Actrices de alto voltaje
Mi Fausto, la pieza que Paul Valéry dejó inconclusa, se inserta en un mundo que ha perdido las nociones del bien y el mal
Hay obras que te dejan frases, imágenes, ecos, espacios poblados de objetos y de personajes que llegan a estar ahí para luego evadirse de donde el espectador hubiera querido conservarlos. Algo así sucede con Mi Fausto, texto dramático inconcluso de Paul Válery, que encuentra en la UNAM un espacio en el que se despliega la decepción del autor francés por el ser humano a partir de su arribo a una maldad que supera a la del viejo Mefisto.
Un espacio de varios niveles abre el vértice del negro escenario que contiene un triángulo integrado al piso con arena blanca, eco tal vez de los misteriosos signos de Nazca o de un jardín zen con formas y espirales abiertas. Limpio, terso y oscuro, a ratos con luz definida e intensa, este espacio abierto al enigma, creado por Patricia Gutiérrez, es un lugar donde los ángulos apuntan, marcan rutas de fuga, generan vacíos y señalan pasillos subterráneos.
El personaje de Fausto, presente en el Faustbuch, anónimo del siglo XVI, ha seducido por siglos a artistas como Marlowe, Delacroix, Lessing, Goethe, Liszt, Schumann, Mann, quienes crearon sus propias versiones literarias, pictóricas y musicales hasta que en 1940 Paul Valéry lo transformó en un veterano con nociones de psicoanálisis, existencialismo y principios nietzscheanos, que quiere dictar a su asistente un libro con sus memorias, para lo que propone a Mefistófeles un nuevo pacto que, sin necesidad de ser firmado con sangre, le devolverá algo del protagonismo perdido ante la generalizada falta de fe en la existencia del alma.
Mi Fausto encuentra en la propuesta del director Sergio Cataño una estética contemporánea con personajes masculinos interpretados por actrices y vinculados, mediante su expresión e indumentaria, al sedimento de los siglos. Desde Mefistófeles hasta el joven discípulo, incluidos Astarot y Belial, esbirros del demonio, los personajes son creados por ellas, quienes producen una energía de alto voltaje en torno a un Fausto que se percibe como una breve llama que se debilita ante un viento inesperado.
El personaje de Fausto, a cargo del actor José Ángel García, no irradia el magnetismo, la atracción, la chispa de la sabiduría que fascina al personaje de Lust, a cargo de Ana Cervantes, quien se expresa desde una automotivación real sin encontrar correspondencia con lo que el espectador percibe del viejo personaje que durante siglos ha persistido en su intento por descubrir lo que el ser mortal no puede aprehender.
Las actrices Ana Bertha Espín, a quien se ve poco en un escenario teatral, Ana Cervantes y Penny Pacheco, y la diseñadora de movimiento, la maestra y coreógrafa Ruby Tagle, se arrojan a la construcción de una ficción de dimensión doble y fracturan estereotipos masculinos y femeninos de rasgos grotescos extremos y drásticos, sin el estímulo contundente y vital sobre el escenario por parte del antagonista.
El jardín con reminiscencias bíblicas, presente en la obra de Valéry y contenido en este montaje en una manzana que comparten juguetonamente Fausto y su asistente Lust, marca la distancia frente al Fausto renacentista que pacta con el diablo por 24 años, frente al Fausto que, superada la experiencia, logró vencer a Mefisto, hoy incapaz de comprender la línea perdida entre el bien y el mal, y la búsqueda de Lust y del discípulo.
Mi Fausto propone una experiencia estética, plástica, corporal y de actuación femenina, en torno a un personaje mítico que las actrices, con sus distintas características, crean para la escena.