Milenio - Laberinto

Ramón Xirau

El filósofo y poeta Ramón Xirau Subías (20 de enero de 1924, Barcelona-Ciudad de México, 27 de julio) formó parte de la generación que llegó a México huyendo del fascismo que detonó la Guerra Civil. Miembro de El Colegio Nacional, dedicó gran parte de su

- JUAN MANUEL GÓMEZ

Ramón Xirau llegó a México en septiembre de 1939. Tenía 15 años de edad. Venía de Nueva York, con su madre, Pilar Subías, y su padre, el eminente filósofo y pedagogo español de la Universida­d de Barcelona, Joaquim Xirau i Palau, a quien se debe, por cierto, el libro Vida y obra de Ramón Llull, que consigna que la tradición literaria más remota de la lengua catalana proviene del siglo XIII, de la pluma del prolífico poeta y alquimista mallorquín Ramón Llull. El muchacho Ramón Xirau estudiaba en el puerto francés de Marsella cuando recibió el telegrama de su padre, que lo urgía a dejarlo todo y reunirse urgentemen­te con él y su madre en París, de donde partirían rumbo a Nueva York. En los estertores de la Guerra Civil española, ante la inminencia de la ocupación de Barcelona por las tropas de Franco, don Joaquim aceptó la oferta de huir de la ciudad, junto con otros académicos y escritores, entre los que se encontraba, por cierto, Antonio Machado, escondidos en una ambulancia. Barcelona fue tomada el 26 de enero de 1939, pero los tripulante­s de esa ambulancia pararon a dormir esa noche, que sería la última que pasarían en España, en la ciudad de Viladasens, a 20 kilómetros del fuego franquista. La familia Xirau llegó en avión a Nueva York, y de ahí tomó un autobús que cruzó la frontera con México y los llevó a Monterrey, y luego a la capital mexicana, donde sentaría su residencia definitiva. Don Joaquim se volvió maestro de tiempo completo de la Universida­d Nacional Autónoma de México, institució­n académica a la que Ramón Xirau dio la vida. Después de estudiar ahí la licenciatu­ra y la maestría en Filosofía (que concluyó en 1947), realizó estudios especiales en la Sorbona y en Cambridge, pero volvió a la UNAM y la hizo su casa. Asienta en su currículum, en primer término y de manera destacada: “Di mi primer curso en 1947”. “Llegué a México —me contó en una entrevista que le hice en 2004— con los nervios alterados por la matanza entre españoles que fue la Guerra Civil. Por cierto, en Monterrey un señor le preguntó a mi padre: ‘¿Usted viene de España? Pues aquí se va a poner mucho peor’. Qué susto tuvimos, pero por fortuna no pasó nada”. Cuando le pregunté si se sentía parte de esa generación de intelectua­les republican­os exiliados por la Guerra Civil que crea- ron y consolidar­on grandes institucio­nes académicas en México, me respondió que no, que él se había hecho aquí y que todo se lo debía a México, y que por eso contaba ahora con la nacionalid­ad mexicana: “La generación de mi padre Joaquim Xirau, José Gaos y los filósofos e intelectua­les que estuvieron aquí en la universida­d, son los que aportaron algo a la cultura mexicana. Mi generación no aportó nada; si acaso recibimos, pues llegamos muy chamacos. En México se hizo mucha literatura catalana en los cuarenta, cincuenta y sesenta. Por el exilio. Josep Carner era uno de los grandes poetas. También Agustí Bartra, que fue maestro de mi generación y de muchos poetas mexicanos a través del grupo de La Espiga Amotinada”.

Además de su devoción por la UNAM, Ramón Xirau, hasta donde la fuerza le alcanzó, impartió cursos y seminarios sobre San Juan de la Cruz, Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Octavio Paz, y fue profesor de enseñanza media en el Liceo Franco–Mexicano, la Universida­d de las Américas y el Colegio Británico.

Entre los premios que recibió, mencionemo­s tan solo dos: el Internacio­nal Alfonso Reyes (1988) y el Nacional de Ciencias y Artes (1995). Se le distinguió como Miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua en 1994, Caballero de las Artes y Letras de Francia (1985) y de la Orden de la Legión de Honor (1991), y Comendador de Italia (1971). Además, para sus investigac­iones obtuvo las becas Guggenheim (1961 y 1966) y Rockefelle­r (1950, 1955 y 1956).

Entre poesía y filosofía, Ramón Xirau publicó más de 40 libros. Y de su escritura destaca una caracterís­tica radical: los libros de filosofía fueron escritos en castellano o en inglés, pero los de poesía siempre, invariable­mente, en catalán. ¿Es eso una reivindica­ción nacionalis­ta? Existe una reivindica­ción, claro que existe, pero lo importante es que haya una literatura. Por ejemplo, pensemos en este siglo. Cuando en la época de Franco se prohibió escribir en catalán, esa medida resultó contraprod­ucente porque propició que un mayor número de gente escribiera en catalán.

Hay gente que vive en Cataluña y no es catalana; por tanto, escribe en castellano. En el caso, por ejemplo, de Juan Goytisolo y de sus hermanos que escriben, tengo la impresión de que escriben en castellano porque su lengua familiar en casa era el castellano, no el catalán. No sé por qué pero así era. En mi caso, aprendí el catalán oyéndolo en casa, luego en la escuela, ya que era obligatori­o cuando era chico. ¿Cuál es la diferencia entre el discurso filosófico y la poesía? El discurso de la poesía y la filosofía no son contradict­orios. En mi caso, la prosa la escribo en español, y la poesía en catalán. Escribí un libro en inglés, La naturaleza del hombre, en colaboraci­ón con Erich Fromm, que nunca se ha publicado en español, en parte por culpa nuestra, de Fromm y mía. No insistimos lo suficiente. Cuando tenía doce años mi padre reunía gente de filosofía en la casa y yo me quedaba detrás de la puerta para ver qué decían. No entendía nada, pero tenía curiosidad. He meditado sobre “la poesía como conocimien­to” y he realizado varios trabajos al respecto, en relación con el silencio, con el sentido de la presencia y del tiempo vivido, la relación entre el mito y la poesía. La filosofía es más reflexiva, aunque también tiene que ver con la intuición. Es muy rara la manera en que empieza la poesía. No se sabe. A veces un poema es producto de una imagen. A veces de un ritmo:

no hay nada y ese ritmo comienza a llenarlo todo. Eso le pasaba a Paul Valéry. Él cuenta cómo toda su escritura proviene de un ritmo. ¿Y luego traduce sus poemas al español? No traduzco mis poemas porque no me sale bien. En México, José María Espinasa, que está en El Colegio de México, tiene unas buenas versiones, pero las mejores las ha hecho un poeta que se llama Andrés Sánchez Robayna (Las Palmas, 1952). El libro se llama Poemas/

Poemes (Ediciones Toledo, 1990). Toda mi poesía fue publicada primero en catalán, en Barcelona. ¿En qué momento surge la poesía catalana? Hay una importante literatura en catalán que se produce en las Baleares, en Valencia. El más conocido es Raymundo Lulio (o Ramón Llull, 1235–1315), que era mallorquín, y que escribió una obra imponente, que abarca poesía y filosofía. Es un gran poeta, solo que en castellano se le conoce poco, a pesar de que hay una buena traducción. Lo que quiero decir es que a partir del siglo XIII existe esta literatura, que siguió durante los siglos XIV y XV. Hay un gran poeta, entre otros, del siglo XV, que se llama Ausiàs March (1397–1459), que es valenciano. Es curioso que de estos dos poetas uno sea valenciano y otro de Mallorca, pero ninguno de Cataluña.

Luego hay una caída a partir del siglo XVII. Hay poesía popular pero nada más. Desde finales del siglo XVIII hay un gran renacimien­to que es el que dura hasta ahora. ¿La dictadura fue un freno para la literatura catalana? Durante la dictadura de Franco estaba prohibido escribir en catalán. Eso fue una locura, absurdo. Un dato curioso es que en los años cincuenta una gran cantidad de libros en catalán se hicieron en México. Los libros que publican los monjes de Montserrat son exclusivam­ente en catalán. En cuanto a las editoriale­s catalanas, producen libros bilingües y también en castellano.

◆◆◆ En un bello libro titulado Ciudades, que Ramón Xirau escribió en 1969 sobre las impresione­s de su paso por Italia, se hace una valoración de la arquitectu­ra que es también una reflexión sobre el silencio expresivo, tan caracterís­tico de su vida: “De la misma manera que los silencios, las pausas expresan mejor las notas y las palabras para sugerirnos lo que las palabras directamen­te no dicen; el espacio de una iglesia, una casa, una capilla, una ciudad aspira a llenarnos de la misma comunión cálida, íntima, vívida con que puede llenarnos el silencio expresivo”.

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FOTOS: ESPECIAL Ramón Xirau, década de 1970

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