Poesía y celebración
Ramón Xirau fue una figura cultural en la que se entrecruzaban distintas disciplinas y sensibilidades: el filósofo, el poeta, el crítico literario, el editor y animador del diálogo cultural o el maestro formador de numerosas generaciones. En particular, Xirau logró conciliar dos formas que hoy se consideran casi antagónicas de estilo y conocimiento: la filosofía y la poesía. Xirau fue un poeta parco, depurado y paciente, que escanciaba su obra en ediciones selectas y difíciles de conseguir, y que adoptó como su lengua literaria un idioma, el catalán, largamente relegado por cuestiones políticas e injustificadamente considerado periférico.
Escueta de referencias personales, pero plena de experiencias, la poesía de Xirau cultiva una intuición orientada a la vida bullente que anima el paisaje y que prefigura una presencia trascendente. Xirau no concibe un conflicto entre los sentidos y el espíritu, sino que precisamente a través de una exploración o, mejor dicho, disposición sensorial, aspira a reunir la percepción y el espíritu en un ánimo de festejo de lo vivo, de búsqueda del orden que alienta las cosas. Si bien Xirau es un poeta de los sentidos, priva antes que nada su capacidad visual, pues adiestra una inocencia y penetración de la mirada que pareciera no conocer la historia y hacer de cada instante una celebración inaugural. Por supuesto, la “simplicidad de la mirada” de Xirau requiere de un proceso arduo de preparación ascética, de renuncia al ornamento, de concentración, recogimiento y búsqueda de limpidez. Y es que, mientras más despoja su mirada el poeta, más abierta está para el milagro.
Los motivos del paisaje de Xirau son escasos y elementales: el mar, las playas, la montaña, los árboles, los animales y la contemplación de ciertos actos primordiales (la respiración, el movimiento, el dormir). Amén de estos paisajes, hay interiores sencillos con sus mesas y sus fruteros llenos de naranjas, así como diversas presencias humildes de bestezuelas y yerbajos que son evocados con calidez franciscana. La precisión descriptiva es, a veces, aderezada con la repetición de palabras o incluso con la creación de neologismos, en un movimiento gramático y dramático que denota la creciente intensidad del poema. Porque Xirau cultiva una desnuda elocuencia, una sobria sintaxis que, de repente, se deja habitar por la emoción y comienza a yuxtaponer o inventar palabras en un intento de suplir, o quizá simplemente hacer notar, las limitaciones del lenguaje ante el prodigio. Por ejemplo, en “Gradas”, su gran poema, Xirau comienza con una descripción apacible del paisaje y va sometiendo a tensión al idioma hasta convertirlo en una lengua resplandeciente, en una glosolalia reveladora, en un proceso pasmoso de comunión y confusión con el mundo: “Las frutas y los cortos mirajes de la noche/ son cachorros blancos. Cielo encendidamente arco/ Martín del Arco —¿Y dónde, dónde Dios?/ Bien lo saben las yerbas verdes, verdes…”.