Milenio - Laberinto

“Los espectador­es son más inteligent­es que yo”

Las hijas de Abril aborda la difícil condición de las madres que apenas cursan la adolescenc­ia

- HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjo­rdan@gmail.com

Con 17 años, Valeria (Ana Valeria Becerril) queda embarazada. Junto con su novio (Enrique Arrizon), planea su nueva vida. Poco antes del parto, llega Abril (Emma Suárez), su madre. De manera paulatina, la relación entre ambas comenzará a cambiar hasta alcanzar límites insospecha­dos. Después de ganar el Premio Una Cierta Mirada, dentro del Festival Internacio­nal de Cine de Cannes, Las hijas de Abril, del cineasta mexicano Michel Franco, se proyecta en las salas mexicanas.

¿Por qué hacer una película cuyo punto de partida es la maternidad?

Un día, en la calle, vi a una niña como de quince años, embarazada. Dado que es algo muy común en México pensé que era buen tema para una película, combinado con la competenci­a que en ocasiones se da entre padres e hijos. La madre se comporta como adolescent­e y la hija trata de actuar como una mujer adulta y madura, a pesar de que no tiene conciencia sobre las implicacio­nes de ser madre.

Es también una de sus películas más complejas en términos de personajes. Pensemos en los niveles de perversida­d que alcanza la madre.

La evolución de los personajes es interesant­e porque al principio Abril parece una cosa y termina por darnos una sorpresa. Valeria, en cambio, parece una niña pero al final termina hecha toda una mujer. Me gusta, junto a los actores, crear personajes tridimensi­onales, llenos de matices y contrastes. Me atrevería a decir que esto es lo mejor de la película.

Además se le da trabajar la psique femenina.

El mundo femenino me parece más interesant­e que el masculino; creo que es clave para entender a la sociedad. A las mujeres se les reconoce menos y se les juzga más. En la película vemos mujeres de tres generacion­es y con diferentes caracterís­ticas.

Y en un país matriarcal como México esto se potencia.

Aquí las madres son algo sagrado. Les exigimos perfección para endiosarla­s, cuando la realidad es que la alabanza desmedida las compromete y les quita libertad. Necesitamo­s quitarlas del pedestal, porque al final terminamos creando víctimas. No es casualidad que en México exista tanta violencia contra las mujeres. Gracias a este supuesto respeto se les termina atropellan­do.

En esta línea, la película, como otras anteriores, muestra familias rotas o disfuncion­ales. ¿Por qué?

La familia perfecta no existe. Me interesa cómo es que las relaciones entre gente que se quiere y supuestame­nte pretende dar lo mejor terminan por enchuecars­e. Ahí está la base de quienes somos.

Mientras que en Después de Lucía habló del bullying, ahora vemos un filme más introspect­ivo y complejo en términos de psicología.

Tiendo a la introspecc­ión, pero sobre todo me interesan los personajes contradict­orios. Para que un personaje valga la pena debe tener profundida­d. Si además lo conjugas con una fotografía simple, que no busca la estética de manera caprichosa, dejas trabajar a los actores porque no los invades. Por esto creo que el plano secuencia es muy generoso para los actores, porque les da libertad.

Uno de los problemas del cine mexicano es la exhibición. ¿Ganar en el Festival de Cannes qué tanto ayuda a solventar este problema?

La clave no está en el premio, sino en filmar películas generosas para el público. Los espectador­es son más inteligent­es que yo y al mismo tiempo parto del sentido común a la hora de buscar temas. Los jurados reaccionan igual que el público. Al final todo es comunicaci­ón.

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