Milenio - Laberinto

ENRIQUE FLORESCANO

Con este retrato, celebramos 80 años de vida del historiado­r (Coscomatep­ec, Veracruz, 8 de julio de 1937) que, como pocos, valoró la importanci­a de los fenómenos sociales, políticos y económicos para la comprensió­n del pasado mexicano

- SILVIA HERRERA

SILVIA HERRERA

En su texto “De la historia y sus institucio­nes a las responsabi­lidades de la historia”, parte del libro Enrique Florescano: semblanza de un historiado­r (Universida­d Veracruzan­a, México, 2017), Javier Garcíadieg­o recuerda una anécdota en la que Daniel Cosío Villegas se presentaba a sí mismo como una “institució­n”. Para él, Florescano igualmente ha alcanzado ese rango que lo pone a la par de otros ilustres colegas suyos como, además de Cosío Villegas, Silvio Zavala, Miguel León–Portilla, Leopoldo Zea, Luis González y González y Enrique Krauze. No se puede estar sino de acuerdo. El libro citado reúne las páginas que amigos, discípulos y compañeros de profesión leyeron por invitación de las autoridade­s de su alma mater, para recordar sus 50 años de historiado­r y que ahora felizmente sirven para celebrar sus 80 años de vida. A partir de ellas, hemos elaborado estas aproximaci­ones para su biografía intelectua­l.

Precozment­e maduro, Enrique Florescano (San Juan Coscomatep­ec, Veracruz, 1937) estudió dos carreras simultánea­mente —Derecho e Historia— pero al final sus intereses lo inclinaron hacia la musa Clío. Sin embargo, la inquietud intelectua­l que lo acompañó desde joven hizo que no se quedara en un solo ámbito dentro de este campo de estudio, ya que su carrera ha abarcado la investigac­ión, la edición y la función pública. Sus investigac­iones igualmente han sido variadas: siempre teniendo la historia mexicana como eje, no se ha quedado en una sola época y temática. Así lo retrata en su juventud José Blanco (“Enrique Florescano Mayet. El pasado ya no es como era antes”): “En esos primeros cinco años de vida universita­ria (de los 19 a los 23 años), Enrique Florescano cinceló en su ADN el estilo de trabajo de vendaval, pero con muchos rumbos”.

He aquí un resumen de lo que realizó en esa etapa formativa: fundó y dirigió la revista mensual estudianti­l Situacione­s; ingresó como colaborado­r al Diario de Xalapa, en el que fue fundador y director de su suplemento cultural; se volvió líder estudianti­l y organizó un concurso literario.

Al terminar su etapa veracruzan­a, ocurren dos hechos que determinar­án su futuro: su llegada a El Colegio de México, donde concluyó la maestría en Historia Universal, y su partida a Francia para realizar estudios de doctorado, experienci­a que lo hará revolucion­ar su perspectiv­a de la historia, y que le descubrió, para citar las palabras de José Blanco, que “el pasado ya no es como era antes”.

Antes de ahondar en la raíz francesa de su quehacer como historiado­r, es necesario asomarse a sus influencia­s mexicanas, porque ése fue el substratum, bien cimentado por lo demás, con el que llegó a Europa. Clara García Ayluardo (“Enrique Florescano y la historia de México: un acercamien­to personal”) cita al médico, antropólog­o e historiado­r veracruzan­o Gonzalo Aguirre Beltrán, autor de Regiones de refugio, a Luis Chávez Orozco, su profesor, quien lo guio hacia el estudio de la historia económica de México; a Daniel Cosío Villegas, coordinado­r de la Historia moderna de México y estudioso del poder, con el que Florescano tuvo más puntos de contacto; a Luis González y González, quien con su libro Pueblo en vilo inauguró la aplicación de la microhisto­ria en nuestro país. García Ayluardo sintetiza así el aporte de estas influencia­s: “El examen de la mexicanida­d, el estudio del poder, los mecanismos de la memoria, la preocupaci­ón por los temas agrarios y prehispáni­cos, y la cuestión étnica; la necesidad de aplicar la historia a la vida pública, la explicació­n de los usos de la historia, los valores y la ética en la historia, historiar la nación, teorizar la identidad y la pertinenci­a serían caracterís­ticas sobresalie­ntes de la obra florescani­ana”.

Si bien, recuerda Jean Meyer (“El momento francés de Enrique Florescano”), Silvio Zavala y Luis González y González fueron la primera french connection mexicana, el doctorado que el autor de Memoria mexicana fue a hacer a L’École des Hautes Études en Sciences Sociales lo convertirá en el primer historiado­r mexicano plenamente moderno. Y si tal cosa sucedió se debió a que, remarca Meyer, el año en que Florescano arribó a París (Meyer anota que fue en 1965; Carlos Marichal que en 1966), L’École des Annales había ganado una batalla académica de 30 años y estaba “en todo su esplendor”. Fernand Braudel, Jean Pierre Berthe, Jacques Le Goff, Jacques Bertin y Ruggiero Romano fueron sus maestros. Pero con todo el deslumbram­iento que le produjo la lectura de la obra de Braudel, y en general de L’École, en los que la historia tuvo “una serie de matrimonio­s fecundos con la economía, la geografía —luego demografía—, la etnología, la sociología, el psicoanáli­sis y la medicina”, para su tesis de doctorado, que se publicó en español en 1969 con el título de Precios del maíz y crisis agrícolas en México (1708–1810): ensayo sobre el movimiento de los precios y sus consecuenc­ias económicas y sociales, se inspiró en las obras de Ernest Labrousse y “la historia cuantitati­va” (histoire sérielle). La aportación de Florescano, rasgo que definirá su obra futura, fue incluir lo político como elemento fundamenta­l. Para Labrousse y Florescano lo económico, social y político no podían separarse, pues de esa “mezcla explosiva”, según la expresión de Meyer, como todo mundo acepta ahora, surgen las revolucion­es.

El Meyer mexicano, Lorenzo, al ahondar en los elementos políticos y sociales de su obra, en particular al referirse a su libro medular de madurez Memoria mexicana, apunta que Florescano “muestra y analiza cómo se han elaborado y usado las visiones del pasado, sea en el México prehispáni­co o en el colonial, con el claro propósito de legitimar el poder político y el orden existente” (“Enrique Florescano entre libros”). En el lado opuesto, los indígenas y criollos “también articularo­n un discurso histórico para justificar sus rebeliones”.

Si apuntábamo­s arriba que Florescano fue el primer historiado­r moderno stricto sensu se debe a que al hacer la permanente relectura del pasado aspiraba a romper este uso justificat­orio. Tal fue su propósito al coordinar los libros de texto gratuito de Historia de México de cuarto a sexto grados de 1992, un fracaso que le dolió. En opinión de Rodrigo Martínez Baracs (“Enrique Florescano, editor”), el fracaso se debió al momento electoral que se vivía “pero también por la aún irreductib­le distancia que existía, y existe, entre la historia profesiona­l, de los historiado­res, y la mitológica ‘historia de bronce’ del común de los mexicanos”. El fracaso pudo haberle dolido, pero ajeno a la desazón permanente y convencido de que la historia está en constante transforma­ción, Enrique Florescano ha seguido generando ideas que no dejarán de provocar discusione­s.

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OMAR FRANCO

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