El mundo en su profundidad
Las obras que integran la exposición Frobenius, el mundo del arte rupestre, que se presenta en el Museo Nacional de Antropología, son una invitación para reconectarnos con la naturaleza. Las reproducciones en óleo, acuarela y grafito realizadas por distintos artistas, que se unieron al trabajo de investigación del antropólogo alemán Leo Frobenius, nos contagian de la curiosidad con la que el ser humano contemplaba el mundo en la Edad del Hielo.
Si bien se trata de un “documento científico”, es imposible no involucrarse con las narrativas trazadas de una forma sintética que aquellos pobladores dibujaron sobre las paredes de cuevas y en piedras para dejar constancia no solo de su entorno sino de sus preocupaciones, creencias y avances. Las imágenes son copias fieles hechas in situ de las pinturas rupestres más importantes de África, Europa y Oceanía, que recorrió Frobenius en las primeras décadas del siglo XX. Este esfuerzo impactó también en los círculos artísticos de la época. Se sabe que Pablo Picasso, Joan Miró, Pierre Bonnard y Georges Bataille, entre otros, conocieron esta colección que, sin duda, influyó en su trabajo.
Además del trazo fino, de la evidente abstracción, del juego de simetrías, de la composición espacial y el uso del color, maravilla la armónica monumentalidad. Resulta un deleite contemplarlas porque nos conectan con el placer estético. Son bellas. Podríamos mirarlas sin leer las cédulas, sin requerir dato alguno; solo recorrerlas con la vista para entrar en el “alma de las culturas”, esa que Frobenius llamó paideuma, y aceptarlas como arte sin subtítulos antropológicos, sin afanes científicos.
Podríamos solo dejarnos sorprender por la delicada línea, por ejemplo, del caribú, oso y alce sin cuernos encontrado en Noruega, o por el colorido de las siluetas de manos y ballena, descubiertas en Indonesia, que nos llevan a un mundo de hace 40 mil años; o por el enfoque particular del venado con círculo en la cornamenta de las cuevas de Galicia. Podríamos simplemente ejercitar la mirada y plantearnos interrogantes más plásticas que antropológicas; olvidarnos del personaje de Frobenius, de las expediciones por Escandinavia, Zimbabwue, Botsuana, Sudáfrica, Namibia, Egipto, Libia, El Congo, Australia e Indonesia, de que estas reproducciones usan técnicas modernas para copiar imágenes de hace miles de años e intentar ver el mundo en su profundidad. Ser fiel a la inexistencia del “autor” y recuperar el placer de mirar.