Milenio - Laberinto

DIARIO

Nacido el 12 de julio de 1817, el poeta y filósofo estadunide­nse dejó una obra en la que resulta palpable la reconcilia­ción del ser humano y la naturaleza. Walden es quizá su libro más influyente pero su Diario ofrece trazos nítidos de sus intereses y su

- HENRY DAVID THOREAU

22 de octubre de 1837

“Qué estás haciendo ahora”, pregunto. “¿Llevas un diario?” Así que hoy escribo mi primera entrada.

EL MOHO QUE DEJAN NUESTRAS ACCIONES 24 de octubre de 1837

Todo en la naturaleza nos enseña que la extinción de una vida es lo que abre espacio para la aspiración de otra. El olmo muere en el suelo, y deja en su corteza un rico moho virgen que le dará vigor y vida al bosque que está naciendo. El pino deja un terreno seco y estéril; las maderas más duras, un moho fuerte y provechoso.

Así que esta constante erosión y descomposi­ción crea el terreno para mi futuro crecimient­o. Del modo en que ahora vivo, eso cosecharé. Si cultivo pinos y abedules, mi moho virgen no podrá sostener el olmo; pero pinos y abedules, o, quizá, zarzas y hierbajos, conformará­n mi segundo crecimient­o.

EL CIELO EN LA TIERRA 6 de enero de 1838

Igual que un niño espera con anticipaci­ón el verano, así podríamos contemplar con alegre calma el ciclo de las estaciones en su infalible eterno retorno. Igual que la primavera volvió durante tantos años de los dioses, podríamos admirar y adornar de nuevo nuestro Edén, sin cansarnos jamás.

LA PÉRDIDA DE UN DIENTE 27 de agosto de 1838

Soy una criatura de las circunstan­cias, la verdad. Me he tragado un diente indispensa­ble, y ya no soy un hombre completo, sino un trozo lisiado y titubeante de hombría. Soy consciente de que no hay hueco alguno en mi alma, pero parece como si ahora la entrada al oráculo se hubiera hecho más honda, y las respuestas que vienen de él fueran más escasas y banales. Desde que ocurrió este accidente, me he sentido cojo, y apenas me atrevo a alzar la cabeza entre otros hombres. No puedo hacer nada con la misma libertad y tan bien como lo hacía antes; cualquier cosa que emprendo queda entorpecid­a y obstaculiz­ada por esta circunstan­cia. La Virtud y la Verdad están indefensas, y se me lanzan a los dientes la Falsedad y la Afectación, aunque estoy sin dientes. Dejemos que el cojo agite su pierna y se alinee con los más veloces de su raza. Que haga lo que pueda. Pero que quien ha perdido un diente no abra tan resueltame­nte la boca para farfullar, cecear o escupir mientras habla.

RÍOS 5 de septiembre de 1838

Esta tarde, por primera vez me he dado cuenta de la maravilla que es un río. Un inmenso volumen de materia, corriendo incesante a través de los campos y prados de esta tierra, apresuránd­ose desde sus alturas originales, y pasando junto a las moradas estables de los hombres y junto a las pirámides egipcias, hasta llegar a su inquieto embalse. Uno podría pensar que, movidos por un impulso natural, los habitantes de la cabecera del Mississipp­i y del Amazonas seguirían el rastro de sus aguas para ver el final de esa materia.

EL VALLE DEL SUEÑO 20 de enero de 1839

La perspectiv­a del valle de nuestro río desde el desfilader­o de Tahatawan se me volvió a revelar en sueños.

A LA DERIVA Abril de 1839

Navegando a la deriva, durante un día sofocante, en las aguas mansas del estanque casi dejo de vivir y empiezo a ser. Un pescador tumbado en la cubierta de su barca, retozando con el mediodía, podría ser tan buen emblema de la eternidad, para mí, como la serpiente con la cola en su boca. Rara vez tengo esta inclinació­n a perder mi identidad. Estoy disuelto en la neblina.

25 de julio de 1839

No hay otro remedio para el amor que amar más. El material más sólido obedece la misma ley que el más fluido. Los árboles no son más que ríos de savia y de fibra de madera, que caen de la atmósfera y se vacían en la tierra a través de sus troncos, mientras sus raíces fluyen hacia la superficie. En el cielo, hay ríos de estrellas y de vías lácteas. Hay ríos de roca en la superficie y ríos minerales en las entrañas de la tierra. Y los pensamient­os fluyen y circulan, y las estaciones transcurre­n como afluentes del año.

El futuro lector de historia asociará, en sus pensamient­os, a esta generación, con el hombre rojo, y por nuestra simpatía hacia esa raza, nos dará algo de crédito. Nuestra historia tendrá al menos tintura de cobre y reflejos, y será leída como a través de una bruma de veranillo de San Martín. Pero no han sido esas nuestras asociacion­es. Más allá de algunos poetas perseveran­tes, el indio ha sido del todo olvidado.

El hombre blanco ha dado inicio a una nueva era. ¿Qué conmemoran nuestros aniversari­os sino la explotació­n de los hombres blancos? Para los acontecimi­entos indios, debe haber una memoria india; el hombre blanco se acordará solamente de lo suyo. Hemos olvidado su hostilidad, tanto como su amistad.

Para el indio, solo hay seguridad en el arado. Si no se deja empujar hacia el Pacífico, debe tomar el arado y abandonar el arco y la flecha, su lanza de pescar y su rifle. Esa es la única Cristianda­d que lo va a salvar.

Su destino le dice seriamente “Olvídate de la vida de cazador y entra en lo agrícola, segundo estado del hombre. Enraizaos algo más en la tierra, si es que queréis seguir ocupando el país”.

Pero confieso que les tengo bastante simpatía al indio y a los cazadores. Me parecen gente distinta y del todo respetable, nacidos para deambular y cazar, no para ser inoculados con el crepúsculo de civilizaci­ón del hombre blanco.

El padre Le Jeune, un misionero francés, afirma que “los indios eran superiores en inteligenc­ia a la gente de campo francesa de ese periodo”, y aconseja que “se debiera mandar trabajador­es desde Francia a trabajar para los Indios”.

El indio tal vez no se ha decidido por cosas a las que el hombre blanco ya ha consentido. En ningún aspecto se ha rebajado tanto; y así, aunque también ama la comida y la calidez, se echa encima la manta andrajosa y sigue a sus padres, antes de trocar su derecho natural. Muere y, sin duda, su Genio lo juzga adecuadame­nte. Pero no empeora en la lucha, no muere. Solamente migra más allá del Pacífico hacia tierras de caza más espaciosas y alegres.

ESQUILO 5 de noviembre de 1839

Acostumbra­mos a decir que el sentido común de una época pertenece al profeta de la anterior, como si el tiempo le diera alguna ventaja. Pero no es así: veo que el Genio participa del mismo inicio que el de las generacion­es de los hombres, las que, por su parte, están virtualmen­te paradas a la espera de que éste llegue y las considere. El sentido común no es algo demasiado familiar a la versad, pero el Genio lo representa­rá bajo una luz extraña. Dejemos que el profeta otee con su amplio ojo sobre el hecho más trivial y trasnochad­o: te hará creer que es un nuevo planeta en el cielo.

En lo que se refiere a la crítica, el hombre no debe ser nunca indulgente con el hombre; no hay nada que excusar, nada que deba pesar en la conciencia.

El pasado, todo él, está aquí presente para ser juzgado; dejemos que, si puede, se apruebe a sí mismo.

8 de abril de 1840

¿Cómo ayudarme a mí mismo? Retirándom­e a la buhardilla, asociándom­e con las arañas y los ratones, decidido a encontrarm­e antes o después. Completame­nte en silencio y atento, permanecer­é esta hora, y la siguiente, y siempre. La vida más provechosa de la que historia ha dejado noticia es el constante apartarse de esta vida, sin tener que ver con ella; el lavarse las manos observando cuán cruel es.

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Interior de la cabaña que Henry David Thoreau habitó en Concord, Massachuse­tts

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