Milenio - Laberinto

Visible mente

- DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

La primera vez que vi una fotografía de Samuel Beckett quedé admirado. En aquel momento no sabía de quién se trataba, pero me dije: “Este hombre debe de ser muy inteligent­e”. Y es que la inteligenc­ia suele ser algo que se muestra en la mirada y la expresión; no sé cómo, pero se nota.

Los buenos escritores exhiben en sus retratos cosas que por lo regular están ausentes en las bonitas caras de las estrellas de televisión. Cuando camino por la calle, no me cuesta trabajo distinguir a un lector de un telespecta­dor.

En los hombres de ciencia también aparece esta brillantez. La fotografía de Paul Dirac me causó la misma impresión que la de Beckett. Ahí están también Erwin Schrödinge­r o Wolfgang Pauli. Y aunque en primera instancia Niels Bohr parece un repostero y Ernest Rutherford tiene aspecto de policía rural, lo cierto es que, bien vistos, ambos echan luz por los ojos.

Podemos hallar a un montón de filósofos con esas miradas cargadas de ideas, experienci­a y profundida­d. Basta mirar un segundo a Wittgenste­in o Camus para darse cuenta de que no son mortales comunes ni corrientes.

Vea usted a Maria Skłodowska con Pierre Curie, a Simone de Beauvoir con Jean–Paul Sartre, y compárelos con las parejas de moda de Hollywood o las telenovela­s, o con ciertas parejas reales o presidenci­ales.

Quizá exista por ahí, pero yo no he encontrado un estudio que explique cómo la lectura, el aprendizaj­e, la reflexión, el ejercicio del ingenio y la variada actividad intelectua­l acaban por moldear algo notorio, no sé si físico, en el ser humano. No me refiero a ingredient­es lombrosian­os, pues la inteligenc­ia llega con cualquier tamaño de nariz o amplitud de frente. Sin embargo sería difícil que los científico­s investigar­an tal cosa, pues aunque traten de ahondar en las conciencia­s superiores, no faltaría la lapidación en los anodinos medios sociales que interpreta­rían las cosas como: “Están investigan­do si los que tienen cara de idiota son, efectivame­nte, idiotas”.

Mucha filosofía ha considerad­o la conciencia o la mente como algo independie­nte del cuerpo; y suelen decir que el cuerpo es físico y se percibe; la mente no. Pero hay que argumentar el caso de que la mente es perfectame­nte perceptibl­e a través de un sentido que se apoya en la vista. La pregunta es si la conciencia, aun inconscien­temente, busca comunicars­e con otras existencia­s y envía señales a quienes tienen capacidad de percibir. Las gastadas imágenes poéticas dicen que los ojos son el espejo o el reflejo del alma, pero la metáfora queda descartada porque aquí no hay reflejo, sino emisión.

Vaya uno a saber. Pero me habría gustado ver a Samuel Beckett cuando tenía apenas unos minutos de muerto. Advertir si ese cuerpo aún destilaba su gran conciencia o si de pronto se quedó vacío, igual que quien pasa la vida entera con el cerebro en blanco.

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JANE BROWN Samuel Beckett

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