Un narrador supremo
Cuentan que en abril de 1990, cuando vino a recibir el Premio Cervantes, Augusto Roa Bastos (1917–2005) recorría las calles de Madrid con un telegrama en el bolsillo interior de su saco. “Tú, el supremo”, le había escrito, escueta y contundentemente, Gabriel García Márquez desde México, al enterarse de que su admirado colega había ganado el importante galardón. La felicitación del rey del Boom fue para el autor paraguayo el reconocimiento de que él, junto a Onetti, Rulfo y Di Benedetto, había sentado las bases del movimiento literario hispano que sedujo al mundo entero en la segunda mitad del siglo XX. En el fondo, sin embargo, el fabulador que vivió buena parte de su vida exiliado en Argentina y Francia siempre permaneció distanciado de las estrellas literarias. “En esta sociedad de consumo en la cual vivimos”, dijo en una ocasión, “los circuitos de consumo descubrieron que así como se podía explotar una zona petrolífera rica, también se puede explotar una zona de escritores rica y convirtieron a estos escritores en vedettes de una situación frente a la cual existían otros tan buenos como ellos pero que quedaban a la sombra”.
Unos días antes de que el pasado martes 13 (¿tocamos madera?) se conmemoraran los 100 años del nacimiento de Roa Bastos, en una tertulia de periodistas culturales (en España otra cosa no, pero tertulias: ¡todos los días!) conocí a Gloria Giménez Guanes, una periodista paraguaya, corresponsal de Radio Ñanduti, quien fue una de las grandes amigas del autor de Yo el Supremo. Gloria y su marido, el ambientalista español Eduardo Aznar, han reunido varios textos del escritor sobre la historia de su país en Roa y Paraguay, fabulación y utopía (Servilibro). Ella recalcó que este libro es prácticamente el único “homenaje” que se le hace a su paisano en este país (Roa Bastos tenía, gracias a Felipe González, la nacionalidad española). Lamentó que aquí pocos hablen de la obra literaria de su amigo (novelas, cuentos, guiones cinematográficos, obras de teatro), “el único escritor iberoamericano bilingüe, porque escribía en castellano y guaraní”, y del papel que jugó en la caída de la dictadura de Alfredo Stroessner.
“Lo que pasa es que mucha gente desconoce esa faceta”, dice Gloria Giménez. “En el momento en que Roa asume el papel frontal de llevar la coordinación del exilio es cuando acepta que la lucha tiene que ser hasta la caída de la dictadura”. La periodista no dio más detalles al respecto. Al final, después de una serie de halagos a su compatriota, quiso dejar claro: “cuando recibió el Cervantes, el dinero lo dedicó exclusivamente a crear pequeñas escuelas en el interior de Paraguay. Su sueño era regresar a su país para poder ser maestro”. Roa Bastos volvió al país sudamericano en 1996, después de casi 50 años de ausencia, y ahí falleció en 2005.
Hace años leí Yo el Supremo por recomendación de Tomás Eloy Martínez. “Es uno de esos grandes libros–madre”, me dijo el maestro argentino al descubrirme el mundo guaraní. Lo es, no cabe duda. Pero ahora hay algo de Roa Bastos que me dispongo a devorar: sus crónicas de los juicios de Núremberg y su entrevista al general De Gaulle, dos grandes ejemplos de la incursión de este narrador supremo en el periodismo.