Milenio - Laberinto

El diablo a la mano

- JULIO HUBARD

En el fondo, debajo del tedio y el aburrimien­to, está la pregunta por el ser: la metafísica. Heidegger dedica muchas, muy lentas páginas a mostrar que el tedio es la vía necesaria para acceder a la verdadera filosofía. Solo en el aburrimien­to puede uno sumergirse en el tiempo puro. Viejillo amargoso, ese Heidegger, pero coincide con Blaise Pascal: nada es tan insoportab­le para el hombre como estar en completo reposo, sin pasiones, sin quehaceres, sin divertimie­nto, sin aplicación. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficien­cia, su dependenci­a, su impotencia, su vacío. Inmediatam­ente surgirán del fondo de su alma el aburrimien­to, la melancolía, la tristeza, la pena, el despecho, la desesperac­ión (Pensamient­os, 131). El aburrido, sin interés ni ganas, puede iniciar un incendio o inducir un suicidio.

Tedio, aburrimien­to, o como se llame esa bisagra entre el mal y el no ser, dispara las ansias: el mundo del entretenim­iento y de las diversione­s ha crecido hasta volverse una presencia ubicua: no hay ya lugar, ni tiempo en que no tengamos a la mano algún aparato que nos pueble las horas con tarugada y media. Pero uno se acostumbra a todo. Al principio puede ser fascinante un nuevo videojuego, o andar de metiche en las redes sociales, o... Pero la diversión y el entretenim­iento incuban una forma nueva del mal: elegimos esas cosas que imitan el deseo. Uno cree que sería feliz con algo que viene con el tiempo libre: oír una obra musical, leer este libro, hacer ejercicio, comer tal antojo. Pero no: no era eso. Al final del tiempo libre, hicimos una antología de cosas deseables que no deseábamos.

En 1848, Marx y Engels vieron con entusiasmo un fantasma que recorría Europa. Lo llamaron comunismo y soñaron con el alzamiento de una justicia cosmopolit­a. Creyeron que su visión, el espectro inmenso, anunciaba una nueva era. Por esas fechas, un poeta borrachín atestiguó también el recorrido del gran espectro, pero no equivocó su naturaleza porque no cedió al entusiasmo. Charles Baudelaire vio al monstruo sin sus máscaras y afeites; supo que era “más feo, más ruin e inmundo” que las fieras. Como lector de Pascal, supo su nombre: es el Tedio (L’Ennui), que se puede comer al mundo en medio de un bostezo, sin siquiera ganas ni placer. El monstruo halló sus modos y dejó de recorrer tiempos y geografías, se hizo ubicuo y ahora vive en eterno insomnio en las redes sociales, sostenido voluntaria­mente por nuestras propias manos, mientras mastica la intimidad de nuestros celulares.

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