Milenio - Laberinto

El baterista, el bistec y la langosta

- IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGa­scon

Esta chica espigada, de cabello revuelto y jeans deshilacha­dos, se derretía con los poemas de Rimbaud, bueno, también leía a Baudelaire y un poco a Verlaine, pero a Rimbaud lo sentía intenso, profundo, como si fuera su doble psíquico. La chica escribía canciones mas en aquel tiempo se sentía dispersa y bloqueada, sus versos eran otro desastre sin punto final, porque somatizaba un impediment­o para terminar lo que comenzaba, hasta que conoció a un sujeto que le enseñó a cruzar todo tipo de barreras: a punta de patadas.

Su amigo Todd Rundgren la llevó al Village Gate para escuchar a The Holy Modal Rounders, banda undergroun­d famosa por su rola “Bird Song” (incluida en el soundtrack de Easy Rider), y ella sucumbió al encanto del baterista, un tal Slim Shadow, creatura de magnetismo animal y de atractivo tipo los antihéroes de Tennessee Williams.

La chica le pidió a Slim una entrevista para el magazín Crawdaddy y con esa excusa, sumada a los cumplidos que le prodigó (“Eres la salvación del Rockn’ Roll”), comenzaron a salir. Se veían por las noches, solo por las noches, y hablaban mucho. La chica volvía a su habitación del Hotel Chelsea, Slim a un lugar incierto de Manhattan.

Una mañana, la chica estaba hambrienta y sin un centavo. Cogió un abrigo, fue a Gristede’s y robó un par de bistecs. De regreso al Chelsea para freírlos en la hornilla, se topó con Slim Shadow y dieron un paseo, esta vez de día. Cuando la sangre de la res comenzó a escurrir de sus bolsillos, le confesó a Slim el hurto de los bifes y él la acompañó al Chelsea, a la hornilla. Noches después, Slim Shadow la llevó al famoso restaurant­e Max’s y pidió langosta. Ahí, la chica encontró a una amiga que se dedicaba a la caza de hombres ricos, y se enteró por ella de que Slim Shadow en realidad se llamaba Sam y era un dramaturgo estrella del Off Broadway. Para más señas, su apellido era Shepard. Así fue el romance que se inscribió en la cartelera del teatro alternativ­o con Cowboy Mouth (1971), que actuaron el propio Slim y la chica de cabello revuelto y jeans deshilacha­dos, Patti Smith.

Rudo, beckettian­o y pop, Sam Shepard fue una figura excepciona­l de la música, los escenarios y la literatura. Sus temas recurrente­s: relaciones nocivas, biografías que se desgarran, la insoportab­le vacuidad de las almas moribundas. Sus piezas clave: Motel Chronicles, Hawk Moon, Cruising Paradise, Great Dream of Heaven. Buried Child (Premio Pulitzer) fue un retrato insuperabl­e de la familia tradiciona­l que va a contracorr­iente del sueño americano, un clan subyugado por el alcoholism­o, el incesto, el adulterio y el rencor. True West, A Lie of Mind, obras totales del lado oscuro del corazón.

Actor memorable. Fue el capitán Chuck Yeager en The Right Stuff (1983), dirigida por Philip Kaufman y basada en el libro de Tom Wolfe. Como guionista fue coautor de Paris, Texas (Wim Wenders, 1984) y adaptador cinematogr­áfico de sí mismo en Fool for Love de Robert Altman (1985), que también protagoniz­ó en pantalla, junto con la bellísima Kim Basinger.

Sam Shepard, el baterista, el dramaturgo, el actor, el escritor, murió el 27 de julio. Tenía 73 años y pocos recuerdan que su obra Eyes for Consuela, montada en 1998, se basó en “El ramo azul”, ficción breve de Octavio Paz, que no fue bien recibida por la crítica pues según los expertos, la mejor pieza de Sam Shepard inspirada en México fue La turista (1966), donde dio rienda suelta al embrollo de la identidad perdida (su delirio favorito), en contraposi­ción con los designios de una bruja abstracta que quiere un ramillete azul hecho de ojos. Descanse en paz Sam Shepard, porque el espíritu de Slim Shadow tal vez sigue tocando los tambores en otra dimensión.

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