“La crítica no tiene un lugar servil”
La catedrática argentina conversa sobre su libro Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo, en el que analiza la relación sincrónica entre el arte y la ficción
Dice la escritora, ensayista y catedrática de Arte Graciela Speranza (Buenos Aires, 1957) que la rápida expansión de la sociedad de consumo, con sus ritmos cada vez más acelerados de producción y obsolescencia, y la revolución digital, con sus redes de conexión global inmediata y sus flujos virtuales de capitales financieros, han comprimido el tiempo en un presente devorador, instantáneo y efímero, y que la cibercultura, con su promesa de un nuevo espacio virtual abierto a la expansión económica ilimitada y a un pluralismo multicultural que alentó la última utopía del siglo XX, se ha desvanecido muy pronto.
Como refleja en su obra Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo (Anagrama), hoy podemos acercarnos a la conciencia de una alteración en la experiencia del tiempo no solo en la vida cotidiana, sino también en el tiempo global, que es de todos, y que el arte ha enfocado y ha vuelto más nítida. “El tiempo”, explica Speranza en entrevista, “siempre ha tocado a las artes y casi todos los relatos son relatos del tiempo. Sin embargo, producto de esta experiencia, han aparecido dos alarmas típicas del siglo XXI: la alteración del tiempo producida por la revolución digital con sus demandas de instantaneidad y aceleración; y cómo se ha transformado la imaginación del fin de los tiempos con el cada vez más nítido destrato del hombre con el planeta, que ahora vemos de un modo acelerado, un lento suicidio debido al crecimiento ciego del capitalismo”.
Speranza, autora de obras como Manuel Puig. Después del fin de la literatura, Fuera de campo y Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes, dice que algunos movimientos que pugnan por asumir una vida más pausada y una desaceleración son un tanto ingenuos, pues “no se trata de resistir aceleración con lentitud, sino de transformar el presentismo obligado en una experiencia más compleja del tiempo que reúna pasado y futuro”.
Speranza dice: “Es cierto que Internet ha abierto y democratizado de alguna manera los caminos de la información, y tal vez por eso fue la última utopía del siglo XX, pero comprobamos ahora que esa democratización es bastante relativa, porque tenemos una sobrecarga de información y primero debemos saber qué hacemos con ella, pues nos abre infinitas posibilidades de elección. Las redes sociales generan el llamado filtro burbuja, como quedó de manifiesto en las elecciones de Estados Unidos”.
Otro elemento sobre el que llama la atención Speranza es la manera en que Internet ha pasado a ser una red de control y vigilancia. “No solo control de los usuarios en sentido amplio, sino control ante los fines de perfeccionamiento del marketing: conocer al consumidor en todos sus perfiles y aspectos para controlar y vender mejor. Esto es algo que no teníamos previsto como efecto de la revolución digital.
En Cronografías, la autora habla de “un presente embriagador” donde todo se acelera y cuya paradoja es que “todo lleva a un atasco”. “En ese sentido, el arte muestra bien esas paradojas y procede como un antídoto”, señala, y luego agrega: “Para mí ha sido de lo más estimulante pensar cómo el arte no se resigna a la masificación cultural, al consumo cultural gregario de la web, donde todos debemos ver ciertas series o ciertas cosas, y al no resignarse el arte hace el tiempo, transforma no solo la experiencia del espectador sino sus materiales, su medio, el lugar en los espacios de exhibición, su relación con la naturaleza, la imaginación. El arte ha pensado la forma en que podemos volver a mirar los desechos del siglo XXI y cómo reunirlos en nuevas constelaciones para que nos hablen de otra manera”.
En ese sentido, Speranza aborda el papel de la crítica, y sostiene que “ya no hay crítica de arte diferenciada de la crítica literaria. Si el artista y las obras hacen cruces entre distintos campos creativos, solo la ceguera institucional y la especialización un poco terca pueden recortar las esferas. Así que la crítica se ha ampliado. Por otra parte, hay otra transformación importante que es geográfica, geopolítica e identitaria. En mi libro Fuera de campo. Ficciones y arte argentinos después de Duchamp, la voluntad era pensar conceptualmente la transformación de la literatura argentina en una literatura más conceptual. En otro de mis libros, Atlas portátil de América Latina, dudaba sobre si seguir hablando de arte y ficción latinoamericana. Y en Cronografías aparece la idea de que la globalización y la mundialización de la cultura han tenido un efecto paradójico sobre las identidades, donde no es que se hayan disuelto las identidades locales, pero nuestra experiencia del arte y la cultura es otra, y mi propia experiencia no es del arte y la literatura latinoamericanos, sino de un diálogo con el arte y la ficción del mundo. La literatura latinoamericana entra y sale en diálogo con el mundo sin pasaporte. Entonces, en el terreno de la crítica, también ha terminado esa cota geográfica y el mapa que arma mi libro, arbitrario e incompleto, pasa por artistas del centro y de la periferia que entran en diálogo sin pedir permiso, un diálogo de sincronía cultural. Por otra parte, en el campo de la crítica se ha naturalizado lo que algunos teóricos como Didi–Huberman llaman la historia del arte anacrónica, donde todo el arte es contemporáneo debido a que mi experiencia de Velázquez lo es y no es la misma que la que fue hace un siglo, como sugiere Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote”. Así que la crítica de arte entra en ese flujo y puede pensar los objetos y armar relatos que reúnan obras de distintos tiempos y ponerlas a dialogar de esa manera”.
Finalmente, Speranza, quien codirige con Marcelo Cohen la revista Otra Parte, expone que la crítica es, en todo caso, “un sismógrafo de mareas y debe captar qué obras producen vibraciones en su tiempo. El crítico atento tiene ese lugar. Yo digo en el libro que el crítico también ilumina al arte que cuenta, que habla de su tiempo y lo separa de la mucha hojarasca que hay alrededor. La crítica debe pensar con el arte, no comentar, y en ese sentido no es estrictamente auxiliar y no tiene un lugar servil. Los críticos que admiro creen en el arte, en su potencia, y se apasionan. César Aira escribió un ensayo sobre arte contemporáneo donde hace un identikit del enemigo militante del arte contemporáneo, y menciona a aquellos que vociferan y señalan casos de fraude y engaño, e imagina ejemplos en los que cualquier cosa es arte. Y dice que esa “cualquier cosa” es la forma de su libertad y de su potencia creativa. En ese sentido, soy una agradecida del arte y la ficción de nuestro tiempo, que nos da a ver con mucha libertad algo que no habíamos visto antes y nos hace pensar. Y Cronografías… quiere ser una prenda de ese agradecimiento”.