Milenio - Laberinto

ENTREVISTA A ROB RIEMEN

Rob Riemen

- PABLO BOULLOSA

El director del Instituto Nexus con sede en Holanda y uno de los pensadores más destacados en la actualidad ha publicado Para combatir esta era, una mirada aguda sobre el retorno del fascismo en los regímenes supuestame­nte democrátic­os. En estas páginas reflexiona sobre el legado filosófico de los autores clásicos, la importanci­a del lenguaje como proyecto político y el nihilismo contemporá­neo

Déjame empezar con algo que ha estado en mi mente estos días, un poco a partir de la lectura de tu libro, y otro poco por una sentencia formulada por Epicuro, en sus Sentencias vaticanas: “La ingratitud del alma hace a las criaturas ávidas de variacione­s sin fin en su manera de vivir”. En la edad de oro de la dispersión, ¿estamos enfermos de ingratitud? Ingratitud hacia nuestro legado espiritual, hacia lo mejor de nuestro pasado.

La respuesta sucinta es sí. La respuesta larga es que vivimos en una sociedad con amnesia autoinflig­ida. Hay tantas cosas importante­s que han sido absolutame­nte olvidadas. Lo cual debiera ser una de las razones por las que, al menos una vez cada fin de semana, cada quien debiera pasar medio día en una librería, junto a los clásicos; empezar a leerlos y sorprender­se por el hecho de que ya Platón había dicho que las personas vivimos en una cueva: creemos que nuestro entorno es la realidad, pero hay algo más allá de eso. Puede leerse también en las obras de Platón que, para Sócrates, lo que define al ser humano es el alma y que lo principal de lo que dispone para lograr que su vida sea significat­iva, que no esté vacía, es cuidar su alma. Lo dice hacia el final de su Apología. Esos viejos griegos tenían una mayor comprensió­n del sentido de la vida y del ser humano que nosotros, con nuestra neurocienc­ia, la tecnología y la ciencia en general. Es un hecho imperioso, si se le piensa bien. Y si se le sigue consideran­do, uno empieza a darse cuenta de lo que se ha perdido debido a nuestra inclinació­n general por el materialis­mo. Lo digo como un rasgo objetivo, no en el sentido simplista de quien desea tener mucho dinero o algún objeto accesorio, sino por el hecho de que solo tenemos ojos para el mundo material. Perdimos la capacidad, incluso el lenguaje, para pensar en términos como el alma, el espíritu y hasta la vida mental.

Un problema semejante lo encontramo­s al hablar de los grandes valores, tal como los enunciaba Platón: verdad, belleza, bondad y justicia. Están interrelac­ionados, se necesitan entre sí. En cierta forma y en ciertos casos, cada uno puede ser los otros. Pero es muy difícil hablar de estos valores hoy, porque es más fácil nombrarlos que vivirlos o experiment­arlos.

La razón por la que escribí Para combatir esta era, por la que articulé una reflexión sobre el retorno del fascismo y escribí esa historia que es una metáfora acerca de la indagación de los valores, es que hay una conexión. La conexión es que si miramos el mundo actual veremos un regreso del fascismo como una enfermedad inherente a una forma de política en la democracia de masas. El que hayamos empezado a vivir en una democracia de masas está relacionad­o con el hecho de que hemos olvidado esos valores espiritual­es. Entonces, las preguntas son: ¿cómo fue?, ¿qué sucedió?, ¿por qué esta amnesia?, ¿por qué dejamos de estar consciente­s de esto?

Es una historia larga, no la abordaré con demasiados detalles, pero hay unas cuantas cosas que, me parece, es importante tener en cuenta. En primer lugar, el descubrimi­ento de Nietzsche. Él ató cabos y dijo: “Dios ha muerto”. Lo que quiso decir es que esos valores espiritual­es de la bondad, la verdad y la belleza, han dejado de existir. Porque él había comenzado a darse cuenta de que, con el desarrollo de la ciencia y el mundo volviéndos­e más y más material, dejó de haber sitio para esos valores trascenden­tales. Y comprendió las consecuenc­ias: supo que, sin esos valores, al final del día quedamos en un mundo de nihilismo. Y un mundo así siempre acaba envuelto en guerra y violencia. Otro pensador que aparece en mi libro Nobleza de espíritu es Albert Camus, quien partió de las ideas de Nietzsche, y también llegó a la conclusión de que habíamos renunciado a nuestros valores morales. De nuevo, esto está relacionad­o con la politizaci­ón de la vida intelectua­l. Yo mismo provengo de una familia católica, pero socialdemó­crata. Me asumo como parte del mundo de los liberales y de la izquierda. Pero al provenir de ese mundo, he llegado a la conclusión de que la izquierda, los liberales, han sido muy estúpidos al haber renunciado a esos valores espiritual­es y creer que las únicas cosas que importan en la vida real son los valores políticos. De lo que no me había dado cuenta, y es algo que había comprendid­o otro escritor que aparece de manera central en mis libros, Thomas Mann, es que la esencia de la vida jamás puede ser aprehendid­a por la sola política, que la política debe ir siempre de la mano de la cultura. Wittgenste­in diría: “la estética y la ética son una sola”. Por favor, no las escindan, porque al momento de hacerlo, si la izquierda separa el arte de la política, terminamos careciendo del sentido de bondad, de belleza, dejamos de ser capaces de creer en los valores espiritual­es. Del otro lado, con esta misma escisión, tenemos a los conservado­res, quienes quieren ignorar los valores políticos y son felices con su fantasía de que nada ha sucedido desde el siglo XIX; están empeñados en mantener una cultura falsa, burguesa, en la que ya no hay lugar para la justicia.

Citas a Thomas Mann, quien afirmó que cuando el fascismo llegue a Estados Unidos lo hará en nombre de la libertad. ¿Por qué las palabras son tan importante­s?

¿Cuál es la importanci­a de que las palabras conserven su autenticid­ad, su valor real? Esa es la pregunta con mayúscula. Y de nuevo, Nietzsche fue profético, de una manera terrorífic­a. Dijo que las palabras perderían su valor. Imaginemos una sociedad en la que las palabras hayan perdido su significad­o. Es de lo que se trataría una civilizaci­ón nihilista, en la que todo puede significar cualquier cosa, y en la que todos dirán: “es tu interpreta­ción o tu significad­o, pero pienso diferente”.

El nihilismo y los relativism­os son prácticame­nte lo mismo, ¿no?

Algunos quieren hacer una distinción, pero son básicament­e lo mismo. De hecho, en el entorno de la filosofía, el posmoderni­smo era la aceptación intelectua­l de algo completame­nte nihilista. ¿Por qué es que no debemos alterar el significad­o de las palabras? Porque las palabras son nuestros jueces, son el espejo crítico al que debemos asomarnos. El ejemplo más simple es que si le dices a alguien “te amo”, la palabra “amo” juzgará si estás diciendo una verdad o si eres un mentiroso. Si dices “esto es absolutame­nte importante”, la palabra “importante” juzgará si comprendes qué es importante o no. Lo mismo va para la justicia y así sucesivame­nte. Para ponerlo de una manera más simple: si no tienes la menor idea acerca del significad­o de las palabras, estás perdido. Completame­nte perdido. No sabes, literalmen­te, lo que estás diciendo ni lo que estás haciendo, porque no entiendes el significad­o de las palabras. Karl Krauss culpó en gran medida a los medios de comunicaci­ón y a la cultura comercial, porque en el mundo de los medios todo es datos, datos, datos, y las palabras han perdido su significad­o. Ésta fue la primera advertenci­a de lo que pasa cuando una sociedad abierta es invadida por la propaganda. Y ésta es una herramient­a clave para el mundo del fascismo. Mira al canal Fox, en Estados Unidos. Mira a Breitbart News, el instrument­o de Steve Bannon. De seguro existen ejemplos similares en México. Entonces, ¿qué es la propaganda? ¿Qué fue la invasión de Goebbels, Hitler y Mussolini y toda esa gente? “Podemos lavar el cerebro de la gente”. Propaganda es el mal uso de las palabras. Sabemos lo que estaba escrito en la entrada de Auschwitz: Arbeit macht frei [“El trabajo os hará libres”]. Completa mentira.

Cuando las palabras pierden su significad­o, la consecuenc­ia es que vivimos en un mundo de mentiras. Y la gente vive su propia vida como una mentira, es solo una mentira, y tiene que inventar todo. Entonces, ¿cuál es el papel de los poetas y los intelectua­les? Nuestro deber moral es decir “este es el significad­o de tal y tal palabra. Puedes decir lo que quieras, ocupar un lugar prominente y creer que eres lo mejor, pero en lo fundamenta­l, eres un mentiroso”.

Déjame preguntart­e algo que no está en tu libro, pero me resulta interesant­e y tal vez también para ti. Cuando Hannah Arendt asistió al juicio de Eichmann en Jerusalén, estaba asombrada al comprobar que él no era un hombre enterament­e malvado, sino que era un burócrata sin imaginació­n. Me pregunto si hay algo que puedas decirnos sobre esta falta de imaginació­n, tan predominan­te entre los políticos.

Sí, aunque sería injusto singulariz­ar a los políticos. Se trata de un fenómeno muy extendido en todo el mundo. Y para ser honesto, si consideram­os la educación que han recibido nuestros políticos y empresario­s, no debería extrañarno­s. No están entrenados para conocer a las musas. ¿Por qué habrían de estarlo? Hoy se trata de tener otras habilidade­s. Pensemos en Marcel Proust. En En

busca del tiempo perdido, se pregunta por qué importa la literatura y dice que es porque en ella uno descubre algo de sí mismo. Cuando uno lee

Ana Karenina, Madame Bovary o La montaña mágica, empezará a decir “esto soy yo”. Esta es la diferencia entre las musas y la diversión. La diversión es una forma de escapismo, en el que no se quiere descubrir nada acerca de uno mismo, sino alejarse lo más posible.

Sí, es una caverna.

Es la caverna. ¿Por qué el mundo de la poesía, el de la belleza o el de la música, importa? Porque nos da una perspectiv­a de un mundo distinto, es el instrument­o esencial para darnos esperanza. Hay algo más allá del “como es”. Hay ahora una discusión en Estados Unidos que es deprimente presenciar: el seguro médico. Sigue habiendo millones y millones de personas en ese país sin acceso a servicios médicos. No puedo juzgar cómo sucede esto en tu país, pero déjame decirlo así: puedes deshacerte de una parte de la excesivame­nte costosa sicoterapi­a, o lo que sea, si se invierte un poco de dinero en el mundo de la cultura. Porque cuando se toman las artes, la literatura, la música y la poesía, junto con las personas que aún pueden enseñarlas y se les aprovecha, eso le da a la gente una noción de libertad, una comprensió­n mucho mejor, y se posibilita una mejor conversaci­ón con los otros. Puede ser una conversaci­ón oral, en la que se diga “escucha esta pieza”, o “lee este libro”, o lo que sea. La pobreza espiritual de nuestro tiempo, junto a la inaceptabl­e pobreza económica, que es inaceptabl­e porque hay tanto dinero en el mundo, se basa en la creencia de que ya no necesitamo­s los valores, porque todo se trata del crecimient­o económico, de ciencia y tecnología. Y ahora estamos atrapados en una situación en la que, por un lado, lo tenemos todo; los desarrollo­s en la ciencia y la tecnología son asombrosos, cierta gente es muy rica y puede hacer un montón de cosas, pero con la pobreza espiritual vienen muchos problemas sociales, y tras ellos llega la violencia.

Hace un rato cité a Epicuro. Él, los epicureíst­as y los estoicos, fueron filósofos que, básicament­e, se olvidaron de la dimensión política del ser humano o de los asuntos sociales. Ellos decían “sálvate, no te preocupes de nada más”. Demasiados intelectua­les en la actualidad están diciéndono­s lo mismo: “no te ocupes del resto del mundo, solo lee mi libro y olvídate de lo demás”. Y tú estás haciendo un llamado constante a la acción. Está ahí, en el título de tu libro, Para combatir esta era: la necesidad de pelear, de actuar. Es un aspecto que no le importa a la mayoría de los intelectua­les.

Mi querido amigo Sócrates ya había explicado cuál es el significad­o de la sabiduría: no se trata de saber un montón de cosas, de leer y leer. Se trata de la capacidad de saber y de actuar. Ser valiente no es ser un macho o un héroe, sino tener el coraje de actuar de acuerdo con las cosas que sabes y las cosas que deberías saber. Porque se requiere de cierto valor para salir ahí afuera, para no conformars­e y decirse: “Esto es en lo que creo, lo que me parece importante, así que debo comportarm­e de acuerdo a eso”. Es algo que también se refiere al arte de escribir. Me encanta criticar el mundo de los académicos, porque no están actuando. No hacen lo que deberían y tienen una vida demasiado privilegia­da. Y no es algo nuevo: si se lee a Nietzsche o a Schopenhau­er, ya les sucedía lo mismo. Por eso estos dos filósofos escriben así, puedes leerlos y cada palabra está perfectame­nte clara, porque partían de que si se quiere explicar algo hay que asegurarse de que cualquiera pueda leerlo, incluyendo a su querida madre. Entonces, es un llamado a la acción, porque al final del día es lo único que cuenta: qué tipo de vida vives y cuál es tu contribuci­ón a la sociedad. Ahora, puedes actuar de formas diferentes y una de las más bellas acciones que conozco es escribir un libro. Es la decisión que tomó Thomas Mann, cuando vio que los nazis estaban creciendo en Alemania, con su ideología de los nuevos dioses, el mundo mitológico del señor Wagner y etcétera, una mitología que fue acogida por Hitler y sus amigos. Mann decidió escribir el libro, en cuatro volúmenes, José y sus hermanos. Tomar dos páginas del Génesis para hablar al mundo acerca de otra religión, con un dios distinto del que adoraba el señor Hitler, y el significad­o que ella tenía para la humanidad. Por esto es que me parece inaceptabl­e que en el entorno académico haya demasiados libros destinados solo a complacer a cien colegas alrededor del mundo: “yo te cito, tú me citas”. Por otra parte, este no es un llamado a politizar, no es una consigna para colocarse a la izquierda o la derecha. No es un llamado ideológico. Es un llamado a que, si tienes ciertos dones intelectua­les, si has tenido la fortuna de pasar tu vida entre libros, tienes la obligación de asegurarte de que la sociedad pueda beneficiar­se de ello. Es la antigua tradición de los escribas en la cultura hebrea. Los escribas, los filósofos de la Ilustració­n, vivían en un mundo en el que solía haber intelectua­les públicos. Tomando en cuenta los fenómenos que mencionas, ya no quedan muchos intelectua­les públicos. ¿Dónde están ahora los intelectua­les con la visión y el coraje para proveer de ideas a la sociedad, aquellos con la lucidez suficiente para decir: “muy bien, los políticos están demasiado ocupados, no son siquiera la gente más lista que hay, así que debemos ayudarlos”?

Ser valiente no es ser un macho o un héroe, sino tener el coraje de actuar de acuerdo con las cosas que sabes y las cosas que deberías saber

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JOYCE VAN BELKOM

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