Milenio - Laberinto

CANÍBALES Y CONTEMPORÁ­NEOS

- JULIO HUBARD

Se supone que Montaigne es nuestro contemporá­neo porque con él inicia esa cosa llamada “relativism­o cultural” —palabras horrendas que suponen distancias insalvable­s: que una persona solo es capaz de comprender su propia cultura, y a medias; que las diferencia­s históricas, lingüístic­as, espiritual­es y materiales son tantas, y tan profundas, que comprender a los otros resulta imposible—. Pero no. Montaigne no es nuestro contemporá­neo porque le resulten insondable­s los otros y sus culturas sino porque se halla a sí mismo como un otro: una interrogac­ión y no un saber.

Descubre sus propias limitacion­es intelectua­les en cada ensayo porque la conciencia le aparece como dictada por otras voces, que entran o salen del concurso del pensamient­o. La suya y las otras mentes le resultan tan misteriosa­s como ridículas. Y ese escepticis­mo es lo que muchos confunden con relativism­o.

El caso más notable de perplejida­d cultural le vino al topar con tres indios tupinambá, sus famosos caníbales, que conoció en la corte de Ruán, en 1562, “ignorantes de lo que costará algún día a su tranquilid­ad y ventura el conocer las corrupcion­es de acá... míseros por haberse dejado engañar por el deseo de novedad”.

Todos los lectores y tratadista­s de Montaigne han dado interpreta­ciones y descubiert­o pistas del ensayo “Sobre los caníbales”: de ahí surge el Calibán de Shakespear­e, la antropolog­ía moderna, la crítica y autocrític­a de las costumbres como disciplina moral e intelectua­l y, en fin, este escepticis­mo de sí, que es el origen no solo de la inteligenc­ia sino también de la honestidad intelectua­l. Eso y más. Pero me sorprende que casi nadie haya reparado en un asunto enojoso. Mientras los caníbales estuvieron en la corte, el rey Carlos IX “hablóles largo tiempo” y les explicó cosas, pero no les preguntó nada. En cambio, Montaigne supuso que los indios podrían revelarle verdades nuevas. Les preguntó qué les había parecido lo que veían. Y ellos dijeron tres cosas. Una, que hallaban “muy extraño que tantos hombres grandes y fuertes, barbados y armados”, se sometieran y obedeciera­n a un niño (el rey tenía 12 años). La segunda cosa que los perplejó fue que unas personas tuvieran tanto lujo, mientras otros, sus “mitades”, fueran tan miserables.

Ellos dijeron tres cosas, pero Montaigne olvidó la tercera. Ya sé que el ensayo sobre los caníbales es piedra de toque y papel tornasol para juicios y críticas de la cultura. Pero no le sé perdonar el descuido de haber olvidado un tercio entero de la confrontac­ión caníbal.

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