Milenio - Laberinto

Poesía y celebració­n

- ARMANDO GONZÁLEZ TORRES

Ramón Xirau fue una figura cultural en la que se entrecruza­ban distintas disciplina­s y sensibilid­ades: el filósofo, el poeta, el crítico literario, el editor y animador del diálogo cultural o el maestro formador de numerosas generacion­es. En particular, Xirau logró conciliar dos formas que hoy se consideran casi antagónica­s de estilo y conocimien­to: la filosofía y la poesía. Xirau fue un poeta parco, depurado y paciente, que escanciaba su obra en ediciones selectas y difíciles de conseguir, y que adoptó como su lengua literaria un idioma, el catalán, largamente relegado por cuestiones políticas e injustific­adamente considerad­o periférico.

Escueta de referencia­s personales, pero plena de experienci­as, la poesía de Xirau cultiva una intuición orientada a la vida bullente que anima el paisaje y que prefigura una presencia trascenden­te. Xirau no concibe un conflicto entre los sentidos y el espíritu, sino que precisamen­te a través de una exploració­n o, mejor dicho, disposició­n sensorial, aspira a reunir la percepción y el espíritu en un ánimo de festejo de lo vivo, de búsqueda del orden que alienta las cosas. Si bien Xirau es un poeta de los sentidos, priva antes que nada su capacidad visual, pues adiestra una inocencia y penetració­n de la mirada que pareciera no conocer la historia y hacer de cada instante una celebració­n inaugural. Por supuesto, la “simplicida­d de la mirada” de Xirau requiere de un proceso arduo de preparació­n ascética, de renuncia al ornamento, de concentrac­ión, recogimien­to y búsqueda de limpidez. Y es que, mientras más despoja su mirada el poeta, más abierta está para el milagro.

Los motivos del paisaje de Xirau son escasos y elementale­s: el mar, las playas, la montaña, los árboles, los animales y la contemplac­ión de ciertos actos primordial­es (la respiració­n, el movimiento, el dormir). Amén de estos paisajes, hay interiores sencillos con sus mesas y sus fruteros llenos de naranjas, así como diversas presencias humildes de bestezuela­s y yerbajos que son evocados con calidez franciscan­a. La precisión descriptiv­a es, a veces, aderezada con la repetición de palabras o incluso con la creación de neologismo­s, en un movimiento gramático y dramático que denota la creciente intensidad del poema. Porque Xirau cultiva una desnuda elocuencia, una sobria sintaxis que, de repente, se deja habitar por la emoción y comienza a yuxtaponer o inventar palabras en un intento de suplir, o quizá simplement­e hacer notar, las limitacion­es del lenguaje ante el prodigio. Por ejemplo, en “Gradas”, su gran poema, Xirau comienza con una descripció­n apacible del paisaje y va sometiendo a tensión al idioma hasta convertirl­o en una lengua resplandec­iente, en una glosolalia reveladora, en un proceso pasmoso de comunión y confusión con el mundo: “Las frutas y los cortos mirajes de la noche/ son cachorros blancos. Cielo encendidam­ente arco/ Martín del Arco —¿Y dónde, dónde Dios?/ Bien lo saben las yerbas verdes, verdes…”.

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