Agonías gemelas
Es un relato de guerra, pero no está destinado para los fanáticos de la acción o el heroísmo: todo lo que ocurre es que un caballo, y una civilización, se mueren. Claude Simon (1913-2005), el metódico orfebre de la narrativa francesa, creó una obra tan exigente como estimulante, marcada por la sombra de las guerras mundiales (su padre murió en la primera y él combatió en la segunda), el pesimismo antropológico y la noción de crisis del significado. Ciertamente, después del horror y el absurdo de la destrucción de un continente, resultaba difícil conformarse con el carácter recreativo de la literatura más convencional y, para muchos, era necesario hurgar en el instrumento mismo del lenguaje. No es extraño que el nombre de Claude Simon se asocie a la llamada Nouveau Roman, una corriente de afinidades narrativas, que pretende limitar la importancia de la anécdota y centrarse en el trabajo y la reflexión textual. En busca de escapar a los lugares comunes y al efectismo de la narrativa comercial, la escritura de la Nouveau Roman se centra en el hecho concreto, en la descripción y en una búsqueda casi maniaca de precisión. No se trata de contar por contar sino de demostrar, en el curso del propio acto narrativo, la dificultad de contar y de significar.
En el caso de Simon, en sus mejores momentos, su rigurosidad, su formalismo y minucia descriptiva potencian el dramatismo y tensión de sus tramas minimalistas. El caballo (Cantamares, 2017, traducción de Melina Balcázar y Pedro Hugo Alejándrez) es un ejemplo de estas virtudes. Situado en el escenario de la Segunda Guerra Mundial, el relato describe el tránsito de un grupo de soldados franceses por la campiña y su arribo a un miserable villorrio donde un caballo perteneciente al regimiento enferma. Va a ser la agonía del animal, descrita con atroz detalle, la que aglutine los pequeños hechos (la aparición de una mujer deseable, las disputas entre los pueblerinos, las pesadas puyas entre los soldados) que recoge el relato. Todos, por lo demás, saben el origen del malestar del caballo, los golpes que le propinaba su jinete, molesto con su forma de trotar y, sobre todo, con la guerra y consigo mismo. El caballo es una logradísima estampa de la tristeza y desesperanza de las generaciones que padecieron la devastación y una crítica a la lógica del belicismo, pero es también una desgarradora evocación de la mortalidad de los seres vivos y de los trances gemelos de la enfermedad y la agonía.