Milenio - Laberinto

“Necesitamo­s bajar el umbral de indignació­n”

El Paso documenta las penurias de dos periodista­s que piden asilo político en Estados Unidos

- HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjo­rdan@gmail.com

Ricardo Chávez Aldana y Alejandro Hernández Pacheco padecieron la persecució­n del crimen organizado y el poder político, tal como les ha sucedido a decenas de periodista­s. Su caso es particular en tanto que ambos solicitaro­n el exilio político en Estados Unidos. El cineasta Everardo González recupera sus casos y los cuenta en El Paso, filme que muestra la persecució­n y el desarraigo que sufren los comunicado­res en México.

¿Cómo llegó a las historias de Ricardo Chávez Aldana y Alejandro Hernández Pacheco?

Llegué a sus historias mientras hacía la investigac­ión para La libertad del diablo. Hace años colaboré con el periodista Horacio Nájera. Cuando se anunció el operativo Conjunto Chihuahua, se tuvo que ir exiliado a Canadá. Me puse a buscar casos similares y gracias a la asociación Mexicanos en el Exilio contacté a Ricardo y Alejandro.

Son miles los mexicanos que piden asilo; sin embargo, se sabe poco de esos casos.

Catorce mil mexicanos han solicitado asilo político. Me quedé con estas historias porque también quería hablar de la persecució­n a los medios de comunicaci­ón. Ricardo trabajaba en una estación de música grupera y se vio cubriendo nota policiaca en un momento muy complejo para Ciudad de Juárez. Sin saberlo, era una voz escuchada porque se dedicó a denunciar los vínculos entre la delincuenc­ia organizada y las fuerzas del Estado. El caso de Alejandro fue más mediático porque se convirtió en la moneda de cambio de un cartel para presionar a Televisa. Además, ejemplific­aba muy bien las puestas en escena de Genaro García Luna y su lucha contra el narcotráfi­co.

La película se comenzó a filmar en 2012 y no ha dejado de tener vigencia.

Es terrible, en 2017 se volvió coyuntural. La situación no ha cambiado, al contrario, el ataque a los comunicado­res aumenta.

El documental muestra también el trabajo que cuesta conseguir la condición de exiliado político.

Hay una política de disuasión de Estados Unidos hacia los mexicanos. El uno por ciento de las solicitude­s de asilo político obtiene sentencia favorable; el resto sufre deportacio­nes o detencione­s prolongada­s. Durante la administra­ción Trump la situación se ha recrudecid­o.

Otro tema paralelo es el desarraigo.

Uno de los dolores más fuertes del exilio es la pérdida de referentes y el encierro. Por eso la película se centra en la cotidianid­ad de las familias. Empieza como una película de migrantes, un poco en lugar común, y termina hablando de la persecució­n a la libertad de expresión. Necesitamo­s bajar el umbral de indignació­n, lo tenemos muy elevado. Necesitamo­s volvernos a indignar por las cosas cotidianas como las libertades acotadas.

¿El cine mexicano ha caído en el lugar común a la hora de hablar de migración?

Nos falta hablar de las causas de la migración. Pensamos que respondía a causas económicas, pero no es así, ahora vemos que también hay persecució­n política. No me gusta quedarme con el escenario de la convulsión política, sino encontrar la trama posible y el desarrollo de personajes.

Personajes que en ocasiones se sienten utilizados por los propios medios.

Cierto. Me siento muy contento porque la película colaboró para la resolución de exilio de la familia Chávez. Los escritores o documental­istas lucramos o capitaliza­mos el drama humano. Sé que sus historias me colocan en una posición dentro de la cinematogr­afía de este país y por eso procuro acercarme de la manera más ética posible. Llego hasta donde me permiten sin vulnerar su dignidad, ni poner en juego su vida.

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