Lo que dejó el comunismo
Con autores como Cristi Puiu, Cristian Mungiu y Calin Peter Netzer la crítica internacional habla de un Nuevo Cine Rumano. Dominique Nasta ha escrito incluso que estamos ante un milagro inesperado. ¿Lo es? Solo en la medida en que Rumania sigue las modas que dicta Cannes y compite en el arte dando nuevos sentidos al viejo estilo soviético que tanto ama el crítico de cine francés. Las miradas que antes buscaban dar testimonio de la felicidad de las clases trabajadoras que, gracias al gobierno, podían vivir gozosas en un multifamiliar, hoy se complacen denunciando la pobreza, la violencia y la corrupción que dejó tras de sí la caída del Muro de Berlín.
En Graduación, de Cristian Mungiu, Eliza es una rubicunda estudiante de 16 años que se rompe un brazo durante una pelea contra un tipo que ha estado a punto de violarla. El problema no es tanto el susto como la posibilidad de que la chica sea incapaz de concentrarse en sus exámenes finales, con lo que perdería una beca en Inglaterra y estaría condenada al fracaso: quedarse a vivir en su país. Si algo ha conseguido la globalización de Cannes es que el cine rumano, el cine japonés y el cine mexicano se parezcan demasiado. Con personajes cotidianos, sus creadores cuentan “pequeñas historias” posmodernas sin haberse dado cuenta de que la gente que va al cine nunca dejó de amar las “grandes narrativas”. Este cine de corte soviético recuerda los pasillos pintados de la escuela por la que se mueve el protagonista de Graduación: niños sonrientes, destinados por voluntad del sistema a volverse científicos y artistas. La única diferencia estriba en que, con la misma estética, se ilustra la miseria política, social y aun artística en que el comunismo dejó a esta sociedad en la que parece que todo puede comprarse, venderse o traficarse. Según los autores del Nuevo Cine Rumano, aquí todo se consigue por compadrazgo: sea atrapar a un criminal, conseguir un trasplante de hígado o pasar un examen final con diez. Ahora bien, esta misma sociedad ha dado lugar a un cine que expresa la falta de expectativas de una generación que, parada en hombros de gigante (el Neorrealismo Italiano), tiene el ojo triste de quien se quedó sin ideología, dios o nación.