Pitecos vs. millennials
Los que empujan dicen “teoría de género”; quienes se oponen, “ideología”. Y con esa discusión terminológica tienen para una lucha campal de almohadazos, que hallan cruenta. Es peculiar y es curioso. Peculiar porque se trata de un progreso: una sensibilidad humanitaria, que busca justicia, empatía y equidad. Curioso porque la rigidez léxica es mucho mayor que la que hallaba incluso el inventor de la crítica a la ideología: el mismo Karl Marx se refería a su pensamiento y escritos como ideología (Dice Edmund Wilson que Marx y Engels “tampoco se preocuparon mucho de aclarar por qué su propia ‘ideología’, que se proclamaba abiertamente una ideología de clase elaborada para apoyar los intereses del proletariado, poseía un tipo especial de validez”). Pero ahora, unos a otros se hacen rechinar los dientes con el uso de las palabras. Si dice “ideología”, defiende posiciones antiguas de un esquema jerárquico e intolerante; si dice “teoría”, insistirá en la falsedad del paso de la biología a la conformación de la persona. Terminan discutiendo cómo hacer leyes y dónde hacen pipí.
El problema de fondo es importante. El modo en que se ha abordado, necio y carente de imaginación. Dejar que un asunto moral, político, cultural se reduzca a unos argumentos necios frente a otros, falaces y confusos, no lleva a nada bueno. Sobre todo porque este enredo, en tanto busca justicia y equidad, ha tenido la pésima idea de convertirse en cosa del derecho. Como si las leyes, o los procesos y tribunales fueran a hacer algo distinto de lo que han hecho siempre: burocracia, corrupción y abusos.
Hay algo enojoso que un pleito de semejante encono suceda mientras la sociedad padece una era de violencia y una impunidad más allá de lo creíble. ¿Cómo conciliar las dos actitudes, una que parece acostumbrarse a los cadáveres y desapariciones, y otra que se crispa con el uso de palabras inadecuadas?
Quizá sea signo de un cambio muy profundo. Se me ocurre, como punta para abrir este extraño ostión, sugerir que se trata de la convivencia de dos modos de pensar, uno viejo y el otro nuevo. Entre las sociedades modernas y las antiguas, dice Emile Benveniste, “la relación entre el estado de paz y el estado de guerra es, de antaño a hoy, exactamente inversa. La paz es para nosotros el estado normal, que una guerra viene a romper; para los antiguos, el estado normal es el estado de guerra, al que una paz viene a poner fin”. Quizá hallemos conviviendo a dos especies en sentido evolutivo: pitecos violentos y millennials hiperestésicos.