Milenio - Laberinto

EN MEMORIA DE RAMÓN XIRAU (1924–2017)

- BICHOS Y PARIENTES JULIO HUBARD

JULIO HUBARD, JUAN MANUEL GÓMEZ, GABRIEL ZAID, ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

Se fue Ramón Xirau. 93 años. Vimos sus fuerzas apagarse poco a poco en torno de la más generosa sonrisa: una que regalaba esa certeza de humanidad, de imagen y semejanza anteriores a todo accidente, con la confianza recíproca de las creaturas falibles, pero también con la historia. Hay que imaginar, en la de Xirau, la sonrisa de los grandes ramones de su lengua materna: el inmenso Lulio, el modesto Sabunde y el humanismo catalán que arroja esa luz de las creaturas: es el ser —y saberlo: no el sustantivo sino el verbo.

No era la sabiduría del humanista filólogo y traductor sino la confianza de no ser basura de los tiempos. Su poesía compartía las vanguardia­s, las formas nuevas, los desafíos formales de las modernidad­es, pero difería también: nunca sospechó que pudiéramos ser cascajo de los siglos o entes olvidados, ni orfandad encallecid­a.

Desde esa radical semejanza produjo una obra crítica que no se parece a ninguna otra. No expone; habita, piensa, descubre. Lo mismo es platónico, que agustinian­o, que bergsonian­o. No es una clase ni una cátedra sino el recorrido de haber filosofado juntamente con Kant, con Aristótele­s, con Heidegger. Fue profesor durante siete décadas, pero su impronta no fueron los datos sino la transmisió­n, la tradición, la capacidad de imbuir en el otro, el escucha, la filosofía como actividad propia. Semejanza y proximidad.

Su obra en prosa está toda escrita desde allá mismo, desde la semejanza con la que leyó todo. Y es un lugar no apto para cobardes. Sus ensayos, ya filosófico­s, ya literarios, son una celebració­n. Y solo un tonto podría creer que el entusiasmo y los encomios pueden mellar el filo de la crítica. Nada más fácil que el desprecio y el denuesto, pero de ellos no sale nada qué habitar, qué construir. Pueden tener el valor de frenar y disuadir, pero todo lector sabe que no hay nada más difícil que la celebració­n. Xirau nunca escribió sobre obras que despreciar­a o carecieran de valor. Su crítica nunca fue laxa: era severo, inquisitiv­o, analítico, pero su motor fue siempre el entusiasmo, el hallazgo del mundo y la luz; de las creaturas y su rumor musical; del pensamient­o, sus ámbitos, su descubrimi­ento. La inteligenc­ia real, no las poses de los listos. La sabiduría no fabrica ruinas, ni idolatría, ni resentimie­nto. “Todo es ejercicio de belleza”, dice en Gradas, uno de los poemas mayores del siglo XX. Ya quedará tiempo para darse cuenta del gran poeta que fue, que seguirá siendo. Hoy recordemos esa sonrisa en que asomaban hombre e historia.

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FOTO: MÍRIAM SÁNCHEZ/ ARCHIVO
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PASCUAL BORZELLI IGLESIAS

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