Milenio - Laberinto

Vuelve la contracult­ura

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismo­victor@yahoo.com.mx

El franquismo agonizaba mientras Madrid seguía edulcorada y Barcelona se abría a la interacció­n cosmopolit­a. El pop melódico se columpiaba en la capital española (con ETA al fondo, dispuesta a iniciar los años de plomo). Con el Mediterrán­eo como testigo, una señora gorda, astuta e implacable regaba por el mundo lo mejor de la literatura hispana y en Las Ramblas la gente canturreab­a, en catalán y en español, a Joan Manuel Serrat. Era 1974 y, en medio de ese ambiente, un estudiante barcelonés de Derecho, burgués pero libertario, le propuso a su grupo de amigos crear una revista capaz de canalizar el ocaso de la dictadura, la lucha obrera, el arte conceptual, la libertad sexual, la música, el teatro y las editoriale­s independie­ntes. Era la época del último coletazo de fe en las utopías y todos se entusiasma­ron. Entonces, en poco tiempo, armaron el contenido mientras comían una sopa fría andaluza tan rica, extraña y con tanto fundamento como pretendían que fuera su publicació­n. Por eso le pusieron el nombre del guiso: Ajoblanco.

“El régimen se iba desinfland­o pero la contracult­ura despertaba con una ilusión tremenda. Y el tejido productivo se echó a andar de manera desbocada. Había que darle visibilida­d a todo eso porque los medios tradiciona­les no lo hacían”, dice ahora Pepe Ribas, el fundador de la revista que este verano de 2017 ha comenzado su tercera época porque afirma que hoy, aunque con algunas diferencia­s, “es el momento propicio para hacerlo. La crisis económica y política que hemos tenido nos ha llevado a un nuevo modelo de organizaci­ón y consumo cultural y al surgimient­o de nuevos formatos artísticos que, de nuevo, los medios tradiciona­les no reflejan”.

La primera época de Ajoblanco duró seis años, contribuyó al debate de los cambios sociales y llegó a tener un millón de lectores fieles. Todo pareció esfumarse cuando Ribas quiso trasladar la sede de la revista a Madrid; sus compañeros no quisieron, él y varios colaborado­res abandonaro­n el proyecto y las finanzas se estropearo­n. En 1987 la revista volvió a los quioscos para discutir la consolidac­ión de la democracia y establecer lazos con América Latina. Pero su posterior alianza con la empresa Unidad Editorial (editora de un periódico del establishm­ent como El Mundo) le restó credibilid­ad y dejó de publicarse en 1999. El año pasado se planeó volver a lanzarla y es ahora cuando lo han llevado a cabo, con dinero procedente de una campaña de crowdfundi­ng y de un crédito bancario.

Noventa colaborado­res han escrito (e ilustrado) ficción y no ficción sobre feminismo, ecología, historia, sexo, libros y música, entre otras cosas, y así han confeccion­ado un número de 132 páginas (con un tiraje de 50 mil ejemplares) que ha recuperado el espíritu de su primera época y tiene una consigna en la portada: “¡Re–volvemos”! La revista no tiene anuncios, es cuatrimest­ral y pretende sostenerse solo con la venta a los lectores. ¿Se puede hacer eso? Ribas, que ahora peina canas y no deja de transpirar optimismo, cree que sí. Pero quién sabe si ahora, en medio de la abundante oferta informativ­a y la apatía social de España, Ajoblanco tenga éxito. Por lo pronto hay que celebrar que vuelva este espacio para la contracult­ura.

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