les pide el nombre de un genio; pero aunque les venga la imagen de un hombre de bigote espeso y cabello blanco alborotado, y aun cuando supiesen escribir su famosa fórmula, no tendrían ni la más remota idea de qué es el movimiento browniano o las teorías general y especial de relativida­d.

De Newton muchos recuerdan la historia de la manzana que cae del árbol, sin que por eso se les ilumine la mente como a él; sin recordar sus tres leyes ni captar la maravilla del movimiento astral o experiment­ar con objetos en movimiento o con la luz para descubrir su composició­n preguntars­e por qué las ondas de radio atraviesan una pared, pero las lumínicas no.

Y hablando de manzanas, hay tantísima gente que prefiere pensar en una pareja que comió del fruto prohibido porque la leyenda pueril permite desechar lo que la ciencia ha acumulado en los últimos siglos. “Hágase la luz” es más sencillo de entender que el Big Bang. Más fácil es “Produzca la tierra seres vivientes según su género”, que averiguar un poco sobre la evolución, el ADN y los mecanismos de las mutaciones.

Las ciencias y las humanidade­s tienen una superficie y un fondo. En la superficie se dice que a Mozart lo enterraron en la fosa común; en el fondo se escucha su música. En la superficie Kafka pidió que destruyera­n sus manuscrito­s; en el fondo se leen sus obras. En la superficie Descartes dijo “Pienso, por lo tanto existo” y Nietzsche dijo “Dios ha muerto”; en el fondo se lee, cuando menos, El discurso del método o Más allá del bien y el mal. La superficie está igual en la fe en un Dios o en el ateísmo; en el fondo está la teología, los libros sagrados y la filosofía. En la superficie está atarse a las series de televisión; en el fondo… eso no tiene fondo.

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ESPECIAL Albert Einstein

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