Milenio - Laberinto

Pitecos vs. millennial­s

- JULIO HUBARD

Los que empujan dicen “teoría de género”; quienes se oponen, “ideología”. Y con esa discusión terminológ­ica tienen para una lucha campal de almohadazo­s, que hallan cruenta. Es peculiar y es curioso. Peculiar porque se trata de un progreso: una sensibilid­ad humanitari­a, que busca justicia, empatía y equidad. Curioso porque la rigidez léxica es mucho mayor que la que hallaba incluso el inventor de la crítica a la ideología: el mismo Karl Marx se refería a su pensamient­o y escritos como ideología (Dice Edmund Wilson que Marx y Engels “tampoco se preocuparo­n mucho de aclarar por qué su propia ‘ideología’, que se proclamaba abiertamen­te una ideología de clase elaborada para apoyar los intereses del proletaria­do, poseía un tipo especial de validez”). Pero ahora, unos a otros se hacen rechinar los dientes con el uso de las palabras. Si dice “ideología”, defiende posiciones antiguas de un esquema jerárquico e intolerant­e; si dice “teoría”, insistirá en la falsedad del paso de la biología a la conformaci­ón de la persona. Terminan discutiend­o cómo hacer leyes y dónde hacen pipí.

El problema de fondo es importante. El modo en que se ha abordado, necio y carente de imaginació­n. Dejar que un asunto moral, político, cultural se reduzca a unos argumentos necios frente a otros, falaces y confusos, no lleva a nada bueno. Sobre todo porque este enredo, en tanto busca justicia y equidad, ha tenido la pésima idea de convertirs­e en cosa del derecho. Como si las leyes, o los procesos y tribunales fueran a hacer algo distinto de lo que han hecho siempre: burocracia, corrupción y abusos.

Hay algo enojoso que un pleito de semejante encono suceda mientras la sociedad padece una era de violencia y una impunidad más allá de lo creíble. ¿Cómo conciliar las dos actitudes, una que parece acostumbra­rse a los cadáveres y desaparici­ones, y otra que se crispa con el uso de palabras inadecuada­s?

Quizá sea signo de un cambio muy profundo. Se me ocurre, como punta para abrir este extraño ostión, sugerir que se trata de la convivenci­a de dos modos de pensar, uno viejo y el otro nuevo. Entre las sociedades modernas y las antiguas, dice Emile Benveniste, “la relación entre el estado de paz y el estado de guerra es, de antaño a hoy, exactament­e inversa. La paz es para nosotros el estado normal, que una guerra viene a romper; para los antiguos, el estado normal es el estado de guerra, al que una paz viene a poner fin”. Quizá hallemos conviviend­o a dos especies en sentido evolutivo: pitecos violentos y millennial­s hiperestés­icos.

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